Cuando construyes una piscina

Imagina que tienes un chalé cojonudo. Moderno, amplio, con jardín, dos garajes, y lo que se te ocurra. Y un buen día se te ocurre que quieres hacerte una piscina, porque te apetece tenerla, verla, y que la usen tus invitados, aunque tú no sepas nadar.

Y oye, que además la piscina, aunque te cueste un huevo, porque te va a costar un huevo, revaloriza la propiedad y aumenta la tasación del conjunto, etc.

Pues bueno: cuando la construyas, acabarás aprendiendo a nadar, porque no la vas a tener ahí para nada. Y el que compra un coche, acaba sacando el carné de conducir si no lo tenía antes. Y después de sacarse el carné, se va de viaje, de excursión o de pícnic, movido por el hijo, la suegra o el cuñado.

Es ley de vida. Siempre funciona así.

Y con las armas pasa igual. Cuando nos gastemos una fortuna en modernizar y ampliar el ejército, siempre habrá alguno que crea llegado el momento de darle uso en algún tipo de aventura, o de cabezonería, o de concurso de mear más lejos o medirse las pollas.

No, joder, no aumentamos el gasto militar para aumentar nuestra seguridad. Lo aumentamos para aumentar la probabilidad de que algún tronado se sienta ofendido por algo o crea que hay una ocasión de robar o de influir en alguna parte. Lo aumentamos para, después de tener las armas, necesitar los soldados y que vuelva la mili; y una vez se tengan las armas y los soldados, se busca alguna movida donde emplear todo ese potencial que, de otro modo, estaría ocioso. Y a ver si con suerte no se les ocurre volver esas armas contra el pueblo, que tampoco sería una novedad.

Así que si no sabes nadar y no saben nadar tus hijos, de verdad, manda a tomar por culo la piscina. Gastarte la pasta en construirla no va a ser buena idea.