Gran maestro del cine de intriga y del suspense a Sir Alfed Hitchcock le gustaba aparecer en sus películas, detestaba los huevos, pensaba que los actores eran ganado y su gran máxima a la hora de hacer sus películas fue: Dales placer. El mismo placer que se siente cuando despiertas de una pesadilla....
Los huevos me dan miedo, algo más que miedo, me repugnan. Esas cosas blancas, redondas, sin agujeros… ¿Alguna vez has visto algo más asqueroso que la yema rota de un huevo rebosando ese líquido amarillo? La sangre es alegre, roja. Pero la yema del huevo es amarilla, repugnante. Nunca la he probado.
Otra muestra del peculiar sentido del humor del director era una broma que le gustaba gastar en los ascensores. Cuando iba acompañado y se llenaban de gente Hitchcock hacía como si le contara una historia a su acompañante:
“La sangre había salpicado las paredes, se vació sobre el suelo, no dejaba de manar de su boca y su nariz”.
A continuación, siguió dando detalles macabros. Luego comentó:
“Así que tuve que cogerle la cabeza y le pregunté qué le había pasado”.
En ese momento el ascensor llegaba a su planta, se abrían las puertas y nadie salía del ascensor esperando escuchar que era lo que le había pasado a aquel pobre hombre. Entonces Hitchcock salía del ascensor sin decir una palabra y dejando a todo el mundo plantado e intrigado
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Los huevos me dan miedo, algo más que miedo, me repugnan. Esas cosas blancas, redondas, sin agujeros… ¿Alguna vez has visto algo más asqueroso que la yema rota de un huevo rebosando ese líquido amarillo? La sangre es alegre, roja. Pero la yema del huevo es amarilla, repugnante. Nunca la he probado.
Otra muestra del peculiar sentido del humor del director era una broma que le gustaba gastar en los ascensores. Cuando iba acompañado y se llenaban de gente Hitchcock hacía como si le contara una historia a su acompañante:
“La sangre había salpicado las paredes, se vació sobre el suelo, no dejaba de manar de su boca y su nariz”.
A continuación, siguió dando detalles macabros. Luego comentó:
“Así que tuve que cogerle la cabeza y le pregunté qué le había pasado”.
En ese momento el ascensor llegaba a su planta, se abrían las puertas y nadie salía del ascensor esperando escuchar que era lo que le había pasado a aquel pobre hombre. Entonces Hitchcock salía del ascensor sin decir una palabra y dejando a todo el mundo plantado e intrigado