Nos gustan las islas porque son microcosmos completos, generadores de realidades mestizas, con lo de casa y lo que va llegando, ola a ola, del resto del mundo. Algunas son amables; otras, más inhóspitas. En muchas, la gente se queda para siempre. Y en otras, planta una pica y sale remando a toda velocidad (¿tendría tanta prisa un Robinson Crusoe actual por regresar al mundo civilizado?