Una agente inmobiliaria sin escrúpulos y unos peculiares inquilinos: una vidente y un narco

Rebeca era la clásica agente inmobiliaria con voz cálida de locutora de radio que pincha música en una radio comercial y que va de enrollada, cuando en realidad va a lo suyo, solo a lo suyo y nada más que a lo suyo. Ella creyó que por contarme los secretos del sector inmobiliario en interminables conversaciones telefónicas, se había ganado mi confianza. Cuando para ella, los propietarios como los inquilinos somos carne de matadero al olor del dinero.

Muchas personas tienen prejuicios contra las agencias inmobiliarias pero es que hay algunos “agentes inmobiliarios” han desprestigiado el sector por su arribismo y falta de escrúpulos. Era el caso de Rebeca.

Yo alquilo locales comerciales y lo alquilo barato en una ciudad de la provincia de Pontevedra que supera los 50.000 habitantes y ahí paro de contar.

Los conocimientos inmobiliarios de Rebeca no me aportaban gran cosa, yo también había tenido que actuar como agente inmobiliario freelance y mostrar mis locales comerciales vacíos a los posibles interesados. Y por supuesto, tengo algunos conocimientos sobre construcción, reformas, marketing, publicidad, etc. Hoy por hoy, no hace falta ser un API (Agente de la Propiedad Inmobiliaria) para ser un agente inmobiliario. Cualquier persona puede montar su propia agencia inmobiliaria.

Rebeca siempre me hablaba que tenía potenciales clientes para ocupar los locales que estaban vacíos pero todo quedaba en agua de borrajas. Solo me consiguió un cliente y me cobró la comisión inmobiliaria en negro; “Si te paso factura, tienes que pagar más”, se justificaba.

Pasados unos meses de contacto,ésta vez sí, Rebeca intentó colarme a una vidente que afirmaba ser amiga suya como candidata a inquilina en uno de mis locales. El precio no era el problema, pero la factura de los locales comerciales llevan IVA 21% y una retención del 19%. Esta vidente, no quería pagar esos conceptos; porque supuestamente estaba jubilada y quería cobrar en dinero negro a sus clientes y de paso no perder la pensión de vejez.

Hablando en plata, me estaba exigiendo que hiciese un contrato de arrendamiento ilegal, como si la propiedad fuese suya y no mía. Me he topado con más de algún agente inmobiliario que se creen que lo tuyo es suyo y tú no pintas nada, y eso no lo consiento. Rebeca me cuenta que la mujer no puede ejercer como vidente por no ser una actividad regulada y yo le corregí. En su día, el famoso vidente Octavio Aceves había removido cielo y tierra en España para que su profesión no formase parte de la economía sumergida, que estos profesionales pudiesen pagar impuestos y cobrar la pensión.

Expresé mi desinterés con las condiciones que me imponía la inmobiliaria. Le pregunté que por qué esta vidente no consultaba en su propia vivienda y así se ahorraba el lío de alquilar un local comercial. Y ella me responde que ella no quería que quedasen las “malas energías” que dejaban sus clientes en su propia casa. Ajá, la vidente quiere además dejar “malas energías” en el local de mi propiedad y no en su casa. Todo un detalle por su parte, debería incrementar la renta de alquiler a este tipo de inquilinos por los residuos almacenados en el local a causa de esas “malas energías”.

Le seguí dando largas a Rebeca, al igual que la protagonista de la película “Atracción fatal”, no quería dar por terminada esta relación comercial. “¡Ahora, ¡Escúchame a mí!” “¡Escúchame a mí! Me gritaba como si fuese la niña posesa por demonios de la película El Exorcista. Y eso fue lo que hice, escucharla y hacer oídos sordos a todo lo que decía, sentencié con voz suave y firme: “Yo no voy a a hacer nada que me perjudique.” Era una conversación telefónica, yo no le veía el rostro, pero sentí que le cayó un jarro de agua bien fría sobre su cabeza y se dio cuenta de qué no había nada qué hacer. Tuve la intuición que me la iba a jugar otra vez y no me equivoqué.

También me dieron ganas de decirle lo siguiente: Si esa vidente es tan amiga tuya, te alquilo el local con factura y su correspondiente IVA y retención y tú, se lo realquilas a ella cómo te dé la gana, y el marrón en caso de impago o inspección de Hacienda te lo comes tú.

Días más tarde, Rebeca me llamó posteriormente, pidiéndome disculpas por el trato, fingió hacer las paces conmigo, haciéndome ver que era una mosquita muerta incapaz de tocarme más los cojones. Hasta me pidió permiso para poner un cartel, a lo que accedí sin mucho entusiasmo.

Más tarde, Rebeca se la jugó a todo o nada. Me llama por teléfono y me comenta que tiene un inquilino muy interesante para esa misma oficina, y me dijo su nombre y apellido, que era un empresario importante con mucho dinero y muy amigo suyo, y me lo decía con tono jocoso. Acepté quedar para enseñarle la oficina. Pero después de la llamada telefónica de Rebeca, tuve la ocurrencia de buscar el nombre de este importante empresario en Google y descubrí que había sido condenado por narcotráfico, no por transportar un kilo o dos kilos de cocaína en el maletero de su coche, no; fue condenado por transportar dos toneladas de cocaína en un barco pesquero. Unos narcos le habían convencido dada la situación económica precaria que él atravesaba y después, al chivarse en el juicio, tomaron algunas represalias contra él, como enviar unos sicarios y darle una paliza, por poner un ejemplo.

No me quedó claro si esta persona se había reinsertado y abandonado el mundo del narcotráfico. En caso negativo, el local sería destinado a una empresa legal y pantalla de las que muchas que hay en Galicia y que blanquean el dinero del narcotráfico. Yo una vez, comí en un pizzería en Sanxenxo y una chica del pueblo, me comentó. Ese restaurante es de la viuda de un narco. A mí los narcos no me caen bien, su negocio enferma y mata a mucha gente, además de causar problemas de corrupción y de delincuencia. Habrá arrendadores que no tengan problemas de conciencia en alquilar locales a narcotraficantes si son para empresas de apariencia legal, pero yo no. Cuanto más lejos estén de mí, mejor que mejor.

Lo gracioso, es que por “amigos comunes”, Rebeca se enteró que yo ya estaba al corriente que su amigo empresario era narcotraficante. Así que, cuando ella vino acompañada de la secretaria de éste a visitar el local, ella ya era consciente que había quedado al descubierto. Ni la recibí en la entrada, cómo suelo hacer con otros, pero decidí seguir el juego.

En un momento dado, le pregunto a Rebeca: ¿Ese empresario a qué se dedica? Y la agente inmobiliaria hace un gesto con las manos, echando balones fuera: “Es... ¡empresario!... La verdad, él abarca muchas cosas” y cuando termina de decir esto: tanto Rebeca como la secretaria de ese empresario se echan a reír delante de mí sin explicarme el chiste; porque ya estaba al corriente y no me hacía ni puñetera gracia. Por las carcajadas, deduzco que este empresario sigue dedicándose a actividades ilegales.

Me hizo otra jugarreta más y me dejó tirado durante media hora con lluvia y otros tormentos. Y recibí una llamada telefónica de ella, diciendo que la interesada no va a venir a ver el local por problemas de agenda, y que le sabe mal que siga esperando, con un humor sarcástico.

Esta vez, Rebeca agotó mi paciencia: La bloqueé por correo electrónico, bloqueé su teléfono. Me dejó un mensaje por Whatsapp haciendo ver que era una Diosa que tenía el poder sobre mi vida y mi muerte: “Las cosas son así, otro día mi cliente verá la oficina con calma". La fiebre matriarcal de algunas mujeres causa más estragos que el Coronavirus . Decidí bloquear su cuenta de Whatsapp también.

Por desgracia, no vivimos lejos el uno del otro. ¡Qué más quisiera! Y ahora tengo que aguantar a varios intentos frustrados de esta tía, de acercarse a mí por la calle, mientras yo proseguía mi paso, haciéndole un gesto con la mano para que se aleje. Rebeca debe tener muchos admiradores y pretendientes; porque he visto arrancados varios carteles de su inmobiliaria pegados a los cristales de locales vacíos, entre ellos el mío, que reconozco que lo arranqué por mi cuenta.

¿Dónde sucedió esto? En la provincia de Pontevedra. ¿En qué ciudad? Me da vergüenza ajena confesarlo: ¿Pontevedra? ¿Vigo? ¿Pontevedra? ¿Vigo? No sé, no recuerdo ¿Pontevedra? ¡Qué más da!

¿Por qué escribo este artículo? Por amor. Te quiero Rebeca…. pero a mil putos kilómetros de distancia.