Acabo de leer por aquí mismo una noticia que habla de la convocatoria de huelga indefinida por parte de los taxistas y me pregunto qué pasa con ese colectivo, o qué clase de dedo divino lo señala para conseguir lo que consigue. Para bien y para mal.
Por un lado, y más en un sitio como este, la gente está a favor de los que luchan por su trabajo, de los currelas en armas y sobre todo, de las huelgas indefinidas. Sólo unir esas dos palabras, estoy seguro de que en Menéame se han producido poluciones nocturnas y diurnas.
Pero lo cierto, luego, es que se trata de autónomos, que se trata de gente que tiene un chollete regulado, cerrado, antiguo casposo y refractario a cualquier cambio, ya sea tecnológico, normativo o medioambiental. Y eso aquí se ve mal.
Así que vamos a la pregunta: ¿algún Gobierno de algún color les dirá a los taxistas que se acabó el chollo y que es hora de empezar a dar conciertos, con los periodistas y los mineros, por decir algo? ¿Por qué se atreve con los mineros y los agricultores, pero no con los taxistas?
¿Quizás porque los taxistas arman las broncas en la gran ciudad, donde las tienen que sufrir los propios políticos?
Ojo a la pista, porque si es eso, ya sabemos todos lo que hay hay que hacer y dónde. Y es una cuestión de imitación: con atascar, pero de veras, media docena de arterias de Madrid, puede ser innecesario incluso el broche de una suspensión del metro durante tres o cuatro horas.
La cuestión, parece, no está en la fuerza que seas capaz de aplicar, sino en el número de rehenes que seas capaz de tomar. Los controladores mordieron más de lo que podían tragar y se llevaron una hostia. Pero los taxistas pueden aguantar perfectamente un mes, o dos, sin trabajar. Pueden poner una caja de resistencia para pagar las multas. Pueden infernalizar una gran ciudad, bastante infernal de por sí, y amenazar con traer a España a los chalecos amarillos, porque por algo se empieza.
Y a Sánchez le va a faltar tiempo para que le tiemblen las canillas, como al presidente de la Comunidad y como al ayuntamiento. Porque para frenarlos hace falta mucha violencia y para contentarlos muy poco: su mordida, su libra de carne, su ampliación de la normativa retrógrada y parasitaria que los ampara, y a vivir que son tres días.
Los únicos que en realidad podemos mandar a los taxistas a dar conciertos somos los usuarios. El resto, ni está ni se le espera.