13 razones para que te dé igual tanto votar como no votar

Las 13 razones que iremos desgranando son las siguientes:

1. Tienes más probabilidades de que te toque la lotería que de que tu voto suponga algún cambio en el resultado.

2. Votar no es la única manera de influir.

3. Los ciudadanos no pueden saberlo todo.

4. El teorema de la imposibilidad de Arrow.

5. Las preferencias individuales no son infalibles.

6. Ley de hierro de la oligarquía de Robert Michels.

7. No vivimos en una democracia, sino en una partitocracia.

8. Los peores siempre llegan al poder.

9. Tradicionalmente la izquierda suele abstenerse más que la derecha.

10. La gente vota por reacción y no por convicción.

11. "En política se vota al menos malo".

12. Votar a partidos minoritarios.

13. Argumento moral.



1.     Tienes más probabilidades de que te toque la lotería que de que tu voto suponga algún cambio en el resultado:

En España (…), nuestro voto, para ser relevante, tendría que ser capaz de influir en la asignación de un escaño. ¿De verdad nos creemos que los escaños en determinadas provincias se van a dilucidar por un solo voto? Si no es así, si los escaños que están en juego no terminan estándolo por un solo voto, nuestro voto ni si quiera determinaría un escaño, y si no determina un escaño, no tiene ninguna influencia sobre el congreso. Pero es que aun cuando nuestro voto fuera a determinar un escaño —y la probabilidad de esto es extremadamente baja— para que de verdad nuestro voto fuera decisivo, ese escaño, a su vez, debería ser decisivo para tomar determinadas decisiones, determinadas políticas en el congreso. Si lo único que conseguimos es que el bloque de la izda. pase de 155 a 156 diputados, o el bloque de la dcha. de 150 a 151 (…) nuestro voto no habrá tenido ninguna relevancia práctica. (…). En EE.UU. la estimación de cuán decisivo puede llegar a ser un voto (…) oscila entre 1 entre 10 millones y 1 entre 1.000 millones. Por tanto, es más probable que te toque la lotería a que tu voto tenga alguna influencia.

Supongamos la siguiente escena: el genio de la lámpara se le aparece al político de un partido que está sentado cómodamente en el sofá de su casa, y le propone regalarle un solo voto a cambio de que, tan solo, baje hasta la puerta del portal. ¿El político se tomaría la molestia de bajar por tan un solo un voto? ¿Para qué? ¿De qué le serviría, si es extremadamente improbable que uno solo decida algo?

Contra esto suele argumentarse que esta idea es muy jeta, porque claro, “si todo el mundo hiciese lo mismo…”, “si todo el mundo pensase: ‘para qué voy a ir a votar, si total no sirve para nada…’”. Pero este argumento no es válido, porque el único voto que una persona puede llegar a controlar es el suyo propio. Que yo vaya a votar o no, no va a influir en el voto o no voto de los demás. Y esto nos lleva al siguiente punto.

2.     Votar no es la única manera de influir: por ejemplo, si después de leer este artículo, cuatro personas que suelen acudir a las urnas, pensasen que es mejor no votar, entonces yo habría ejercido un poder de influencia mayor que el que me otorga mi voto.

3.     Los ciudadanos no pueden saberlo todo: al elegir a un partido político determinado lo hacemos pensando que este mejorará nuestras vidas, pero ¿en base a qué conocimientos hacemos esa inferencia? Para saber realmente de política, para saber las implicaciones reales, a corto, medio y largo plazo que tendrán las decisiones que tomen aquellos a los que otorgamos nuestro voto, deberíamos dedicar una cantidad ingente de tiempo a formarnos. Los ciudadanos, normalmente, o votamos por intuición, de una manera similar a como funcionan los prejuicios o los estereotipos, por ideología (porque hemos generado una identificación con un partido “x” el cual sentimos que nos representa en algún sentido) o por reacción (para que no ganen los otros). Es decir, el voto REALMENTE consciente, el que conoce VERDADERAMENTE las probabilidades de lo que puede o no suceder, de que las medidas que se vayan a tomar sean realmente las mejores a largo plazo, etc., es tremendamente infrecuente, porque es terriblemente costoso en tiempo y esfuerzo.

4.     El teorema de la imposibilidad de Arrow:

Fue el Premio Nobel de Economía Kenneth Arrow, fallecido a los 95 años el pasado martes, quien hace más de medio siglo se encargó de demostrar que no existe nada parecido a una volición colectiva: al contrario, lo único que existen son preferencias individuales que, como mucho, podrán agregarse mediante procedimientos arbitrarios que, en consecuencia, darán lugar a preferencias colectivas igualmente arbitrarias.
Ilustrémoslo con la paradoja de Condorcet, la cual sólo supone un caso particular de la denuncia más general que efectuó Arrow. Supongamos que un “pueblo” está compuesto por tres personas —1, 2 y 3— que han de escoger entre tres opciones políticas —X, Y, Z—: 1 prefiere X a Y e Y a Z (resumamos tal escala de preferencias como XYZ), 2 prefiere YZX, 3 prefiere ZXY. ¿Cuál es la voluntad general de este pueblo? Pues depende de cómo optemos por agregar las preferencias de los tres individuos que lo componen, esto es, dependerá de cuál sea la “regla electoral”: X es preferido a Y por dos votantes (1 y 3); Z es preferido a X por dos individuos (2 y 3); Y es preferido a Z por dos individuos (1 y 2). Ninguna opción, pues, cuenta con más apoyo social que la otra, de modo que el resultado final estará sujeto al criterio de agregación utilizado: si, verbigracia, el procedimiento establece que primero hemos de escoger entre X e Y para, en una segunda ronda, elegir entre la opción vencedora y Z, será Z la que termine ganando (en primer ronda ganará X y en segunda Z); si, en cambio, primero votáramos entre Y y Z, y luego entre la ganadora y X, entonces la opción vencedora sería X (primero ganaría Y y luego X). La voluntad del pueblo, pues, no sólo depende de lo que quieran los integrantes del pueblo, sino de cómo se agregue su voto: y no hay un método para agregar su voto que sea inherentemente preferible a otro (¿por qué votar primero entre X e Y o entre X y Z?).
Esta última es, de hecho, la aportación crucial de Arrow. El economista estadounidense demostró que no existe ningún método de agregación de preferencias individuales que cumpla simultáneamente las siguientes características mínimamente exigibles a cualquier regla electoral general: universalidad (la regla electoral ha de ser capaz de agregar cualquier conjunto de preferencias individuales), racionalidad (los resultados agregados que nos proporcione la regla electoral han de ser completos y coherentes), unanimidad (si todos los ciudadanos prefieren una opción política a otra, agregadamente también debería preferirse ese opción política), independencia de alternativas irrelevantes (nuestras preferencias sobre Z no deberían influir a la hora de escoger entre dos alternativas X e Y) y ausencia de dictadura (la voluntad general no debe mimetizar la voluntad individual de un determinado votante, sino que ha de permitir diversidad de resultados electorales según cambien las preferencias de los diversos electores). Esto es lo que se conoce como “el teorema de la imposibilidad de Arrow”.
En unas elecciones parlamentarias o presidenciales, este problema es muy claramente observable: en EEUU, Trump salió elegido presidente ‘a pesar de’ perder en voto popular (de modo que, con otra distribución de electores por estado, Clinton podría haber ganado); en España, otros sistemas electorales habrían podido encumbrar a Rajoy a una mayoría absolutísima o hundirlo a una situación mediocre. Todo ello sin necesidad de que ningún ciudadano cambiara el sentido de su voto.
Acaso este problema sea menos visible en los referéndums como el Brexit o el acuerdo de paz con las FARC: ahí sólo se plantean dos opciones y la mayoritaria gana. Pero incluso en esos casos, la agregación es relativamente arbitraria, ya que depende de la mayoría cualificada que se exija para cada opción o de cómo se formule la pregunta. Por ejemplo, si se hubiese requerido una mayoría cualificada para el Brexit o si se hubiese formulado la pregunta de un modo radicalmente diferente, entonces la opción del Remain podría haber triunfado aun con los mismos votos.
En suma, no existe nada parecido a la “voluntad del pueblo”: existen preferencias individuales —en muchos casos irreconciliables— que se sintetizan de formas más o menos arbitrarias, arrojando resoluciones democráticas por las que las mayorías se imponen sobre las minorías. Y si la democracia no expresa nada parecido al interés general de la sociedad, no habrá ninguna necesidad de que la democracia nos conduzca a ningún resultado óptimo para el conjunto de la sociedad: simplemente nos llevará al resultado que logren imponer aquellas coaliciones mayoritarias de individuos que mejor sepan explotar las reglas de agregación electorales.

5.     Las preferencias individuales no son infalibles:

Si la democracia apenas constituye un procedimiento por el que las mayorías imponen sus preferencias sobre las minorías, el contenido de esas preferencias de la mayoría de ciudadanos será determinante para conocer la dirección en la que se orientará la comunidad política. Si la mayoría de ciudadanos muestra una fortísima aversión hacia los extranjeros, la democracia arrojará políticas xenófobas; si la mayoría de ciudadanos muestra complacencia hacia la corrupción, los gobernantes más corruptos serán recompensados (o no penalizados) en democracia; si la mayoría de ciudadanos son partidarios de expoliar a las minorías, el robo será institucionalizado por la democracia; si la mayoría de ciudadanos son partidarios de ir a la guerra contra otros grupos en el interior o en el exterior de sus países, la democracia convalidará la guerra incluso con reclutamiento forzoso de las minorías pacifistas.
Por consiguiente, para que un estado no adopte políticas abiertamente disparatadas o incluso criminales, no bastará con ser un estado democrático, deberá ser un estado democrático inserto en una sociedad formada por personas con unos rectos valores morales y con un adecuado volumen de información sobre las distintas cuestiones debatidas. De este modo, suele decirse, la deliberación democrática nos conducirá a descubrir algo así como el “interés general” o el “bien común” dentro del que cabremos todos.
Por desgracia, es dudoso que exista algo así como un concepto único de “interés general” que todos deban terminar abrazando. Aun dejando de lado que muchas personas sólo intentan esconder su interés egoísta detrás de la cortina de humo del interés general, lo cierto es que incluso las personas bienintencionadas poseen visiones muy divergentes sobre qué es el interés general. Cristianos, musulmanes, budistas o ateos no coinciden en su definición de “buena sociedad”; socialistas, nacionalistas, conservadores o liberales no coinciden en su definición de “buena sociedad”; primitivistas, ecologistas o transhumanistas no coinciden en su definición de “buena sociedad”. Por consiguiente, aun en el mejor de los supuestos, la democracia sólo sería un procedimiento para imponer a las minorías el concepto mayoritario de bien común.

6.     Ley de hierro de la oligarquía de Robert Michels:

Según el sociólogo alemán, toda organización amplia necesariamente será regida por un minoritario directorio oligárquico, por muy democrática y participativa que pudiera ser su inspiración de origen. Y los partidos políticos no son una excepción sino acaso una de sus más flagrantes confirmaciones: las masas no pueden (ni quieren) dirigir continuamente la vida diaria de una formación con la suficiente rapidez, agilidad y eficacia que resulta necesaria, de modo que deviene imprescindible delegar el poder en profesionales de la política. Pero la especialización y sofisticación de las funciones políticas inevitablemente conlleva la concentración del poder en manos de los cuadros dirigentes: éstos se instalan en sus puestos volviéndose indispensables para que la maquinaria del partido siga funcionando y desde tales cargos toman diariamente decisiones sin consultar a las masas de afiliados, esto es, se acostumbran a hacer uso del poder como si fuera el ejercicio de un derecho personal. Es más, los dirigentes no sólo se sustraen de la dirección de las masas, sino que crean una jerarquizada burocracia fuertemente sometida a sus órdenes e integrada nepotistamente por personal de su más estrecha confianza.
Toda organización burocratizada, pues, termina abriendo una brecha entre gobernantes y gobernados, siendo los primeros —como minoría organizada, coordinada y cohesionada— los que dominan a los segundos —como mayoría desorganizada, descoordinada y dispersa—. Esa es la ley de hierro de las oligarquías: toda organización compleja será copada por una oligarquía que la dirija (oligarquía que, evidentemente, podrá ser derrocada, pero sólo para ser reemplazada por otra).

7.     No vivimos en una democracia, sino en una partitocracia:

Aquellos que hacen las leyes son los jefes de cada partido. Los que tienen la hegemonía política y los únicos sujetos políticos que hay en España son los jefes de cada partido, que pactan entre ellos para hacer gobierno, que nombran a los miembros del congreso y que encima eligen a los miembros del Consejo General del Poder Judicial que elige al Tribunal Supremo y al Tribunal Constitucional. (…) ¿Qué es lo que falta? ¿Qué es lo que no constituye política ni constitucionalmente a la democracia en España? La democracia formal, que se instituye fundamentalmente a través del principio representativo, que existen en los regímenes representativos, el parlamentarismo inglés, por ejemplo, y la separación de poderes, que es la que evita que el poder del ejecutivo sea tiránico, despótico y esté controlado, en esta caso, por el legislativo y viceversa.

En otras palabras, en España no hay: 1) separación de poderes; 2) representación ciudadana; 3) independencia judicial. Es decir, en España no hay una democracia, porque para que la haya han de darse estos tres requisitos mencionados. Como decía Antonio García Trevijano:

En las Constituciones del Estado de Partidos no hay un solo concepto que responda a la realidad. La soberanía no está en la Nación, el Parlamento o el Pueblo, sino en el Estado. La representación política de la sociedad no existe en el sistema de elección proporcional. Por fidelidad de partido, la reacción anticipada del elector es imposible. No hay separación entre poder legislativo y ejecutivo, ni existe poder judicial independiente. De hecho, se ha suprimido el debate parlamentario previo a la aprobación de las leyes. Ha desaparecido la responsabilidad política no vinculada a la judicial. No hay control del gobierno en comisiones parlamentarias con mayoría del partido gobernante. No existe libertad de voto del diputado bajo mandato imperativo de su partido. La iniciativa legislativa está en manos de grandes empresas privadas. No hay lealtad al público en el funcionariado, ni garantía institucional de la financiación de los derechos sociales.

Otra característica de la partitocracia es el nivel de disciplina interna dentro de los partidos. Esto se denomina disciplina de partido (“el control que los líderes del partido tienen sobre sus miembros del partido en la legislatura. Romper la disciplina partidaria en las votaciones parlamentarias puede dar lugar a una serie de sanciones, como no ser promovido a un puesto en el gabinete y perder otras ventajas del escaño o la negación de participar en la lista del partido en las próximas elecciones”).

De este modo se impone a los cargos electos la obligación de acatar las decisiones de su partido, del partido al cual representa en su cargo público, pudiendo única y excepcionalmente votar según su conciencia y su libre opinión en contadas ocasiones, muchas veces rompiendo la disciplina de partido de este modo.

Esto mismo ya lo contó José Bono después de ser presidente del Congreso de los Diputados:

Quien ha sido presidente del Congreso de los diputados sabe que en el Congreso quienes mandan son los jefes de fila, los mandamases. (…) En mi experiencia de cuatro años, nunca me sorprendió que en el pleno ocurriera algo distinto que lo que hubieran dicho los portavoces. Es que tenemos un sistema que desde mi punto de vista hay que modificar, y concretamente la ley electoral, porque si no, acabarán prefiriéndose a los diputados mansos que a los críticos. Y se podría llegar incluso a percibir que un diputado que es crítico, es desleal. Y esto tiene unas consecuencias malas, porque la ley permite, incluso prohíbe la Constitución, el mandato imperativo. Cada diputado es libre para hacer lo que le parezca, pero yo he llegado a la conclusión, primero, que no se hace, que se puede hacer, pero yo creo que el diputado que fuese muy crítico probablemente no repetiría, y esto es algo que aleja a la política de la ciudadanía. Y en este sentido reivindicar la política es hacer que el poder resida en los diputados.
Me preguntaron en una ocasión en una conferencia: “usted que ha sido diputado, ¿qué tendría yo que hacer para ser diputada?”, me preguntó una periodista... Le dije: “hágase usted amiga de quién hace las listas, que es mucho más importante ser amiga de quien hace las listas que ser amiga de los electores”. Eso es así y eso no es bueno.

Por último, como dijimos arriba, los políticos no representan al ciudadano:

Imagina que yo quiero comprar un coche y por las razones que sean no lo quiero comprar personalmente. Y le digo a Rubén, oye Rubén, cómpralo por mí, te apodero para que tú compres un coche. Rubén coge los 10.000 euros que cuesta el coche y (…) me dice que con lo de Nissan se ha concienciado del medio ambiente y que en vez de comprarme un coche me va a comprar un caballo. Imagina que yo no pudiese hacer nada para evitar que Rubén me comprase un caballo y que yo me tuviese que comer el caballo con patatas. Lógicamente, la gente me diría: tú ahí no tienes poder, el poder lo tienes cuando, después de decirme esa tontería Rubén, yo podría decirle: “te revoco el poder, tú ya no puedes hacer esto en mi nombre”. Y, sin embargo, con la clase política no sucede eso. Tú le votas para que consiga algo, una vez elegido puede hacer lo contrario y tú no tienes ninguna posibilidad de revocar ese poder.

8.     Los peores siempre llegan al poder:

Se preguntaba Hayek en “Camino de Servidumbre” por qué siempre son los peores individuos quienes llegan al poder. La respuesta que ofrecía el Nobel austriaco era que la acumulación de poder atraía a aquellas personas especialmente arrogantes y faltas de escrúpulos como para detentarlo; en cambio, las humildes y cultivadas que conocían las limitaciones de su propia razón a la hora de dirigir sociedades amplias y complejas se autoexcluían del proceso político.

9.     Tradicionalmente la izquierda suele abstenerse más que la derecha: este un argumento que se escucha mucho por estos lares y diría algo así, suponiendo que sea cierto que la izquierda suele abstenerse más que la derecha y el votante sea de izquierdas: “vota, porque si no lo haces estarás otorgando poder a la derecha”. El problema que le veo a este argumento es que si la persona se abstiene de votar, entonces, no será tan de izquierdas, porque si lo fuese verdaderamente, iría a votar. Es decir, una persona puede abstenerse de votar fundamentalmente por dos razones:

1) Porque pasa olímpicamente de política, porque se ha quedado dormido… (lo que se llama “abstencionista”).

2) Porque conscientemente decide no votar, porque no siente que ningún partido le represente, porque no quiere legitimar el sistema… (lo que se llama “abstencionario”).

Por tanto, si se dice que el votante de izquierdas se ha abstenido, necesariamente ha de ser abstencionista. Por tanto, tendremos que concluir que: o bien es un vago de izquierdas o bien es un pasota, y si es esta última, ni tan siquiera podríamos llegar a decir que es de izquierdas, porque si pasa de la política, ¿cómo podemos saber su signo ideológico? Por tanto, todos los votantes de izquierdas que se abstienen deberían unos tipos que se han quedado en casa durmiendo la mona.

10.  La gente vota por reacción y no por convicción: los políticos intentan dividir a la población (“cuidado que viene el fascismo”, “cuidado que viene el comunismo”). Muchísima gente vota por miedo, vota contra otro partido. Los políticos intentan decirnos constantemente cuáles son nuestros problemas. De hecho, les interesa generar la percepción de que hay problemas que son terribles (epidemias de machismo, inmigración…) para que les votemos porque ellos pondrán solución a los mismos. Esto es un mecanismo de distracción para que no nos fijemos en la oligarquía en la que se han convertido.

11.  “En política se vota al menos malo”: si el argumento es este, entonces la persona, por dignidad, debería dejar de votar, porque esto es similar a decir: “de estos cuatro ladrones prefiero que me robe este porque es el menos malo”.

12.  Votar a partidos minoritarios: el problema de este argumento es que, o bien este voto no vale para nada porque no obtienen escaños, o bien, si los obtienen y el deseo es apoyarlos para que en el futuro tengan más poder, de manera indefectible, terminarán jerárquizándose y corrompiéndose, como dijimos más arriba, porque el sistema está hecho de tal modo que la corrupción es la norma.

13.  Argumento moral: votar significa decidir sobre la vida de los demás. Cuando votamos estamos votando políticas públicas que afectarán a la vida de otras personas además de la nuestra, y uno no tiene derecho a decidir cómo los demás han de vivir sus vidas. Contra esto suele argumentarse que sí que hay lugares y momentos en la vida en los que no queda otra que decidir, por ejemplo, por mayoría, debido a que hay problemas que son inevitablemente comunes, como es el caso de una comunidad de vecinos. A este respecto:

Hay que distinguir entre una comunidad de vecinos y el Gobierno de un Estado. Aquí el modelo que ha desarrollado el pensador Nassim Taleb de “localismo fractal” tiene pleno sentido. Lo que dice es que en nuestras vidas hay distintos ámbitos de decisión, por ejemplo, en EE.UU. tenemos el ámbito federal, el ámbito de los Estados, el ámbito municipal, y finalmente, el ámbito familiar. A cada uno de esos ámbitos le puede corresponder un tipo de gobierno y de legitimidad gubernamental distintos. Taleb dice que en el ámbito federal hay que ser libertario, es decir, hay que oponerse a que 350 millones de personas decidan en común cómo cada uno tiene que vivir sus vida a un nivel tan sumamente agregado. Y es que no hay nada, o prácticamente nada, quizás la defensa, que deba ser necesariamente decidido por 350 millones de persona. Las decisiones que tomen 350 millones de personas sobre cómo deban vivir sus vidas 350 millones de personas son perfectamente separables en decisiones a menor escala, en decisiones sobre las que cada cual tenga un mayor poder de decisión. Y, por tanto, ¿por qué hemos de renunciar al poder de decisión sobre nuestras vidas y entregárselo a un cuerpo gigantesco que ni pincha ni corta a la hora de definir cómo yo he de vivir mi vida? En el ámbito estatal que en EE.UU sería algo así como el ámbito autonómico español, donde sí que puede haber alguna competencia que tenga sentido prestar de manera colectiva, de manera comunitaria, y por tanto, donde sí pueda tener sentido votar, decidir a la hora de cómo se configura esa política, Taleb dice que hay que ser republicanos, es decir, que hay que otorgarle un ámbito decisorio muy estrecho al poder político y en todo caso que ese ámbito decisorio esté totalmente controlado por contrapesos, como la separación de poderes, para evitar que esos políticos que se arrogan en esas competencias mínimas abusen de su poder y hagan un mal uso de las mismas o traten de ampliar su ámbito competencial, su ámbito de poder. En el ámbito municipal, Taleb aboga por que seamos demócratas. En la medida que va a ver muchos servicios que ya sí son de naturaleza irreductiblemente común, hay que participar activamente a la hora de decidir la dirección de esos servicios. Y en el ámbito familiar, Taleb aboga por que seamos socialistas, es decir, por que haya una planificación central dentro de la familia, que es, en definitiva, como viven la mayoría de las familias.

 

FUENTES:

Lotería y argumento moral: youtu.be/W4hCB0nGk6s

Teorema de la imposibilidad de Arrow: blogs.elconfidencial.com/economia/laissez-faire/2017-02-27/la-voluntad

Preferencias individuales: blogs.elconfidencial.com/economia/laissez-faire/2016-12-30/democracia-

Ley de hierro de la oligarquía: juanramonrallo.com/no-es-belleza-es-poder-oligarquico/

Partitocracia:

youtu.be/liTbuGa4bZ8

es.wikipedia.org/wiki/Partitocracia#:~:text=El término partitocracia .

Entrevista a Bono: youtu.be/MsNdrBzgEiQ

Hayek: www.libertaddigital.com/opinion/editorial/por-que-los-peores-llegan-y-