Cada ser vivo busca ante todo una cosa: sobrevivir. Un arbusto, una ardilla, un salmón, una anciana con bastones, un chaval nigeriano en una patera, una madre de familia católica, un senador. Todos roen, luchan, arañan cada brizna comestible de este atormentado planeta con esa única ambición común. Las plantas y los animales mueren, se secan, no germinan, desaparecen para siempre o prosperan en función del delicado equilibrio que explica la ciencia de las especies. Y gracias a ese equilibrio de fuerzas el tercer planeta del sistema solar se convirtió en un paraíso verde y azul, en una joya entre los infiernos de vacío interplanetario y las rocas ardientes o congeladas del resto de lo mundos.
Hasta que hace unos trescientos o doscientos mil años unos monos bípedos que devoraban y equitativamente eran devorados en el este de Africa sufrieron una nefasta mutación que les dotó de una ventaja competitiva tan enorme, tan descomunal, tan injustamente superior que perdieron su posición equilibrada en el ballet de vida y muerte con el resto de los seres para convertirse en una epidemia, la epidemia más mortal, más destructiva, imparable.. Y desde el primer momento.
Según las últimas investigaciones sobre la desaparición de la megafauna del paleolítico,los mamuts, osos de las cavernas rinocerontes de estepa y lanudos, ciervos gigantes,uros, tigres dientes de sable leones europeos, los primeros homo sapiens que colonizaron Europa tuvieron un papel determinante en su desaparición. Concretamente en el caso de los oso de las cavernas los humanos lucharon contra ellos durante miles de años por el control de la cuevas hasta su exterminación. En el caso de los grandes depredadores, como el león europeo , la desaparición de sus grandes presa por la caza humana y la destrucción de estepas y bosques por la roturación de tierras parece haber ayudado decisívamente a su desaparición.
Se cree que el ultimo león europeo habitó en algún lugar de los Balcanes antes de las invasiones dorias. El león de Nemea al que asesinó el héroe occidental Hércules recoge un pálido eco mítico de esto últimos ejemplares de un mundo para siempre perdido.
Desde el comienzo de la historia el ser humano se hizo amo irrestricto de la tierra, se multiplicó, taló, quemó, cavó, levantó y derribó. Transformó el planeta hasta el punto que hoy en día hay pocos lugares que no hayan sufrido el peso de su insaciable zarpa . Ninguno en Europa. Incluso los parajes protegidos, vacíos y silenciosos del centro de la península ibérica no son entornos naturales si no que han sido sutilmente creados a través de incendios, talas , selección de especies, difusión de ejemplares traídos por mar…
Nuestra angustia animal por un techo y un trozo de comida nos hizo explorar, arañar, mancillar cada pedazo de paraiso.
Como toda epidemia sin predador natural, la humanidad ahora se encuentra con ella misma ha creado su propio limite, que en la naturaleza llega siempre a lomos de la muerte.
En su osadía, en su falta de pudor, el hombre decidió no sólo esquilmar los bosques y los mares de su presente sino que se las ingenió para apropiarse de lo que los soles de hace millones de años hicieron fructificar, a través de sus cadáveres sepultados bajo tierra: el petróleo y el carbón. Los árboles, los helechos , los moluscos, los peces que el sol hizo medrar hace eones también han sido succionados a través de tuberias, envasados, vendidos, y quemados.
Su carne, su madera nacida y muerta en otra época también ha sido consumida hasta convertirla en humo. Y ahora ese humo del pasado, carne, madera y aliento de milenios ya pasados se une a nuestro humo, nuestro aliento de ahora, y hace arder lentamente el aire.
Porque el cambio climático no es sino el precio que pagaremos por haber comerciado con la energia de siglos enterrada en la profundidad de la tierra. La energia no se destruye, pero al usarse se degrada, se hace inutil, sucia.
La proliferación de seres en la naturaleza adquiere su equilibrio por la guerra de especies, por la muerte. A cada nacimiento, un cadaver.
El hombre, con su rebañar de las riquezas de cada plato que ofrecia el planeta, ha buscado , y conseguido durante siglos, hurtarse al destino de los demás seres vivos. Alargar la vida, multiplicarse, ocupar espacios vedados. Pero no hay nada divino en el ser humano. Su exito, si tal cosa es esto que vivimos ,no anticipa ningun destino predeterminado, ya dejamos de creer en dioses, sólo habla del efecto de su mutación exitosa, la inteligencia, en un mundo natural que no tenia respuesta contra esta ventaja brutal.
La Ciudad esbozada en Blade Runner cada vez se está haciendo más real. En el metro de una gran ciudad, caras de todos los colores, con todas la expresiones, de todos los orígenes. La Ciudad cada vez más poblada, sucia, sus recursos cada vez más estirados, la tensión entre los que tienen algo y temen perderlo y los que sienten que lo poco que tenían les ha sido arrebatado aumenta.
En el futuro que podemos esperar: calor, y detritos, menos espacio, menos agua. La humanidad afronta, lo sabe ya cualquiera medianamente informado, problemas cada vez más agudos mientras lo políticos esconden la cabeza, incapaces de decir la verdad o de siquiera verla. Los mas inteligentes callan, los más inmorales culpan a unos para conseguir el voto de otros. O se pierden en consideraciones morales que desvían la atención del problema y se acuestan con esa vieja mentirosa, la esperanza.
La crisis climática , la creciente inmigración descontrolada (sólo acaba de empezar, basta ver las proyecciones de población de Africa y Asia) , el aumento de la desigualdad, el ruido y la furia que viene. Nuestra única salvación es vernos como lo que somos, una planta invasiva, una epidemia que es preciso frenar.
Y los corolarios morales de todo esto, otro día. No es plato para cualquier paladar.