"Se movía entre las chicas como un descalzo entre cristales rotos"

Yo de joven era un tío tímido, y a fuerza de hostias y de necesidad lo fui superando como mejor pude, pero reconozco a los de mi especie en cuanto los veo. ¿Y sabéis qué pasa? Que hoy me dan una pena terrible, porque esos pobres chavales que no saben acercarse a las chicas, que miran a alguien y se sienten de distinta especie, lo están pasando peor que nuca y acaban encerrados junto a un ordenador en vez de salir al mundo, que es lo que hacíamos antes. No por gusto: porque no quedaban más cojones...

Esa gente, que es real y me lee probablemente en un sitio como este, hoy se ve enfrentada a varias presiones distintas, desde la social de un mundo erotizado desde muy temprana edad al de un feminismo que los asusta, porque les dice que si un día son un poco más atrevidos están siendo agresivos.

Ya sé que también hay muchas chicas que padecen ese mismo problema, pero si un día se toman dos copas y se quitan la inhibición no corren el riesgo de que las consideren agresoras. Pero los chavales, los pobres chavales tímidos, tienen que enfrentarse a sí mismo, a sus propios miedos, al tiempo que sienten sobre ellos el peso de una presión que son incapaces de soportar.

Este no es un artículo reivindicativo: no echo la culpa al feminismo de lo mal que lo pasan estos chavales. Me limito a señalar que esa hegemonía cultural de la distancia es un clavo más sobre el ataúd social de algunas personas con dificultades para relacionarse con los demás. Una nueva fuente de frustración. Un pretexto más para quedarse en casa, cerrarse y engrosar las estadísticas de los solitarios, los desarraigados, o el nombre japonés que se le ocurra ponerles a algún periodista desocupado con ganas de hacerse el estupendo.

Y cuando los veo, me busco en un espejo viejo y me pregunto qué hubiese hecho yo si a mis veinte años, o a mis diecisiete, me hubiese encontrado con una horda que me criticase por rondar a las chicas, o que me llamase baboso por mirar sin atreverme a hablar.

Morirme de asco, seguramente y buscar una buena narrativa que lo justificase ante la puerta cerrada de una realidad que me queda lejos.

Como tantos hacen hoy, me temo.