#2 Corregido. Gracias, se me había pasado el detalle al copiar el título.
Apenas deja uno atrás las quebradas de Despeñaperros y se interna en antiguas tierras de la morisma, los olivos dibujan sobre la piel de la tierra un paisaje a rayas que tiene mucho de industrioso y poco de campo bravío. En Jaén, se han pasado sus buenos siglos poniendo olivos a poco que hubiera suelo y trabajándolos, como aprendió cada cual de sus mayores, para obtener un fruto que, luego, a fuerza de prensa e hilando fino con alquimias de ritmo lento, da lugar a ese aceite virgen extra que se viste de verde y oro cuando lo embotellan. La memoria no da para echar cálculos del tiempo que llevan los naturales de por allí afanándose en esa tarea. Siglos enteritos y un buen pico, sin exagerar, incluyendo en la cuenta un cambio de era al que le pilló la cosa ya adelantada. Tanta labor, como no podía ser de otra manera, ha dejado su impronta en el paisaje, conformándolo según los patrones de una agricultura que pide escuadra y cartabón para tirar líneas; también en los olores, que le imponen al entorno fragancias no siempre delicadas; lo digo mayormente por el alpechín o jalima, claro, un residuo líquido de color negruzco, derivado del proceso de producción del aceite, que huele a pestes más que a rayos, sobre todo cuando aprieta el calor. Otra cosa tiene el olivo que no lo favorece: su mala sombra. Penita da verla. Y todo por culpa de una copa desmadejada que no acierta a cerrarle al sol las vías de las que se sirve para cumplir su aspiración de tocar suelo. De resultas, los rayos del astro rey se filtran a través de las hojas, como dardos, dejando flechado, igual que a un san Sebastián, a todo cristiano al que se le ocurra, que ya es ocurrencia, protegerse de la chicharrera bajo la arboladura de sus ramas. Le falta a la sombra del olivo, raquítica y despeluchada, lo que le sobra a la del castaño, o sea, unas apreturas que no le dejen resquicios al Lorenzo para andarse con juegos. Por ese motivo el castaño resulta un árbol muy propicio para combatir las calorinas estivales mientras el olivo se queda corto en esa misma tarea. No podemos pedirle al pobre imposibles. Ya resulta un milagro que soporte sus penas sin quebrarse, porque bajo la corteza le bulle un fondo de mucho tormento que lo lleva a retorcerse como un ángel caído. Esa es la razón por la que, cuando lo ponen a formar filas dentro de una hilera, crece echando los brazos al cielo con mucha desesperación y aullando un quejío silencioso, que, de tener voz, cantaría por martinetes o seguidillas. Su alma leñosa es toda ella un ovillo de nudos y escorzos que mezcla la savia con el reconcomio de soportar, año tras año, que le devuelvan los favores de su prodigalidad bajándole la carga a palos.La cosa viene de antiguo porque el olivo, ahí donde lo vemos, es un árbol milenario cuyo origen, que sabemos antediluviano gracias al relato de Noé, no se ha visto libre de adornos literarios que dejan siempre en el tintero, queriendo o sin querer, cualquier mención al inicio de los maltratos. Allá por el siglo V a. C., en el Ática y aledaños se creía a pies juntillas, o eso daban a entender sus naturales a los forasteros, que el olivo lo había introducido en la región la mismísima Atenea, divinidad olímpica a la que le distinguían, entre otras cualidades, sus refrenos de puritana. El relato continuaba diciendo que los lugareños, por agradecerle a la diosa un regalo que les abría las puertas del comercio internacional y de la alta cocina mediterránea, decidieron proclamarla oficialmente su patrona así como ponerle al poblachón de calicanto y barro que habitaban el nombre de Atenas en su honor. Al menos eso dice la leyenda, a la cual, como al resto de fábulas y hablillas de la Grecia clásica, hay que concederle el crédito justo porque es bien sabido que los homeros y los hesíodos de antaño cargaban cualquier tontuna con tintes mitológicos para tirarse el pisto de poetas ante sus enemigos persas, ¿o no eran persas, todavía, sino una purrela de pueblos bárbaros?En realidad, tanto da que da lo mismo que los tales fueran persas, tirios, troyanos o bárbaros del infierno porque, en Jaén, que es el epicentro por dónde comenzaron y siguen mis divagaciones, el común no se ocupa de movimientos de pueblos rayanos con la prehistoria ni se alarga contando milongas sobre diosas vestidas con peplum. Ya tienen bastante con ocuparse de lo suyo, principalmente del olivar, que es un bien inestimable al que hay que tratar con mucho arte arreándole las tundas justas a su debido tiempo para aliviarlo de peso y volverlo a su ser. Más de uno se ha dejado los lomos en esa tarea lo mismo que otros han sudado la gota gorda en el afán de agrandar el patrimonio olivarero poblando con un sinfín de plantones tanto las cuestas de los cerros como el fondo de los valles. El esfuerzo ha merecido la pena y gracias al olivo el espacio jienense -Despeñaperros abajo- viste hoy una piel verdeoliva que se extiende en todas direcciones otorgándole al paisaje hechuras de tierra próspera y amena.https://joseangelaparicio.blogspot.com/2022/07/olivos-de-jaen.html
El cine bélico tiene su punto. Hay algo en el desarrollo de la acción que nos pone a mil: desembarcos a tumba abierta en playas ocupadas por enemigos, soldados reventados que te salpican con la vida recién perdida, duelos en las alturas entre aviones que se buscan la cola los unos a los otros, fuego artillero batiendo trincheras fangosas que son el preludio de la tumba... Un largo etcétera de episodios violentos que elevan nuestros niveles de adrenalina a la par que hacen menguar la provisión de palomitas. Lo bueno es que, una vez acabada la sesión, se encienden las luces de la sala rompiendo el hechizo de una realidad fingida y devolviéndonos a nuestra vida ordinaria sin un solo rasguño.A veces, sin embargo, la guerra no es un episodio de hora y media en la pantalla sino la realidad palpable de muros abatidos y la perspectiva, más que probable, de dejarse el pellejo a la vuelta de cualquier esquina sobre un camastro de escombros y ferralla. Es el caso, sin ir más lejos, de Ucrania. Vaya tela. Apenas hemos dejado atrás la maldición del coronavirus cuando nos despertamos a una pesadilla en la que, de nuevo, el filo de la guadaña dibuja un arco mortal sobre nuestras cabezas. Por ahora, las violencias nos duelen en cuerpo ajeno, lo que no quita para que el triste espectáculo al que estamos asistiendo nos resulte igualmente brutal, desolador, inhumano y bárbaro. La guerra, tal como la vemos en los medios minuto a minuto es un ejercicio sin épica que somete las ciudades a un plano raso y convierte cada palmo de suelo en un cementerio improvisado para inocentes a los que la muerte les adelanta su hora.Visto desde ese prisma, resulta lógico que nadie quiera la guerra. Ni los ucranianos, ni los rusos, ni nadie. Ni siquiera Putin, me digo. Y quiero confiarme a esa esperanza desde la presunción, no exenta de recelos, de que no estamos en presencia de un enajenado al que le ponga palote dejar las urbes reducidas a barbecho, si bien los casos de Kiev, Mariúpol o Járkov parecen demostrar lo contrario. Con todo, sigo concediendo a regañadientes que Putin no es un lunático metido a cafre ni un cafre desahogándose en la piel de un lunático. ¿Entonces? ¿Cómo explicar la exhibición de músculo y vesania con la que ha decidido castigar a sus vecinos? En mi opinión, la razón principal de la conducta del presidente ruso estriba en que, siguiendo el hilo de un relato histórico forjado en la escribanía de un falsario, considera que "los rusos y los ucranianos son un solo pueblo, un todo único", lo que le otorga, según parece que entiende, derecho de enmienda sobre el statu quo actual a fin de volver a la situación de antaño, cuando los habitantes de los territorios que forman la hodierna Ucrania le besaban las puntillas de las enaguas a Catalina la Grande. Pero Putin, sobra decirlo, no puede mover las rayas que dibujan el marco de su país sobre el mapa, ni retrotraer los fundamentos de la nación rusa hasta el medievo sin faltar a la verdad histórica. Pero eso es justo lo que pretende, lo cual me lleva a la siguiente reflexión: no hay nada más peligroso que un nacionalista acérrimo reclamando fronteras en virtud del cuadro dibujado por un pretérito perfecto que siempre juega a su favor. Llevado de su intransigencia, y poniendo siempre por delante el bien supremo de la patria, considerará lícito dejar a un lado cualquier tipo de escrúpulo moral para confiarse a la tarea de eliminar a todo aquel que se obstine en estorbar su proyecto sacrosanto.Putin pertenece a esa ralea de gente y supone un inmenso peligro porque le suma a una ideología, ya de por sí perniciosa, la posesión de un arsenal nuclear con el que podría, puesto a las bravas, desencadenar un holocausto de proporciones bíblicas que convertiría la tierra en una yincana para las cucarachas. La historia del siglo XX nos advierte contra tipos de su misma catadura; todos ellos dejaron una estela de destrucción y muerte a su paso. De momento, él, por cumplir el expediente que lo acredite en el gremio, ha desatado todas las furias sobre Ucrania a fin de rendirla a la fuerza y dejarla a su merced. Luego, una vez logrado su objetivo, ¿quién sabe? Todo indica que tiene hambre de más y que, si le damos cancha, podría volver a las andadas en otra parte. Por eso resulta necesario encontrar el modo de detenerlo sin pasar a mayores y sin dejar a Ucrania abandonada a su suerte. Difícil ejercicio de ponderación que nos obliga tanto a probar sus límites políticos y morales como a valorar la firmeza de nuestra unidad y nuestros principios. La cosa pinta fea; de aquí a dos días, si fallamos en el cálculo de los riesgos, podríamos vernos inmersos en una guerra total. Como suena. Y, mientras tanto, Putin, a su bola, sigue enviando nuevos peticionarios de asilo a las puertas mismas del más allá sin respetar civiles ni distinguir entre mayores y niños.https://joseangelaparicio.blogspot.com/2022/03/la-guerra-barbara-de-putin.html
La mayor parte de los mamíferos tienen cola, eso salta a la vista. También nosotros, como miembros de esa gran familia, la tuvimos antaño, aunque a día de hoy sólo nos queda de ella un triste recuerdo, el coxis, que sirve para bien poco. Un nuevo estudio científico, recién publicado en la revista BioRXiv, afirma que los homínidos -humanos, gorilas, orangutanes, chimpancés y bonomos- perdimos la extremidad posterior de forma repentina hace 25 millones de años por culpa de una mutación genética. Al parecer, a inicios del Mesozoico, la coincidencia de dos fragmentos del ADN, llamados transposones, formó un bucle que impidió procesar la proteína encargada de estirar la cola hasta donde señala el buen gusto, y, así, de la noche a la mañana, nos vimos privados de ella para siempre.Fue una faena en toda regla. La cola era el elemento que nos permitía andar bien seguros por las ramas de los árboles para gozar a capricho de los placeres frutales. A partir del momento en el que los transposones nos dejaron el trasero raso, todo fue de mal en peor. Por ahí nos vino la perdición. Tuvimos que echar pie a tierra y nos vimos forzados a comer tubérculos, bayas y raíces duras, así como a inaugurar el bipedismo -¡qué incordio!-, y a tallar cantos de cuarcita para fabricar armas con las que defendernos de los depredadores que acechaban a ras de suelo. Para rematar la jodienda, el descubrimiento de las herramientas líticas nos abrió la posibilidad de partirle la crisma al vecino cuando traspasaba la raya imaginaria de nuestra santa paciencia o en aquellas otras ocasiones en las que pretendíamos obtener de él, sin acuerdo y a las bravas, algo de lo suyo que anhelábamos. Fue así como caímos en la tentación de la violencia, la cual, recién encontró un resquicio por donde colarse, nos llenó las venas de una furia altamente inflamable que nos puso en el camino de una evolución fatal: de las primeras masacres y de las degollinas medievales al horror atómico y al conflicto de Vietnam, con su olor a napalm. Destrucción, estragos, crímenes, pillajes, desolación...; cainismo en estado puro y sin paliativos.No es que estuviéramos abocados a perder la cabeza desde el principio. Hubo otras posibilidades merecedoras de mejor suerte. Podríamos haber escogido, por ejemplo, la alternativa de los bonobos –nuestros primos hermanos en el proceso de hominización- que se especializaron en resolver sus conflictos sociales dándole al mambo cosa fina. Los bonobos perdieron la cola al tiempo que nosotros, pero mitigaron la pérdida organizando un eroticón en el que todos se rozaban con todos para darse gustito y consolarse mutuamente. Así, claro, se aliviaban las tensiones entre los individuos y no había un dios al que le quedasen después ganas de liarse a hostias con el prójimo. Pero nosotros -los humanos, digo-, en lugar de atender a lo que sabe cualquier necio, preferimos optar por la vía de una civilización que puso sus cimientos sobre las carcasas, reducidas a fosfatina, de todos aquellos que fueron pasto de masacres, exterminios y carnicerías.Urge corregir esa deriva histórica para volver al amparo de unos árboles que eran nuestra gloria bendita. La cosa, a mi entender, pasa por recuperar el apéndice que perdimos antaño y que nos facultaba para realizar acrobacias entre las ramas a despecho del vértigo. Ya sin cola, quisimos convencernos de que éramos la especie elegida porque el cerebro se nos fue de madre, pero, con todo, siempre nos quedó la propensión a mirar al suelo desde lo alto. ¿Quién no ha soñado de niño, cuando uno, libre aún de convenciones atiende mayormente al instinto, con tener una casa entre los árboles? Todos, en el fondo de nuestro acervo genético, tenemos todavía algo de arborícolas y, por eso, al que más y al que menos, le han venido alguna vez ganas de tarzanear entre los brazos de una encina o ha sentido la necesidad de curarse un disgusto escondido entre la fronda de un castaño. Nuestra querencia natural siempre apunta tronco arriba. Por esa razón, a fin de recuperar el Paraíso arbóreo que nos llama desde el fondo recóndito de nuestra condición ancestral, tenemos que idear lo imposible por echar de nuevo la cola que nos garantizaba su disfrute. Los avances genéticos podrían ayudarnos en esa tarea. Se me ocurre ahora, según escribo, que tal vez el hombre se ha dotado de ciencia justo para darse la oportunidad de recuperar la dichosa extremidad al cabo de los milenios. A lo mejor, no todo está perdido y cabe apañar algún remedio dándole dos vueltas a la trama del genoma. Es sólo cuestión de proponérselo, tirar de ganas y echarse un ratito largo en el laboratorio.https://joseangelaparicio.blogspot.com/2021/12/darle-al-mambo-como-los-bonobos.html
Lepanto es un golfo griego, estrecho y largo, en cuyas aguas tuvo lugar una batalla famosa que dejó una pila de muertos -unos ahogados; otros no-, un manco ilustre y un fondo marino sembrado de pecios. Traigo el argumento a estas líneas porque, este año, se cumple el 450 aniversario de la cosa, y VOX, que siempre anda a la búsqueda de efemérides con las que regalarse una alegría, ha presentado en el Congreso, aprovechando la ocasión, una propuesta para que el gobierno impulse una batería de medidas que se fijan como meta dar pábulo al conocimiento de aquel hito histórico.A los Abascales & Cia se les pone cuerpo de jota rememorando aquella “victoria cristiana sobre el Islam” que mandó a miles de hijos de Mahoma a servir como pasto de los marrajos. Ellos se sienten los herederos legítimos de los vencedores y, por eso, buscan seguir zumbándole la badana, aunque sea en el terreno simbólico o ideológico, a cualquiera que asome la calva con un Corán en la mano. Rodríguez Zapatero propuso en su día aquello de la alianza de Civilizaciones, que era un ingenio retórico de vuelo corto, pero animado, al menos, de buenas intenciones. VOX le ha dado la vuelta a la idea y nos propone la rebatiña de civilizaciones, una especie de reverso de la fuerza que nos anima, como españoles, a mirar con inquina a quienes rezan mirando a la Meca. Lo cual explica, ahora que caigo, la actitud beligerante que adopta ese partido en la ciudad de Ceuta contra aquellas formaciones políticas que se muestran sensibles o proclives a las demandas de la comunidad musulmana. Todo se trata de dejarles bien clarito que los musulmanes viven de prestado en tierra hostil y que, en el solar patrio, los españoles de ley –siempre cristianos- se las han tenido tiesas con la morisma desde tiempos de don Pelayo.VOX no concibe que un español se declare musulmán. “Español” y “musulmán”, en el diccionario con el que se manejan los dirigentes y simpatizantes del partido verde, son términos antitéticos, algo así como electrones que se repelen por naturaleza. VOX se incardina en una tradición decimonónica que defiende la esencia católica del alma nacional. Y de esa burra no se apean por más que les digan. Menos mal que la Constitución le cortó las puntas al viejo relato esencialista y le negó al nacionalcatolicismo militante, todavía en boga, el derecho de veto a la hora de repartir títulos de españolidad; lo cual, al parecer, tiene a muchos enervados porque, a fin de cuentas, no se hizo una reconquista de ocho siglos para acabar hermanándose con los antiguos enemigos. Es evidente que existe todavía un amplio sector de población que ve con malos ojos, por ejemplo, que una musulmana como Fátima Hamed, abogada y diputada regional ceutí, se tenga por tan española -españolísima, diría yo- como el que más, incluido el propio Santiago Abascal; faltaría.Las reflexiones que preceden venían a renglón seguido de lo de Lepanto, batalla naval del siglo XVI que a VOX le pone mucho. Quiere esa formación política, vuelvo a decir retomando el hilo por el inicio, que el estado se gaste un potosí en celebrar aquella victoria como dios manda, y, además, que la más alta ocasión que vieron los siglos, como la calificó Cervantes, no se quede sin comentario laudatorio en los libros escolares. El señor Abascal siempre anda quejoso porque, en su opinión, no se estudia en los colegios la Historia de España con el suficiente empeño. Tiene razón. No hay más que escucharle para caer en la cuenta del déficit que arrastramos en la materia. Yo me atrevo a proponerle que, a fin de salir del bache y dar ejemplo, se aplique un trago largo de su propia medicina; o sea, menos política y más Historia, no ya de España, que es un cachito que se queda cojo a solas, sino de la única verdadera: la Historia Universal. Nos evitaríamos vergüenzas como la del sábado pasado cuando, durante el transcurso de un acto organizado en Ifema, en Madrid, nuestro líder ultra hizo gala de lo que ignora, llegando a atribuir la obra de la conquista de América nada menos que a la nación española. Con dos cojones. Sobra decir que, en el siglo XVI, la “nación española”, tal como la concebimos ahora, ni siquiera estaba en ciernes. Pero eso él no lo sabe. Pena, penita, pena de hombre. Lo dicho: menos política y más Historia.Contra lo que pudiera suponerse, los excesos retóricos del señor Abascal no son fruto de un arrebato ni de los delirios causados por una mala fiebre, sino el resultado de chutarse en vena una sobredosis de ese nuevo nacionalismo, un revival de morriones y picas, que no siente el menor sonrojo en proclamar como palabra de Dios las revueltas de un discurso rancio superado desde hace años por la historiografía. El caso americano, por seguir sobre lo mismo, resulta paradigmático de cómo se abre una brecha entre el conocimiento riguroso del pasado y la gestión que hace del mismo el nacionalismo a la hora de articular sus relatos identitarios. Tiene razón el historiador Pérez Vejo cuando señala que la memoria colectiva española ha reducido la presencia de España en América a una historia de descubridores y conquistadores. Para muestra el botón de VOX, que se empeña en blanquear los sepulcros de las glorias imperiales y misioneras sin conceder valor alguno al mundo indígena, que no fue otra cosa, tal como se ve desde el prisma de la formación ultra, sino la arcilla sobre la que los españoles dejamos la impronta de nuestro genio. Esas ínfulas de superioridad, que denuncian la existencia soterraña de alguna frustración adolescente, explican la soberbia con la que el señor Abascal se ha permitido dirigirse a Méjico, estado soberano desde 1821, para exigirle en términos conminatorios la limpieza de la tumba de Hernán Cortés. ¡Ole, ole y olé! Que se advierta que la madre patria todavía mea donde se le antoja. ¡Ojo al parche! Se perfila el duelo del siglo. López Obrador ya encontró su par en la otra orilla del charco: se llama Santiago Abascal, viste chupa de militroncho y no suma un sólo voto templando aguas.https://joseangelaparicio.blogspot.com/2021/10/rebatina-de-civilizaciones.html
El viernes, la prensa abría con una noticia de impacto en portada: la detención de Puigdemont en Cerdeña. No hubo periódico, ni telediario, que se sustrajera al tirón mediático del suceso. Tanto así, que el asunto, incluso, dejó en un segundo plano las evoluciones del volcán de Cumbre Vieja, en La Palma, el cual, tirando de lava y fumarolas, seguía sembrando la destrucción a ritmo lento de tortura. Pero el protagonismo, digo, se lo llevó de largo, muy a su pesar, el expresidente de la Generalidad.La detención se produjo en Alghero, ciudad costera de la isla de Cerdeña, llamada coloquialmente la Balçaruneta en atención a que fue repoblada por catalanes tras expulsar de la misma, allá por el siglo XIV, a los genoveses. El apunte histórico y el sobrenombre de la ciudad ya nos dejan entrever que el destino cumple con la erótica imperialista que eleva el soufflé de todo nacionalista catalán. Puigdemont, como expresidente del maremágnum, no podía dejar de poner el pie en un lugar con tanto morbo; máxime cuando daba inicio en la plaza el Aplec international Adifolk, una especie de festival folclórico pancatalanista al que le sobran declaraciones políticas de alto voltaje. Y, si no, ojo a la afirmación que se vierte en la introducción del programa de festejos: “Cataluña es un país de siete millones y medio de habitantes situado en la Europa Mediterránea, que ha gozado de soberanía durante setecientos años y, a pesar de haberla perdido, ha mostrado siempre su voluntad de recuperarla”. Tres líneas escasas resultan suficientes para ponerle los pelos como escarpias a cualquier historiador que tenga un mínimo de luces. Pero a los organizadores de Adifolk, lo mismo que a Puigdemont, les importa poco la rigurosidad histórica porque ellos están a otro rollo, que es el de construir una identidad nacional que busca sus raíces antes en la seducción del mito que en el conocimiento del pasado.Imagino que, a los italianos, en su mayoría, no les habrá hecho ni pizca de gracia que un prófugo, por muy expresidente que sea de lo que fuere, vaya a montarse una jarana, o un happening soberanista, en una isla del país. Porque de eso, y no de otra cosa, iba la fiesta. A las pruebas me remito: el programa de festejos, ya mencionado antes, dice a propósito de Alghero, que “con 43.831 habitantes, representa un 0.03% de los habitantes de los Países Catalanes”. ¿Perdón? Yo hubiera jurado que Alghero -l’Alguer en catalán- es una localidad italiana, y estoy por jurar ahora que, en el palacio del Quirinal, y en Montecitorio, no albergan dudas sobre ese extremo. Pero, al parecer, Puigdemont, y la troupe de Adifolk, tienen una idea distinta a la que rige en general. Si por ellos fuera, pondrían la ciudad, lo mismo que el resto de la isla, bajo la sombra de la senyera. En ese propósito, parecen contar con el beneplácito del alcalde del lugar, Mario Conoci, que es otro que comulga con ruedas de molino y se permite algunas licencias poéticas de difícil valoración. «Dopo tutto, Alghero è un pezzo di Catalogna», ha declarado a los medios con motivo de la celebración del festival de marras. Pues nada, signore sindaco, como guste vuecencia.La detención de Puigdemont, de momento, ha sido flor de un día. A las veinticuatro horas del arresto, el juez de turno decidió ponerlo en libertad a la espera de que el tribunal competente decida sobre su extradición a España. Pasado el susto, habrá podido asistir a la "Mostra de les diferents Federacions de cultura popular de Catalunya", o a cualquiera de los múltiples actos, de semejante coloratura, que se han celebrado entre el 24 y el 26 de septiembre en la localidad sarda. Yo no sé si lo de Puigdemont tiene o no recorrido judicial y, a decir la verdad, me importa un bledo. El personaje, visto tanto del derecho como del revés tiene pinta de mojama a efectos políticos. En cualquier caso, la liberación le ha procurado un soplo de vida pública y una excusa, que ni pintada, para proclamar ante los medios, a su salida de la cárcel de máxima seguridad de Bancali, que el estado español no pierde la ocasión de hacer el ridículo. Lo dice un fulano que, cuando vio la cosa cruda, tomó las de Villadiego y no tuvo mejor ocurrencia que elegir como punto de fuga la ciudad de Waterloo, que es un sitio, como todo el mundo sabe, donde los soñadores de imperios pierden las ínfulas a cañonazos. A eso se le llama tener ojo clínico. De seguir en esa deriva, yo le aconsejaría, si las cosas finalmente pintan bastos, que escoja la isla de Santa Elena como etapa final de su trayectoria. Es un destino recóndito y discreto donde los cadáveres políticos pueden jugar al cinquillo con el fantasma de Napoleón mientras dejan que los pudra el aburrimiento. No encontrará sitio mejor llegado el caso.https://joseangelaparicio.blogspot.com/2021/09/el-weekend-de-puigdemont-en-cerdena.html
El abrazo de Vergara es famoso, o lo era antaño, porque selló el final de una guerra que había dividido a los españoles por un tema de herencias al trono y de formas de entender la vida. Al cabo de dos siglos casi, la imagen de otro abrazo, este de ayer mismo como quien dice, ha logrado el efecto contrario, esto es, dividir el país en dos bandos: uno formado por aquellos que buscan en el gesto una intención reprobable; otro, mayoritario, integrado por los que no ven en el mismo nada digno de tacha. Los protagonistas del episodio –una veinteañera española, voluntaria de la Cruz Roja, y un joven senegalés recién llegado a nado a la playa del Tarajal, en Ceuta– no pretendían notoriedad, pero un objetivo indiscreto grabó el instante del encuentro y las imágenes de esa toma se hicieron virales apenas tocaron el umbral de la opinión pública. La chica se llama Luna; el chico, Abdou. No hacen falta más detalles para cuadrar el tema y que todo el mundo me siga el hilo.El suceso, a decir la verdad, me había pasado desapercibido hasta hace poco porque vivo sin vivir en mí, empeñado en mover los mojones de Babia para traer la linde lo más cerca posible. O sea, que para cuando quise enterarme del caso, el argumento ya estaba pasado de moda y había dejado de formar parte de las conversaciones corrientes. De todas formas, decidí que me convenía ponerme al día sobre el lío para evitar que se me pudiera quedar cara de lelo si, por casualidad, el tema volvía a tocarse alguna otra vez en sociedad. A tal efecto, eché mano de prensa atrasada y busqué en Youtube la grabación del abrazo, que es, como quien dice, la madre del cordero. Ahora ya estoy al tanto de la polémica; lo suficiente, al menos, para apreciar, a toro pasado, que, de no haber mediado interferencias extrañas, la lectura de los hechos nunca habría derivado en una tremolina como la que nos ocupa: ¿qué problema hay en que una joven ofrezca un gesto de consuelo a un inmigrante desolado?El problema, al parecer, es que hay gente que se empeña en mirar la realidad con anteojos de castigo. Por ahí, ya vamos caminito de entender de qué va el rollo. Y el rollo va, en sustancia, de que Abdou es un inmigrante senegalés, negro como el tizón, y, para más inri, musulmán. O sea, la tarjeta de presentación idónea para que la carcundia local afile sus pullas al objeto de poner a caldo al recién llegado. A Adbou, le han acusado, mayormente, de aprovechar el abrazo para alargar el roce hasta donde la honestidad pierde los papeles, o, por decirlo a la pata la llana, de ponerse sobón con su partenair. Entre los defensores de la teoría del magreo no sólo se cuenta la habitual canalla anónima que rebulle en las redes; también se ha sumado a la misma, motu proprio, gente de cierta fama; por ejemplo, un periodista de renombre, cuyas neuronas, de un tiempo a esta parte, se obstinan en ofrecer lo peor de sí mismas, o la cofundadora de cierto partido político que obtuvo carta de naturaleza durante un aquelarre. A ambos, en el caso concreto que nos ocupa, a falta de una miaja de ternura, les ha sobrado mala leche.Si hablamos de Luna, también ella ha recibido lo suyo. Ha pagado el precio de asistir a un prójimo en apuros sin pedirle por anticipado que le mostrase algún título de ciudadanía con el que justificar su esfuerzo. Los mismos que cargaban contra Abdou en las redes sociales por tener las manos muy largas, se han cebado con ella acusándola de pretender levantarle al maromo ese apéndice de la moral que tiene vida propia a base de cariños y arrumacos. Los que tiran por esa vía, queriendo o sin querer, alimentan su inquina buscando tralla en el mito erótico, profundamente racista, de la dama sureña insatisfecha que, en el calor de la noche, acudía a las cuadras de las plantaciones de algodón, a hurtadillas de su marido, para entregarse al vicio con su esclavo mandingo, mejor dotado que el consorte. En ese plan, ya se puede hacer idea cualquiera del tenor de los comentarios que le han dedicado a nuestra cooperante en el mentidero virtual. Hay timbas, tugurios y prostíbulos de medio pelo donde la clientela se maneja con lenguajes más refinados. Sobra decir que la grabación del abrazo desmiente la patraña sobre las zalamerías de la joven, igual que pone en su sitio las mentiras sobre el comportamiento de Abdou, lo que me lleva a preguntarme qué tipo de mente, o demente socializado, echa el día inventando y divulgando tales infundios, y con qué propósito bastardo se afana en ese empeño. Hay que tener el alma muy fea para apelar a bajezas como tratar de buscona, o similar, a una joven que, por aliviar la desgracia de un semejante, obra como se entiende que debe hacerlo un cristiano de ley, o, simplemente, una buena persona. Probablemente, sus críticos habrían preferido que hubiera recibido a Abdou a tiros, o, por lo menos, arreándole un par de hostiazos recién puso la planta del pie sobre suelo patrio.Llegando al final, sólo me resta manifestar mi estupor por el hecho de que un contubernio de maledicentes haya inyectado pornografía a una escena que, de cualquier otra forma, obviando sesgos febriles y malintencionados, pasaría por piadosa sin la menor objeción en cualquier reunión arcedianal, o, si se prefiere, por hacerle un guiño a las políticas de género tan al uso, en cualquier convento de monjas ursulinas. Esa tropa que digo es la misma que trata de mafioso a cualquier cooperante y que, puestos a elegir, prefiere, antes que destinar recursos en apoyo de los inmigrantes que llegan a nuestras fronteras, desayunarse con la noticia de pateras naufragadas en alta mar. Los hay que hacen votos para ingresar en el infierno de cabeza.https://joseangelaparicio.blogspot.com/2021/06/el-abrazo-del-tarajal.html
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En 1894, el urbanista Arturo Soria puso en marcha un proyecto visionario en el que primaban los espacios verdes. Hoy, sus casas de principios de siglo están en vías de demolición
El Instituto del Servicio Exterior de Estados Unidos (FSI) ha clasificado los idiomas por grados de dificultad para los angloparlantes.
Rocío Monasterio tiene ojos de garduña, sonrisa de monja chunga y un corazón de sílex al que sólo le arrancan chispitas los requiebros de su marido. Va por la vida construyendo lofts y sembrando la semilla del odio donde encuentra abono. No se corta a la hora de manifestar que no le gustan los menas. ¿Menas? La palabreja tiene su intríngulis. En realidad, se trata de un acrónimo, una especie de frankenstein lingüístico, que se usa para referirse a los menores extranjeros no acompañados. Los acrónimos, a veces, tienen su gracia y, otras, maldita la gracia. El que nos ocupa, es de estos últimos. Nació de las entrañas del odio con la intención de señalar como indeseables a esos niños y adolescentes que entran en el país sin tutela y sin papeles. Y, puestos a señalar, nadie lo hace con más ahínco ni convicción que Rocío Monasterio.Rocío Monasterio ha puesto en la diana a esta chavalería a la que considera una plaga bíblica que viene del sur, como la langosta, a darse un festín por la patilla. Para colmo, dice ella, la marabunta juvenil no se conforma con dejarnos vacía la despensa, sino que, además, después de llenar el buche, se echa a las calles de nuestras ciudades para violar a cualquier mujer que se le ponga a tiro. Para mí que la reina de Loft se pasa tres pueblos diciendo estas cosas. Pero ella defiende las sinrazones de su inquina exhibiendo datos manipulados, o directamente inventados, que le amañan los coleguitas de su célula retro “born to hate”. Sin embargo, no todo lo deja en manos ajenas, que ella es muy creativa y añade de su cosecha lo que le parece oportuno para darle a la mentira otro vuelo.Rocío Monasterio se declara católica, y reivindica con mucho énfasis las raíces cristianas de la cultura occidental. Pero cuando el papa Francisco llama a preocuparse por esos menores en situación de extrema vulnerabilidad que a ella le dan repelús, desatiende con desdén las palabras del pontífice y se lo monta de librepensadora con retintines. ¿A cuento de qué debe una mujer con criterio prestar oídos a semejante disparate? Ella, entra en el cupo de los que piensan que el espíritu santo sufrió una pájara el día que el cónclave eligió papa a un bolchevique. A la candidata de VOX no le gusta Francisco, lo mismo que no le gustan los menas ni los musulmanes. La cosa se explica porque la Monasterio profesa un cristianismo ceremonioso, aguerrido y doctrinario, en el peor sentido de la palabra, que tira tufo a carcundia y reniega del ejemplo del buen samaritano que Su Santidad, el ciudadano Bergoglio, propone como modelo de amor fraternal. La lideresa ultra, ya digo, ha dejado claro que no le gustan los menas. Si dependiera de ella, los desterraría al confín del mundo o a poblar un cráter en la cara oculta de la luna para que pudieran amojamarse allí, a escondidas, sin crearle mala conciencia a nadie. El problema es que hay gente muy picajosa en este país, y en el mundo, que siempre anda enredando con esa murga de los derechos humanos y que no le dejan hacer según su voluntad. Con mando en plaza, la reina de Loft dejaba el país limpio de ilegales. Las pateras, lo mismo que tocan tierra en nuestras costas, pueden enfilar proas a origen con el cargamento de vuelta. Ni embarazadas, ni menores, ni nada. A ella no la pillan por la parte sensiblera del asunto, que, habiendo nacido en Cuba, está curada de espantos. Por eso mismo lo tiene claro: el humanismo progre es un lujo que sólo ha servido en la historia para llenar de pinturas al fresco las paredes de las basílicas florentinas. https://joseangelaparicio.blogspot.com/2021/05/a-la-reina-de-loft-no-le-gustan-los.html
El Colegio de Arqueólogos de Madrid solicita a la Comunidad madrileña que declare BIC unos restos que ocupa más de 100 campos de fútbol en el distrito madrileño de Carabanchel.
#2 Corregido. Gracias, se me había pasado el detalle al copiar el título.
#1 El video es antiguo, pero me vino a la memoria la canción y de ahí tomé prestada la palabra:
#1 Titular corregido.
#1 En realidad, todos estamos más guapos cuando sonreímos.
#1 ¿cómo hago para publicarlo allí? No estoy muy ducho en estas artes.
#2 Hecho.
Para saber como mover un meneo una vez publicado puedes leer este comentario.
Espero sea de ayuda. Gracias!
#1 En el mismo diccionario al que te refieres, la definición del término "secesión" dice como sigue: "acto por el que parte de una nación se separa de esta". La definición es muy parecida a la que ofrece la RAE: "acción por la cual se separa de una nación una parte de su pueblo y de su territorio". Yo, particularmente, prefiero la definición del Oxford Lenguages porque, aún diciendo lo mismo, sustituye el término "nación" por el de "país", que resulta mucho más concreto y preciso.
#1 La interpretación jurídica es sumamente ambigua, máxime si se le somete a una lectura forzada. Yo sigo prefiriendo la claridad de la expuesta.
#7 Gracias a vosotros.
#5 Muchas gracias por el ofrecimiento. Por supuesto, me encantaría que el relato formara parte del programa. Si vosotros podéis leerlo, por mí perfecto, casi prefiero escucharlo en la voz de otro, aunque estoy abierto a cualquier posibilidad.
#1 #2 Muchas gracias por vuestros comentarios. Me alegra que os haya gustado.