Un campesino del antiguo Japón abandonó su aldea para buscar el conocimiento. Mientras caminaba por un bosque, encontró un frondoso e inmenso árbol cuyas hojas eran de plata. En lo más alto del árbol, cantaba un ave. Su música era capaz de transmitir toda la belleza y sabiduría del mundo, y quien la escuchara el tiempo suficiente lograría encontrarse a sí mismo, descubrir su camino y hallar la felicidad.
El campesino se enamoró del canto del pájaro y acampó al pie del árbol durante días. Conforme pasaba el tiempo, su corazón y su mente se abrían con más intensidad, y a la vez amaba con más fuerza al ave. Un día, pasó por allí un monje y se detuvo a conversar con él. El campesino le habló de su experiencia con el pájaro y el monje le respondió que lo que estaba sintiendo le llevaría inexorablemente a convertirse en guerrero. Entonces le dijo el campesino:
-¿Por qué he de aprender el arte de la guerra? Siempre he sido pacífico, odio los conflictos y además, desde que descubrí a mi amado pájaro, me siento incapaz de dañar a nadie.
-Este pájaro tiene el don de liberar corazones, y hay un rey en tierras cercanas que teme que su canto sea escuchado por sus súbditos. Si lo amas deberás luchar para protegerle.
-Pero yo amo la vida y la belleza, por eso odio la guerra.
-Amar implica defender. Si sigues escuchando el canto de este pájaro y cuando sea atacado eres incapaz de protegerle, enloquecerás y terminarás muriendo por los remordimientos. Cuanto más ames las cosas bellas de este mundo, más firme deberá ser tu compromiso en su defensa y más deberás aprender a soportar la lucha y el sufrimiento. La sensibilidad sin coraje termina rompiendo a quien la tiene, pues esa persona ve lo que es justo, bueno y hermoso, pero no tiene valor para defenderlo y termina sometida al tormento de ver día a día cómo se destruye y oprime lo que más ama sin que sea capaz de mover un dedo para protegerlo porque el terror le atenaza.
A partir de ese día, el campesino comenzó a entrenarse para ser guerrero.