Registró la montaña de basura... nada especial para alguien falto de experiencia, pero esa inmensa pila de deshechos orgánicos tenía todo lo que podía soñar y más. No encontraría un regalo mejor en ningún otro lugar, e Igun lo sabía. Recorría aquella montaña como un niño en una tienda de caramelos, recogiendo cada pedazo casi con adoración. Despedía un hedor intenso que revolvería las tripas a cualquier otro ser y, sin embargo, lo que provocaba en nuestro amigo era una especie de éxtasis a un nivel enfermizo. Al fin y al cabo, Igun, no era más que un escarabajo pelotero.
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