La compañía que hace la radio (Un relato)

Santiago encendió la radio para que le hiciera compañía mientras fregaba los cacharros. No eran todavía horas de adivinas y futurólogas, pero del aparato salió una voz empalagosa que se le pegó a la cara. Era la voz de alguien que hablaba mientras buscaba una avellana en una tinaja de miel. Una voz que podía matar a un diabético. Pero había que elegir entre aquello o la crónica taurina, porque en su casa no se cogía bien nada más. 

—A ver qué se cuenta esta —dijo Santiago en voz alta, antes de irse hacia el fregadero y echar el detergente en el estropajo.

La voz adhesiva comenzó a hablar de la importancia de los ángeles y las fuerzas superiores en el mundo, y de la sintonía entre la energía del universo y la energía personal. Quien trata mal a sus semejantes se polariza en sentido negativo, y no sólo lo paga con un empeoramiento de sus relaciones sociales, sino que se opone de manera electrostática y termodinámica a la energía del universo, con lo que perjudica su salud.

—Cojonudo, ¿pero con qué energía kármica despego yo las lentejas que se han quemado, eh? —repuso Santiago, que siempre contestaba a la radio a falta de mejor interlocutor.

La voz prosiguió inmutable: la armonía entre las partes del hombre, su vida exterior y su percepción interior del yo, entre su pensamiento y el medio ambiente que lo rodea, es capaz de crear un aura protectora que se proyecta al corazón vivo y consciente del planeta. Así, si la Humanidad fuera más feliz, los terremotos serían menos frecuentes y los huracanes una rareza.

—Si la gente se amara más se arruinarían los fabricantes de Viagra. Te ha faltado decir eso, chata —comentó Santiago mientras trataba de que no quedaran restos de huevo frito entre los dientes de un tenedor amotinado.

Pero la voz no parecía dispuesta a detenerse: el mundo es de los que aman. El mundo es de los que piensan en el prójimo para formar sinergias y empatías capaces de armonizar las energías y conducirlas a un estado de verdadera fuerza. Nuestras ondas cerebrales son energía, pero un sólo ser humano puede muy poco si se vale sólo de la propia. Es necesario sincronizar esas ondas cerebrales para emplear su fuerza en modificar el entorno, y la sincronía es imposible mientras cada cual piense únicamente en sus necesidades, porque el cerebro se bloquea y no queda abierto a la necesaria comunión de mentes.

—¿Y qué tal un orgasmo comunal para que despeje la niebla? Que ya estoy hasta los huevos de la puta niebla... —gruñó Santiago mientras acababa con los platos para pasar a los vasos.

La voz tomó la entonación propia de estar a punto de finalizar: por eso es importante controlarse y saber ser dueño de uno mismo. Conocer el propio estado espiritual y canalizar las propias fuerzas hacia la armonía. Si queremos realizar nuestros deseos, tenemos que aprender a dominar nuestras pasiones y controlar nuestro entorno. Para ser dueños del mundo debemos ser antes dueños de nosotros mismos. Dios es dios porque lo controla todo.

—Dios es dios porque se la suda todo. Si no, sería un puto contable —sentenció Santiago antes de decidir que, después de todo, prefería la emisora de los toros.