James McCormick es un empresario británico de 56 años que hizo fortuna vendiendo detectores de bombas a países como Irak y Bélgica y a organismos como Naciones Unidas. Con sus negocios logró un beneficio de 60 millones de euros. Y también una condena por fraude: los artilugios que vendía, inspirados en una máquina estadounidense para localizar pelotas de golf que cuesta 10 euros, eran falsos.