Hace 12 años | Por boirina a aeiou.expresso.pt
Publicado hace 12 años por boirina a aeiou.expresso.pt

Carta a Schmidt, en la que se explica la crisis desde el punto de vista de Portugal. Comienza así: "No quiera saber, cuánto pagó su Estado para mantener nuestras tierras improductivas, nuestras fábricas cerradas y nuestros barcos de pesca amarrados en el puerto. Producimos poco e importamos casi todo lo que consumimos. De hecho, nuestro estado gasta muchísimo menos que el suyo. Los derechos sociales son una broma. Nuestros salarios son miserables. Nuestras pensiones apenas dan para medicamentos y alimentos. Pero aun así estamos endeudados".

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Traducción:

No quiera saber, querido Schmidt, cuánto pagó su Estado para mantener nuestras tierras improductivas, nuestras fábricas cerradas y nuestros barcos de pesca amarrados en el puerto. Producimos poco e importamos casi todo lo que consumimos. De hecho, nuestro estado gasta muchísimo menos que el suyo. Los derechos sociales son una broma. Nuestros salarios son miserables. Nuestras pensiones apenas dan para medicamentos y alimentos. Pero aún así, estamos endeudados. Debido a que esta era la voluntad de los principales países europeos: pagar para consumir lo que produce mi querido Schmidt. Dijeron entonces que éramos el "buen alumno europeo". Y, orgullosos, nos quedamos con las carreteras, que también pagó usted, y con los bancos, que nos prestaron dinero para seguir viviendo.

Después entramos en el euro. Una moneda hecha para usted, pero no para nosotros. Demasiado fuerte y sobre la que nada podíamos decir. Con una supermoneda para una microeconomía, las exportaciones se han hecho todavía más difíciles y las importaciones más tentadoras. No refrendamos ni Maastricht, ni el euro ni el Tratado de Lisboa. Porqué discutimos la autoridad y el prestigio de la Unión, no discutimos sus directrices ni su moral, no discutimos la gloria del euro y de su deber. Somos, como dijo un representante suyo en la troika, un "buen pueblo".

Cuando los resultados de la lección que aprendimos tan bien nos explotaron en las manos, cuando resultamos ser tan vulnerable a la crisis financiera internacional, nos explicaron que estábamos viviendo por encima de nuestras posibilidades. Que no producimos lo suficiente para mantener un estado de bienestar que, no sabrá el señor Schmidt, es una muestra de aquel al que tiene derecho el señor.

No quiero que piense que le echo la culpa. Solo faltaría. Es culpa nuestra. Sería una larga conversación, pero nuestra famosa simpatía esconde un complejo de inferioridad enorme. Para nosotros, "allá afuera" es un lugar mítico. Y estamos convencidos de que cualquier burócrata en la quinta línea que venga a darnos órdenes sabe, mejor que nosotros, lo que hay que hacer. Nosotros, una vez más, los buenos estudiantes. Destruiremos lo poco a que tenemos derecho, venderemos las empresas públicas que quedan a precio de saldo, hundiremos nuestra economía durante décadas. Y la celebración del funeral la llevará a cabo una incompetente que mi querido Schmidt puede haber votado, pero que yo nunca elegí para nada. La playa y el sol, que no pueden ser deslocalizados, permanecerán en mi país. Como vamos a trabajar casi gratis, aproveche para venir aquí en verano. Verá que somos un pueblo que no se mete en líos. Siempre listo para servir. Bandeja en la mano, paño sobre el brazo y la cabeza baja.

Resulta que, en la creación del euro, hicimos un juramento de sangre. La tragedia comienza a llegar a la Puerta de Brandemburgo. Y esa parte, debo decirlo, es culpa de quien le gobierna a usted. Habremos sido, demasiadas veces, buenos estudiantes. Pero somos los alumnos de un pésimo profesor. Que, como se verá en Bruselas, ni ante todas las evidencias se deshace de los viejos manuales que debería haber roto ya. Mi desgracia será su desgracia. No lo digo con satisfacción. Lo digo con la leve esperanza de que esto sirva para que mi amigo Schmidt despida a la rectora de esta escuela de malas costumbres. Y para que nosotros abandonemos esta degradante postura de alumno sumiso. Todos podemos aprender un poco de todo esto. Su gente, un poco de humildad. La mía, un poco de amor propio.