El fin de la guerra

Durante algunos años la primera guerra mundial fue llamada "la gran guerra", sólo durante el tiempo que tardó en desencadenarse la segunda. Todos creemos tener bastante claro loque significa la palabra guerra, la historia es a la postre y no por casualidad una sucesión de ellas hasta donde se pierde la memoria y más allá aún, donde se funde con la mitología.

Pero la mera observación del presente nos puede ayudar a extrapolar (otros dirían especular) más allá que los propios registros escritos o incluso el registro fósil.

Dentro de la artificial división del conocimientos disciplinas, las diversas ciencias, si buscamos conectar la palabras guerra la asociaremos probablemente con el estudio de la historia, tal vez de la política, algunos más audaces con la economía, sociología, psicología, antropología... al fin y al cabo, biología.

Sabiendo que la biología no es mucho más que la química de lo vivo, que la química es la aplicación de la física y que ésta no es mucho más que matemática materializada.

Es sólo una forma conveniente de segmentar el campo de estudio que lo pueda hacer más manejable entre ámbitos que requieren nauralmente de una solución de continuidad.

Pero para no entrar en entelequias de fuerzas telúricas y disquisiciones entre lo vivo y lo inerte limitémonos a retroceder hasta la biología. La vida, desde su mismo origen, si es que lo hubiera en el sentido que solemos pensarlo, ha sido en sí misma una guerra por la supervivencia siempre.

Al final, que el enemigo sea otra configuración genética o las diversas expresiones del propio medio hostil no cambia lo fundamental. Al final ambos fenómenos son fuerzas de la naturaleza. Y para que el cuerpo al que han dado forma mis genes y el contexto en el que se ha desarrollado esté aquí pulsando unas teclas que conforman palabras que representan ideas han tenido que atravesar un sinfín de batallas, prevaleciendo, o al menos huyendo con éxito en forma de copia a través de la herencia. Pero qué duda cabe que el conflicto es permanente.

No hace falta retrotaerse al llamado big bang, si es que tal noción tiene sentido, basta con examinar con ojos críticos lo que sabemos de la evolución de las especies para encontrar la analogía exacta a lo que en términos bélicos viene siendo una escalada armamentista. Desde los dientes del león al caparazón de las tortugas. Ni siquiera hace falta desenterrar huesos petrificados para tener evidencia de ello.

El cerebro humano es sólo otra muestra de ello. Pero al final nuestras grandes guerras son tan sólo escaramuzas, si es que alcanzan, ante el paso de las eras.

La guerra es otra muy distinta, aunque también las involucra. Y es posible que no tenga más fin que la muerte térmica del universo o siquiera fin alguno, quién sabe. Pero me había propuesto no ir más allá de la biología.

Dado el único ejemplo que conocemos, cabe entender que el intelecto necesario para elevarse a la posición de ápex, eso es la cúspide la cadena trófica, si es que las cosas son realmente como creemos, termina por desarrollar una cierta comprensión del medio y del resto de seres que en él habitan, y por supuesto de sus semejantes. Y es entre semejantes (siempre hay unos más semejantes que otros) donde se enmarca el uso más tradicional del término guerra como lo entendemos.

Acerquémonos un poco más hasta la psicología, a la comprensión de la conducta de la ya mencionada biología. Del estudio del cerebro como órgano sabemos que se desarrolla en torno a una estructura principal, el llamado "cerebro de reptil" al que se atribuyen las funciones más básicas en relación a la supervivencia, lo cual es en principio la primera condición de posibilidad de nuestros genes para permanecer.

Se ha mencionado ya que el medio es hostil. Y eso aún teniendo en cuenta el inmenso espectro de presiones, temperaturas y medios que por lo que sabemos salpican el cosmos.

Luego, la verdadera guerra, nunca es para con nuestros semejantes, al final eso es tan sólo es un reflejo te las tensiones del contexto del mismo modo que en realidad también nosotros lo somos.

El intelecto, decía, termina por alcanzar algunos hitos importantes, y ni siquiera es necesario acudir a los grandes simios. Se define empatía como la capacidad de situarse en la posición del otro. La guerra sucede cuando interpretamos que, por el motivo que sea, nuestro problema es el otro. Y por lo tanto corresponde eliminarlo, modificarlo, ahuyentarlo...

La empatía es un lujo que uno no siempre se puede permitir pero no es ése el problema de nuestros días. Lo cierto es que los logros nunca son permanentes y hay que estar alcanzándolos día tras día, hasta que una forma de entender el mundo se asienta en el pensamiento va arrojando intermitencias, discontinuidades, de forma parecida a la que se ilumina el gas de un tubo fluorescente, para resplandecer al fin, por lo menos mientras la corriente lo siga alimentando.

Así, dos semejantes, con sus capacidades de empatía plenamente desarrolladas, jamás se enfrentan el uno al otro, a lo que se enfrentan es a un conflicto en que el ambos toman parte, y no es el otro su enemigo sino el propio conflicto.

Y, a no ser que las tensiones del medio no permitan la supervivencia de ambos, jamás da lugar a lo que se conoce como guerra. Ya no sólo por una cuestión de empatía, sino porque ni siquiera suele ser la solución óptima.

Los depredadores en muchos casos tienen los ojos al frente, sus presas por lo general más hacia los costados. Nos gusta pensar que somos el ápex, la cumbre de la pirámide alimentaria, pero lo cierto es que hasta el tiempo, que no existe, no da caza uno a uno y de forma implacable y despiadada. Tal vez más nos valdría empezar a mirar hacia los costados.

Así, ante el enfoque de un conflicto dadom los interlocutores no se hallan en una situación de oposición física, con sus miradas enfrentadas, hasta los gatos domésticos saben que es de poca cortesía. Las partes involucradas en el conflicto se sitúan en un lado, codo con codo, y es el conflicto el que se sitúa enfrentado.

Mientras, las partes, lo analizan y plantean soluciones que ellos mismos podrían aceptar, dado el contexto, estando en la posición del otro.

Se suele atribuir a Gustavo Bueno, el filósofo español, la idea de que "pensar es pensar contra alguien". Bueno, o contra algo. No es necesariamente cierto. De hecho es una gran puerta para acceder a un conflicto sin fin. El enemigo es el conflicto en sí mismo, es lo que debe desaparecer. Los demás, en principio, estamos llamados a permanecer. Tal vez.

En lugar de pensar unos contra otros debiéramos empezar a aprender a pensar juntos. Y en lugar de celebrar debates que acaban siendo pugnas de orgullo vano y absurdo, nos daríamos cuenta de que no sólo tenemos nuestros ojos, sino miles de millones más.

Que no sólo tenemos nuestra memoria, sino la de todos los que nos precedieron. Y quizás así consigamos hallar el fin de la guerra, por lo menos, entre nosotros. Nos aguarda un infinito cielo estrellado con desafíos que ni siquiera somos capaces de imaginar.