Vale, que acabe con la piratería cultural, pero que a cambio podamos ir al cine cuando nos de la real gana, pedir la película que nos apetezca y, si hay algún estreno que veamos y no nos guste, que podamos pedir la devolución del dinero y no tengan más narices que devolverlo.
Es decir, los de las salas de cine serían los primeros en pagar el pato, a pesar de ser de los menos culpables.
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Imposible hacerlo aquí en España. Antes de que la chica pare para empezar a recoger ya se le ha puesto el típico crápula (que viene del otro sentido) encima del invento.