Puede ser que en Barcelona hayan aprendido cómo apestan los lodos de depuradora. En comarcas ya lo conocemos. No es sólo que huelan peor que el estiércol e incluso peor que los purines, sino que contaminan con metales pesados la tierra y los acuíferos. Y, si no están bien estabilizados biológicamente, también pueden producir bacterias tóxicas en el aire. Su uso es legal, por desgracia, en agricultura, aunque en el País Vasco lo prohibieron, en 2013, en la mitad de su territorio agrícola, en las zonas protegidas.
Portada
mis comunidades
otras secciones
A veces, se me descruzan los cables y lanzo al aire, bien lejos, una flexa embebida en zumo de amor y coraje. Bien lejos, con la ilusión puesta en que sortee los campos minados de mentiras y de falsas promesas con que nos entretiene esta sociedad del espectáculo.
A veces, una mujer o un hombre, o una niña o un niño, o un abuelo o una abuela, tocan mi alma con una sonrisa, un gemido, un grito o un sollozo. Y siento que son auténticos. Y me emociono. Todavía.
En esta sociedad del espectáculo, a veces uno tiene que morir para ser oído, ayer conocí a la Gata Cattana porque murió de un ataque al corazón, dicen, ayer la oí recitar y cantar y gritar “somos jóvenes pero no somos idiotas”, con sus veintiséis años iba “a lomos de Rocinante combatiendo a magnates que son peor que cien gigantes”.
Se fue muy joven, demasiado joven, de “esta celda... esta España que rezuma desvergüenza”. Todavía creía “en una idea, todo lo demás es estar muerto”.
Tenía “una misión en este mundo, te juro que la cumplo aunque eso suponga mi último destino”, “Apúntate las señas, que partimos, tenemos to' lo que necesitamos, la boca y las manos, los mimos, que no se diga que no lo intentamos...”
Gracias, gata Ana, Gata Cattana.