Diego, o alguien de su familia, tenía una especie de local, medio almacén medio garaje, por la zona de Majadahona, y a veces quedábamos los fines de semana para ensayar juntos. A mí las canciones que me había buscado Hardford no me gustaban gran cosa, así que estaba intentando pasarme a su género, el de la música moderna, y cantábamos juntos. Fue un poco así, a lo tonto, pero después de cantar íbamos a veces a comer algo por ahí, o a tomar unas cañas, y un día, cuando le dije que me enrollaba hablando de tonterías para retrasar el momento de volver a casa me contestó, directamente, que me fuese a la suya.
Era lo último que podía esperar de Diego, un chico tímido y reservado, pero en aquel momento ni siquiera lo pensé y le dije que sí. No duró mucho, pero fue bonito. Salir con un compañero diez años más joven tiene un atractivo especial, sobre todo cuando tratas de buscar un sitio en el que encajes y necesitas reafirmar tu ego. Diego, además, era y sigue siendo un chico guapo, eso no hay quien lo dude, así que a mi autoestima le vino estupendamente aquel tiempo que pasé con él. Me hubiese gustado llamar a mi exmarido para demostrarle que aún estaba en el mercado y que me sobraba atractivo para interesar a hombres que valían mucho más que él.
Le cuento todo esto porque creo que tuvo cierta relación con lo que pasó al final. Aunque lo he sospechado algunas veces he preferido pensar que no, pero lo cierto es que creo que mi relación con Diego tuvo mucho que ver con que las cosas acabaran como acabaron.
Diego fue el que me convenció de que cambiase de género. Enseguida comprendió que el tipo de canciones que yo cantaba podían convenirle a mi voz, pero no a mi imagen, ni a mi ánimo, y eso lo acababa notando el público. Y no es que me fuese mal en los conciertos, que en general no me puedo quejar, pero había cierta frialdad que seguramente venía de ahí. Un cantante es sobre todo un personaje, y cuando no te lo crees, el resultado se resiente. Yo creo que precisamente por eso ha triunfado durante tantos años un músico como Sabina: no por cómo cante, que canta fatal, sino porque no hay nada en él que parezca falso. Sus canciones, su música y su aspecto forman un personaje perfectamente sólido.
Le dije esto mismo a Hardford y decidimos cambiar a Cristina Tomé, que era mi nombre artístico de entonces, por Chris Hope. Con ese nombre canté durante algún tiempo junto a Olite, y no estuvo mal, pero el ambiente country es seguramente uno de los más horteras que se pueda imaginar y enseguida me pasé al pop, con Justel. Además Olite, con ser un buen compañero y un tío sensacional, tenía de vez en cuando arrebatos raros y hasta un poco violentos a veces, y no me apetecía estar pendiente de sus cambios de humor. No sabría cómo decirle, pero aunque se podía contar con él para lo que fuese, a veces tenías la impresión de que era una especie de agente doble, como si estuviese a veces del lado de la policía y a veces del lado de una de esas bandas en las que se había infiltrado. Y no es que hubiese razones para sospechar nada malo de él, pero había adquirido algunas malas costumbres en el trato con aquella gente y estaba demasiado convencido de que la realidad es el árbitro de todo. Para mi gusto era demasiado aficionado a la política de hechos consumados: él no discutía las cosas; las hacía, y el que pudiera, que lo apoyase o que lo impidiera. Y también, no digo que no, era cierto que le gustaba dialogar sobre los conflictos, sin darles la espalda, pero siempre después, cuando ya te había demostrado que hablaba contigo porque quería y no porque necesitase tu opinión para nada. De esa manera no me extraña que estuviese siempre tan solo, y que prefiriese las operaciones en las que no tenía que colaborar con nadie, porque salvo tres o cuatro veteranos del colmillo torcido, como se les solía llamar, se trataba fuera del trabajo con muy pocos compañeros.
Pero lo peor, ya le digo, eran los prontos que le daban. Por culpa de uno de esos arrebatos tuvimos problemas con el dueño de un pub donde actuábamos. Nos había invitado ya tres o cuatro veces a cantar y además conocía mucha gente, o sea que lo menos que podíamos hacer era ser amables con él. Pues no sé muy bien lo que pasó, pero una noche se acercó Olite a preguntarle qué opinaba del repertorio que llevábamos y de pronto, cuando miro, Olite le ha partido la cara y lo tiene de bruces contra el suelo, con una rodilla en la espalda y diciéndole barbaridades. Aquella noche se suspendió el concierto y ya no volvimos a actuar ni allí ni en algunos de los otros sitios donde nos solían invitar.
Yo, después de aquello, no volví a cantar con Olite, y los seis o siete conciertos que tuve después los di acompañando a Justel. Fue una pena que las actuaciones de Justel derivasen cada vez más al baile, que no se me daba tan bien, porque las veces que cantamos juntos fue un éxito absoluto.
Yo creo que eligió aquel estilo precisamente para alejarme, porque empezó a haber algo raro en él, como si ya tuviese sus propios planes y quisiera ir por su cuenta, sin que nadie supiera con quién trataba y con quién no. Lo más probable es que fuera por entonces cuando se fraguó lo del disco, que era lo que esperaba el comisario Martínez para poder detener a Harford y acabar de una vez con aquella operación.
Tuvo que ser en aquella época, en la que iba solo a todas partes, cuando entró en contacto con alguien que se ofreció a pagar el disco. Porque si no lo pagó el Ministerio, y Martínez nos aseguró que no lo había pagado el Ministerio, alguien tuvo que poner los ocho mil euros que costó el primer lanzamiento de aquel disco. Durante mucho tiempo pensé que el dinero lo había puesto Ignacio Sarasola, un empresario de salas de fiesta que se llevaba muy bien con Justel, pero mi actual marido es amigo suyo, y un día, por salir de dudas, le pedí que se lo preguntase cuando tuviese oportunidad. Sarasola respondió que no, que lamentaba de veras no haber sido el productor, con el dinero que dio luego aquel disco, pero que ni de broma había puesto nunca dinero, ni lo pondría, para grabar el primer disco de nadie.
Y si no fue Sarasola, ni nadie que él supiese, sólo pudo ser alguna admiradora de la que no me habló nunca. Y no es que tuviese obligación, que ya le digo que lo nuestro duró poco y acabamos como amigos, pero me duele que no tuviese conmigo la confianza suficiente para decirme que estaba con una chica. Y a ella también le debería doler que no la haya mencionado nunca, ni siquiera en los agradecimientos del disco o en alguna del montón de entrevistas que le han hecho desde entonces. Eso es lo que más me ha extrañado siempre: que cuando le preguntan por su primer disco dice que fue una cosa modesta y que tuvo la suerte de que alguien confiase en él cuando era un desconocido, pero nunca ha mencionado a ese alguien. A lo mejor fueron los de Kalinka Pop, con los que cantó de telonero alguna vez, pero yo creo que no: para entonces el tema del disco tenía que estar ya muy avanzado. Quien quiera que lo ayudase lo hizo antes y seguramente fue el mismo que le consiguió los contratos de telonero y los primeros conciertos buenos.
Tuvo que ser antes, además, porque fue en el primer concierto de telonero de los Kalinka Pop cuando sucedió aquello tan feo de la denuncia, y cuando, más tarde, se encaró a nosotros diciendo que lo queríamos fastidiar justo cuando estaba a punto de triunfar. Lo de la denuncia fue una guarrada: media hora antes del concierto se presentaron los de estupefacientes en el camión que hacía las veces de camerino y se llevaron al batería de Justel. Conociendo al pobre Diego estoy segura de que estuvo a punto de darle un ataque, aunque Hardford encontrase enseguida a un sustituto.
Justel nos echó la culpa a Olite y a mí, aunque estoy casi segura de que me metió a mí en el saco de los culpables para poder hablar en plural y no tener que enfrentarse cara a cara con Olite diciéndole “has sido tú”. En ese sentido, Justel siempre fue un poco cobarde y no se hubiese atrevido a enfrentase con Sebastián ni en bromas, así que decía que éramos nosotros para no lanzar ninguna acusación clara. A Justel le gustaba quedar bien con todo el mundo, y cuando eso no podía ser, repartía el enfado, o las culpas, como si extendiese mantequilla en una rebanada de pan. Nunca se dio cuenta de que manchar a muchos, aunque sea menos, es peor que manchar a uno solo. Seguramente su teoría es que un poco de porquería siempre se puede arreglar disculpándose y tratando de repararlo, mientras que un enfrentamiento directo puede ser definitivo.
En esta ocasión se puso más serio que de costumbre y nos llamó de todo, pero sin llegar a mencionar las verdaderas razones. Dijo que lo habíamos hecho por envidia, cuando sabía de sobra que no había tenido nada que ver con esa clase de celos. Seguramente tenía razón con las sospechas, pero planteándolo como lo planteó se convirtió en un pobre hombre ridículo.
La verdad es que yo también creo que fue Sebastián, pero si me lo hubiese hecho a mí se lo hubiese soltado a la cara. Tuvo que ser él, porque para una tontería como dos docenas de pastillas no se hubiese presentado por su cuenta la brigada de estupefacientes, que era justamente, qué casualidad, donde Olite tenía más amigos y conocidos, después del tiempo que había trabajado con ellos. Fue Olite, que vio la clase de gente que formaba el grupo y le pidió a sus amigos que se dieran una vuelta, convencido de que algo encontrarían.
Fue Olite, seguro, pero no porque le tuviese envidia por lo bien que le iba su carrera artística. No me gusta hacerme la interesante, pero creo que fue por mí. Por eso le dije al principio que mi relación con Justel podía tener que ver con el final de la historia: yo creo que Olite estuvo interesado un tiempo en mí, y cuando se enteró de que había estado saliendo con Justel, decidió jugársela. Fue una reacción de despecho, sin ganar nada, muy propia de él. En alguna de esas películas laberínticas que se montaba a veces en su cabeza pensó que su fracaso conmigo tuvo que ver con la intromisión de Justel y esperó a su primer concierto verdaderamente importante para devolverle el golpe.
Luego, claro, cuando ya había decidido dejar la policía y dedicarse completamente a la música, fue Justel el que le dijo a Hardford que éramos policías y nos echó a nosotros del tema. En realidad echó sólo a Olite, porque ya sabía que yo estaba saliendo muy en serio con un empresario que había conocido durante un concierto y que iba a dejar la música. Incluso se lo había dicho la última vez que nos vimos y me felicitó por ello, el muy hipócrita.
Por eso creo que lo hizo: para quemar las naves, estilo Cortés, y para devolverle el golpe a Olite, que era el único que de veras estaba interesado en seguir cantando por ahí, con sus camisas a cuadros y aquella guitarra vieja tan enorme y tan horrible. A Olite le gustaba, y tener que dejarlo fue un golpe para él.
Por eso, estoy segura, Justel no se conformó con dar el chivatazo discretamente a Hardford y le envió copias de nuestros carnés profesionales: para que no fuese un simple rumor y Hardford pudiese correr la voz entre otros representantes y entre los dueños de algunos locales, que le tienen más miedo a la policía que a un incendio en Nochevieja. Si en vez de tratar de coger a un falso representate musical hubiésemos hecho atestado de todo lo que vimos en el mundillo de la música y los pubs, nos habrían dado una medalla al mérito policial, por lo menos.
Justel lo negó siempre, pero ya le digo que le tenía miedo a Olite y seguramente temió que le llegase a partir la cara si lo confesaba abiertamente. Fue Justel, seguro.
Y así acabó todo. Como ve, no había tanta historia ni me parece que haya tanto misterio.
Cuando Justel se presentó al comisario Martínez para entregar el arma y la placa, se formó un verdadero revuelo en la comisaría y no se habló de otra cosa en una semana. Luego, un par de meses después, me casé yo, y nada más volver del viaje de novios me marché también, porque la policía es un trabajo para el que necesita ganar un sueldo de cualquier manera o para el que tiene vocación, pero si no es ni por lo uno ni por lo otro no tiene sentido seguir en un trabajo tan duro y tan arriesgado.
Y la verdad es que me alegro de haberlo dejado. Liberarse por el trabajo está muy bien como idea, pero si se piensa un poco es parecido a bombardear ciudades por la paz.
Yo, mejor que ahora no he estado nunca.
¿Y eso?, ¿por qué me pregunta eso? Ese asqueroso caso del violador de Aluche no tiene nada que ver con lo que ha venido a preguntarme. ¿Era de eso de lo que quería hablar en realidad y lo otro era un simple pretexto? No, mire: de eso no estoy dispuesta a hablar. Acabo de decirle que nunca he estado mejor que ahora y no estoy dispuesta a volver a aquello.
¿De veras le han dicho que tiene relación con lo de las carreras musicales?, ¿quién ha podido decirle una cosa así? Relación emocional, dice. Creo que ya le entiendo, pero no, en absoluto.
Espere un momento. Creo que es mejor dejar un par de cosas claras antes de que se vaya, porque creo que ya lo entiendo. Alguien le ha dado a entender que pude ser yo la de las fichas policiales, porque me iba a ir de la policía de todos modos, pro culpa de aquello, peor no es así. Me fui d ela policía porque me casaba con un hombre al que, sin ánimo de presumir, le sobra el dinero y ni a él ni a mí nos gustaba que el despertador sonase a las cinco de la mañana para hacer ronda en coche patrulla por lo más mugriento de la ciudad, ¿de acuerdo?.
Aquel caso fue la mayor porquería que he visto en mi vida. Un individuo había violado a dos chicas y lo detuvimos. Las víctimas lo reconocieron y el ADN no dejaba lugar a dudas: era su semen el que habían encontrado en las dos pobres muchachas. Luego, cuando estaba en la cárcel, hubo otras dos violaciones, y volvió a ser su semen el que apareció en las dos recientes víctimas. Como su coartada no podía ser más sólida, porque estaba en la cárcel y no había disfrutado de ningún permiso, su abogado le dijo al juez que estaba claro que el verdadero delincuente era un hermano gemelo del detenido.
Entonces alió a relucir el pasado del detenido. Que si había nacido en un barrio marginal, que si su padre lo había abandonado, y que si su madre había muerto cuando él tenía quince años. o sea, que no se pudieron rastrear sus antecedentes familiares, porque una hermana conocida que tenía había muerto de sobredosis unos meses atrás.
Y ahí, como se puede imaginar, entró en juego la famosa presunción de inocencia y la duda razonable. El tío, al ver su oportunidad, contó al jurado una historia muy lacrimógena y muy tierna sobre su pasado y dijo que su madre a veces le hablaba del otro, y que él siempre había sospechado que había nacido a la vez que un hermano gemelo, pero que creía que había muerto y que no hacía mucho a caso a su madre porque estaba un poco mal de la cabeza. Llegó a contar que, por lo que creía recordar, su hermano tenía que llamarse Luis, porque su madre repetía a veces la cantilena “Luis y Tomás, Luis y Tomás, Luis y Tomás”. Como él se llamaba Tomás, seguramente su madre mencionaba a su hermano perdido en esa especie de letanía, pero no podía saber cómo se apellidaba, porque si lo había dejado en algún orfanato, o algún centro de acogida, o lo había vendido en adopción a alguna familia, no tenía ningún dato de él.
A eso, añadió que seguramente su enfermedad, pro que él se consideraba enfermo, era algo genético y eso explicaba que su hermano cometiese el mismo deliro que él con tan pocos meses de diferencia.
¿Se imagina el caso? Todo un papelón. Al principio la prensa se interesó muy poco, pero a medida que fueron saliendo estas revelaciones la historia les pareció mucho más jugosa y algunos programas de televisión comenzaron a interesarse por la vida del violador de Aluche. Era una historia perfecta para cierta clase de público porque combinaba la tragedia de sus delitos, la parte social de su pasado, y un toque mágico, o esotérico, o como le quiera llamar respecto a hasta qué punto están conectados entre sí dos gemelos, por la sangre, o por una especie de telepatía. ¿De veras que no le suena? Se habló mucho del tema durante un tiempo, e incluso publicaron fotografías del que llamaron enseguida “falso violador de Aluche” para que la gente ayudase a encontrar a su hermano gemelo. Hasta las víctimas dudaron y no pudieron asegurar ante el jurado estar absolutamente seguras de que era él quien las había atacado y no un hermano gemelo.
Al final lo absolvieron por falta de pruebas, como seguramente ya sabrá. Y un par de meses después se cometió otra violación, y tampoco se pudo saber si era él o su gemelo. A mí me tocó tomar declaración a la víctima.
De lo que pasó luego no estoy dispuesta a hablar, como tampoco lo estuve en su momento. Eso quedó ahí, y no tiene nada que ver con que yo me fuese de la policía. Ya tenía fijada la fecha de la boda y me iba a marchar de todos modos, pero no sin disfrutar de los quince días de permiso por matrimonio, y sin la paga extra de verano.
No tuvo nada que ver, y mucho menos con la delación de los compañeros a Hardford. En ningún caso, y por ninguna razón hubiese hecho semejante jugarreta a dos compañeros después del tiempo que nos había llevado aquella operación de mierda.
Si desconfían de mí, eso dice más de ellos que de mí. Puede estar seguro.