La tesis del artículo no está mal, pero hay algunas cosas que tener en cuenta:
1) La inacción de la diplomacia mundial mientras en Libia muere la gente trae su causa en el principio internacional básico de la soberanía de los países. Parece fácil decir: cuando hay agresiones, no hay soberanía que valga. Pero el problema está en definir las agresiones y el punto a partir del cual un Estado las merece. A mi modo de ver, no se puede estar a favor de que se intervenga en Libia y no estarlo de que se interviniese en Iraq, un suponer.
2) La lista de retrasados mentales es bastante más larga que la que escribe la autora del blog. Porque parece que ahora nos hemos olvidado que, hasta Lockerbie (y, en no pocos casos, incluso más allá), el señor Gadafi fue lo-más-de-lo-más del tercermundismo, el no alineamiento y todas esas cositas que defendieron políticos e intelectuales que a lo mejor la autora del blog no considera tan idiotas.
El señor Gadafi y su approach revolucionario, combinado con esa estética que se gastaba como de Che Guevara del desierto cuando era joven; sus encuentros con Nasser, otro importante marmolillo histórico que dejó su país descojonado, fue incapaz de darle a Israel ni media hostia y alumbró una unidad árabe (la RAU) que tuvo menos éxito que Operación Triunfo; las cositas que decía contra Estados Unidos, que hacían salivar a los ateneos del mundo mundial; y todo aquello de que iba a utilizar el petróleo para enriquecer al pueblo (y es que Chavez no ha inventado nada); todas estas cosas, digo, cautivaron a medio mundo, que es el responsable de haberlo mantenido en el machito de la opinión mundial, siendo un intocable y yendo por la vida de vanguardia del progresismo.
A ver si va resultar ahora que es que Gadafi se volvió cabrón a mediados de la semana pasada.
Sería interesante que el autor del artículo aclarase qué entiende exactamente por «campiña». En España hay un censo agrario que es bastante fácil de consultar. Según el mismo, el 73% de las hectáreas susceptibles de cultivo en España están en manos de personas físicas; el 5,3% en nombre de sociedades mercantiles; el 12% en manos de entidades públicas; el 1% en manos de cooperativas de producción; y el resto, que viene a ser como el 7 y pico por ciento, en manos de otras formas jurídicas.
Teniendo en cuenta que la Iglesia Católica no es una persona física ni una cooperativa, y tampoco es una entidad pública, hemos de entender que o es una sociedad mercantil u otra cosa distinta. Pero aún asumiendo que TODAS las hectáreas correspondientes a estas categorías pertenezcan a la Iglesia, no serían más que el 13% «de la campiña». El artículo, sin embargo, dice que en España la Iglesia posee en torno al 20% «de la campiña».