Asignatura de Religión: ¡qué fácil es disparar con pólvora del rey!

Comienzan los obispos españoles a mostrar sus cartas tras la reunión con la ministra Celaá. Al señor Luis Argüello, secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE), no le gusta la posibilidad de que la clase de religión se imparta a primera hora de la mañana o a última hora del viernes. Tampoco le gusta que la religión deje de ser computable para la nota media, y por tanto para pasar de curso o incluso para pedir becas o acceder a la universidad.

Para este obispo, y para los demás pues parece que habla por todos, hay dos razones de peso para oponerse a estos cambios propuestos por la ministra. La primera es que acudir a clase de religión en estas condiciones, cuando los alumnos preferirían estar en casa, y más aún si no computa, será tarea de héroes. La segunda es que los acuerdos con el Vaticano establecen que esta asignatura de religión debe ser equiparable a otras asignaturas fundamentales (léase Matemáticas, Lengua, etc.)

 Pues son pobres argumentos, señor obispo. En cuanto al primero, quisiera yo hablarle de otros héroes de la escuela, pero no futuros, sino actuales. Son esos niños y adolescentes que precisamente eligen no asistir a esa asignatura de religión que usted defiende. Una opción comprensible si pensamos que en ella no se enseña ningún conocimiento fundamental, aunque usted diga lo contrario. Actualmente, esa asignatura es simplemente una clase de catequesis cuyo único objetivo es aumentar el rebaño de su iglesia, o al menos frenar en todo lo posible su ya irremediable caída. Como prueba basta aducir que sus profesores son designados de manera completamente distinta a los de otras asignaturas cuya importancia nadie discute. Los nombra usted con el único argumento de su fidelidad a las creencias católicas y el buen ejemplo moral (la moral de usted, claro) que demuestran en público. Y el sueldo lo pagamos todos,naturalmente, ¡qué fácil es disparar con pólvora del rey!

Pero es que, además, es bien sabido que esa nota de la asignatura de religión no se consigue con el mismo esfuerzo que las demás en la inmensa mayoría de los casos. El catequista ( no es un profesor en sentido estricto) se encarga de organizar, asiduamente, excursiones, actividades lúdicas, sesiones de cine, etc. Y no parece que la evaluación sea posteriormente una prueba difícil, sino que las notas, desde aprobados a sobresalientes, se consiguen a veces con facilidad pasmosa.  Y mientras, observamos a estos otros héroes actuales que no asisten a esa catequesis, acudir a clases que sí son evaluables. Y son evaluados de conocimientos que, si son de verdad relevantes, deberían impartirse a todos los alumnos y no sólo a ellos. O bien, cuando no existe esa alternativa a la religión ( qué mal suena esto como nombre de asignatura), se les obliga a perder el tiempo en horario escolar, practicando actividades inútiles.  Se supone que estaría mal que hicieran algo útil pues ¡les daría ventaja frente a los que están perdiendo el tiempo en catequesis!

 

En cuanto al segundo argumento, basta recordar la génesis de esos acuerdos, a los que se quiere dar el rango de ¡tratado internacional!, como si el miniestado teocrático del Vaticano pudiera equipararse a un estado de verdad. Esos acuerdos son en esencia preconstitucionales; negociados y pactados con autoridades cuya presencia venía dada por sus orígenes en la dictadura nacionalcatólica franquista, y que pusieron por delante los intereses y prebendas de la iglesia católica en vez de un auténtico desarrollo de la democracia. Hasta la constitución fue redactada en términos que justificaban todo ese desaguisado. Y ya sabemos lo que pasó: son lentejas, si quieres las comes y si no las dejas. Y ahora pretenden que nos traguemos que esos nefandos acuerdos justifican que el Vaticano tenga autoridad en la elaboración de los planes de estudio de todos los cursos de la enseñanza en España.

La única solución razonable es denunciar esos acuerdos predemocráticos y eliminar la catequesis de la escuela española. Algo coherente con una enseñanza laica que no debe estar condicionada por ninguna ideología ni creencia y con la progresiva secularización de la sociedad española. Con esa promesa accedió  Pedro Sánchez al gobierno, aunque parece que ahora le tiembla la mano y no tiene intención de llegar tan lejos. Tampoco hay que sorprenderse. Seguiremos clamando las verdades.

 

Salud