Aún me acuerdo de la angustia

Aún me acuerdo de la angustia de aquel Diciembre de 2014. No se trataba de que emprender me quedase grande, llevaba ya 12 años emprendiendo. Ya conocía de sobra la presión de lanzar algo nuevo. Me había formado con los mejores y había demostrado mi valía con mis clientes. Tampoco se trataba de querer dar un nuevo giro a mi carrera. Ya me había reinventado en otras ocasiones. Comenzar nuevos proyectos es algo que me encanta, lo que me suele pasar es que por el camino me aburro y suelo cambiar de dirección.

Pero tampoco era eso. No estaba aburrida. Estaba al comienzo de algo que llevaba tiempo queriendo hacer: mi propia escuela de Coaching. Estaba más que preparada con 2 Masters internacionales a mis espaldas y una certificación de la International Coach Federation como PCC. Además ya había montado otras escuelas y sus programas de certificación que eran un éxito. No, no era nada de todo eso. Pero la angustia me invadía.

Quedaba apenas una semana para que mi hijo regresase a casa de visita, hacía seis meses que había decidido probar a vivir con su padre en Austria y esas navidades quería aprovecharlas para estar con él. Trabaje muy duro todo el mes de Diciembre. Adquirí una plataforma de Webinar para poder tener los seminarios pre-grabados y que se emitiesen en el día y la hora planificados de forma que el lanzamiento ocurriese en automático durante las vacaciones de Navidad y así comenzar la formación de los nuevos alumnos después de Reyes. Había grabado todos los vídeos, preparado los embudos de venta, las secuencias de mailing, los videos de los anuncios para invitar a las personas a suscribirse a las Masterclasses gratuitas del lanzamiento... Había dormido una media de dos a tres horas diarias los últimos diez días. Pero ponto vería a mi hijo y podría descansar en vacaciones.

Pero esa angustia seguía. Taquicardias, nerviosismo, pérdida de apetito y dolor de estómago.

Se inscribieron más de 500 personas a la serie de Masterclasses. ¡Iba a ser un éxito rotundo! Con 20 personas llenaba el primer grupo, no cabía duda de que nada podía salir mal. Y sin embargo, esa angustia seguía ahí. Y las taquicardias, cada vez más fuertes y frecuentes.

Nada podía salir mal y sin embargo nada funcionó. La plataforma de webinar falló en cada una de las Masterclasses. Tenían miles de usuarios con ella funcionando y a nadie le habían ocurrido tantos errores técnicos como a mi. Fueron tantos, que pese a no tener el soporte contratado me lo dieron de forma gratuita. Los programadores no entendían lo que ocurría. Incluso detectaron dos instalaciones duplicadas en el servidor, algo que era imposible que ocurriese.

Tras cuatro días desesperados intentando arreglar aquello mientras me perdía estar con mi hijo, tras enfados y rabia que me impedían disfrutar, tras sentir que esas iban a ser las peores navidades de mi vida y que nada de lo planificado sería realidad, decidí soltarlo todo. Envié un e-mail a toda la base de datos y comuniqué que me iba a toma un descanso hasta finales de febrero.

Durante esos dos meses hice examen de conciencia y me di cuenta de que lo que hacía lo hacía por costumbre, porque es lo que se esperaba de mi, lo que se suponía que me había preparado toda mi vida para hacer, lo que me traería dinero, éxito y ¿felicidad? Pero en realidad era infeliz.

Sin embargo, había otra parte de mi que llevaba callada desde mi adolescencia y con la que había vuelto a conectar en 2009 que me gritaba que era hora de dar el salto. Un salto que me aterraba, porque nunca quise creer que tenía capacidades psíquicas.