Si alguna vez sentiste que para pedir un permiso o hacer un trámite tienes que entregar cuatro papeles firmados, sellados y enumerados ante cinco ventanillas distintas para que al final te digan que falta un sexto formulario adicional, bienvenido al fascinante mundo de la burocracia o, como me gusta llamarla, la "burrocracia". Un mundo donde nada es realmente imposible, siempre y cuando tengas paciencia y tiempo infinito. Lo viví a través del utópico socialismo de la Unión Soviética y, en menor medida, en Corea del Norte.
A estas alturas casi todos sospechamos que la burocracia no es precisamente la mejor amiga de la eficiencia, salvo que seas un enamorado del intervencionismo estatal. Pero lo preocupante no es solamente la cantidad de dolores de cabeza que genera; lo peor es el daño profundo, serio y muchas veces irrecuperable que ejerce sobre nuestra libertad individual y la economía en general.
Veamos un poco más de cerca (pero no demasiado; tampoco queremos terminar deprimidos del todo todavía) por qué exactamente la burocracia empresarial pública es tan problemática y qué efectos produce en la sociedad y, especialmente, en nuestra mente.
Empresas públicas o "cómo fracasar sin que te pase nada malo"
Imagina un mundo mágico y maravilloso donde una empresa, sin importar lo mal que trabaje, jamás pueda quebrar. ¡Buenas noticias! Eso no ocurre en el mercado real, pero sí todos los días en el sector público.
Las empresas burocratizadas gestionadas públicamente ignoran alegremente el cálculo económico, ese pequeño detalle sin importancia basado en ganancias y pérdidas, y en cambio se guían exclusivamente por normas, reglas y procedimientos burocráticos interminables. No importa qué tan absurda o dañina sea una norma: mientras el papeleo esté correctamente archivado, todo estará en orden.
¿Resultado? Tenemos empresas públicas ineficientes e incapaces de adaptarse, enormes estructuras de costes altísimos donde personas trabajan por cumplir rutinas y no por satisfacer necesidades reales. Si alguna vez viste un proyecto estatal acumular retrasos y sobrecostes absurdos, ya sabes precisamente a qué nos estamos refiriendo.
Pero no culpemos a los funcionarios (al menos no a todos). Es que el propio sistema burocrático, con sus incentivos ridículos, falta de responsabilidad individual y ausencia de consecuencias reales, convierte la eficiencia económica en una especie de mito o leyenda urbana.
Las consecuencias psicológicas de vivir atrapado en trámites perpetuos
Puedo imaginar que alguien estará ahora mismo diciendo: "¿Pero tan grave es un poquito de burocracia? Si todo es cuestión de tener orden. Viva el Estado."
Claro, en principio suena inofensivo. Como el primer día que adoptas un gatito: inocente y pequeño. Pero déjale crecer y descubrirás que en unos meses puede destruir cortinas y sofás enteros. De igual modo, si le das tiempo suficiente, la burocracia termina por ahogar la estructura psicológica y emocional de individuos y comunidades enteras.
Veamos por qué:
1. La destrucción de la iniciativa individual
Cuando tus decisiones necesitan aprobación constante y cada movimiento implica llenar formularios dignos del Antiguo Egipto, ocurre algo obvio: dejas de mover un dedo por iniciativa propia. Al final, las personas con creatividad o espíritu emprendedor o se hartan y se van, o renuncian mentalmente y deciden hacer lo mínimo indispensable esperando tranquilamente la jubilación.
2. La uniformización y despersonalización de la gente
La burocracia no entiende casos particulares, no comprende circunstancias especiales. Su misión (sagrada, casi mesiánica) es que absolutamente todo y todos encajen en la misma casilla. ¿Es la realidad compleja? No te preocupes. La simplificaremos arbitrariamente para que encaje en nuestras normas.
3. El conformismo ante la mediocridad institucionalizada
Finalmente, cuando todas las decisiones están prefijadas, la mediocridad se convierte en estándar normalizado. Si nadie puede mejorar, sobresalir o plantear alternativas reales, ¿por qué tomarse la molestia siquiera de intentarlo?
Así se pierde el espíritu crítico, el pensamiento libre y la capacidad individual de mejora o innovación real. El daño no solo es económico (aunque duele en el bolsillo) sino también profundamente moral y psicológico.
¿Es posible un "burocratismo racional"? Spoiler: no lo es.
Algunas voces bienintencionadas (pero, sinceramente, algo ingenuas) creen que el problema es un “exceso” de burocracia y no su propia naturaleza estatista e intervencionista. Proponen lejanas utopías burocráticas perfectamente organizadas, procesos racionales, trámites ágiles, inteligencia artificial (qué podría salir mal)…
¿Pero las viste alguna vez en la realidad? Exacto, yo tampoco.
La solución no está en reformar la burocracia, sino en reducirla radicalmente o idealmente eliminarla cuanto antes. La idea no debería sorprendernos: cuando reducimos poder estatal, tareas que antes requerían infinitas regulaciones vuelven al ámbito privado, voluntario y responsable de gente común con sentido común (qué original suena esto, ¿verdad?).
¿Posible final feliz?
La vida es corta, demasiado corta como para desperdiciarla esperando frente a una ventanilla por un permiso absurdo. Quizás debamos recordar algo elemental: nuestras vidas personales, nuestros intercambios económicos voluntarios o nuestra energía creativa simplemente no necesitan aprobaciones en tres copias firmadas.
Si realmente adoras la eficiencia, la responsabilidad individual y la libertad (y si, al mismo tiempo, te agrada no perder la cordura), tienes una sola gran alternativa clara: menos burocracia, menos Estado, y más sociedad civil libre para decidir, actuar, equivocarnos y, por qué no, tener éxito por cuenta propia.
Piénsalo: sin tanto burócrata inútil que mantener con nuestros impuestos, quizás podamos invertir más tiempo solucionando problemas auténticos, lanzando empresas que funcionen, o en su defecto, disfrutando tranquilamente una tarde sin llenar papeles.
Casi parece demasiado bonito, lo sé. Pero créeme, algunos todavía soñamos con ello.