Hace 4 años | Por Samu__
Publicado hace 4 años por Samu__

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Tartumen

Fé ciega. Tan ciega que si tuvieras la verdad delante no la verías. Tan ciega que si no la tuvieras delante pero la pudieras buscar mediante el raciocinio no la buscarias. Fé ciega como la herramienta mas perezosa de autoengano ante el abismo del llamado terror existencial. La duda no es una religión ni un sesgo cognitivo. No es una decisión estoica ni un negacionismo . Las creencias te dicen siéntate aquí para siempre. La duda te lleva de la mano para mirar un poco más cerca o te deja sentar a menudo sin cerrar nunca los ojos.

Por qué elegir la propia muerte ante la consciencia de crueldad o sin sentido del universo? La muerte prematura no sería más que otra manera perezosa de sentarse como lo es la fe ciega.

dick_laurence

Nota: Por error este mismo comentario que ahora se presenta lo puse también en el primera parte de este artículo "La Incongruencia del Ateo Alegre", cuando debería haber sido aquí en la segunda parte "La Incongruencia del Ateo Alegre (II)". Lo vuelvo a poner aquí como comentario, ya que en este se hace referencia especialmente a esta segunda parte del artículo, citando incluso parte de este...

Aceptemos que el mayor mérito de la ciencia a la verdad fuera haber “objetivado la nada”, primero mediante el nihilismo puro de la matemática, capaz de reducir todo el ser a vacías y frías formulas , y luego mediante la física y química representada en esa segunda ley termodinámica, que ya nos augura ese inevitable colapso entrópico.

De la llegada a este “océano del desorden de lo mismo” algunos concluyen o como poco dan por cierta la posibilidad de que el “sino” de nuestra existencia nace perverso y tiende al mal: a la existencia de un inevitable final que hará desaparecer, no sólo a nosotros sino también a ese “todo cognoscible”, sea objeto, fenómeno o pensamiento, se le atribuye un sentido “del mal” (pues entienden que “lo bueno” debería ser un futuro diferente a este, y encuentran en que hayamos sido conscientes de este final una original maldición). Así la dirección de la segunda ley de la termodinámica, aquélla que apunta a la degradación de “la energía” se la adjetiviza como “maligna” y por tanto se dota al tiempo mismo de “un sentido maligno”. Que sea esto los designios de “lo trascendente”, que sea esto “la propia muerte de lo trascendente”, divide a aquellos que adjetivaron el tiempo de esa manera en diferentes “escuelas” del pesimismo: pesimismo teológico, pesimismo religioso son algunas de estas aproximaciones.

Hablemos así de los “Nuevos Cátaros”. Porque los viejos, allá por los siglos XI o XII creían en el “docetismo”: que no era posible que un Dios bueno (véase en esto lo “trascendente” de su pensamiento) hubiese tomado forma material, ya que todos los objetos materiales, culpables en última instancia de los actos malévolos, estaban contaminados por el pecado. Y si rechazaban así el “Nuevo Evangelio”, de igual manera lo hacían con el “Viejo”: creían que el Dios cristiano, que no es otra cosa que la forma de lo trascendente, era realmente el Diablo que había creado este mundo malvado: “vengativo”, “sangriento”, “sin misericordia”, “motivador de guerras”...

Si los originales Cátaros encontraban en la realidad material un mal del que no se podía escapar, los “Nuevos Cátaros” no hacen cosa muy distinta, tanto es así que de “una ley de la física” como la termodinámica, hacen sentido trascendente o divino: los designios de nuestro dios maligno resultan en arrebatar a nuestra vida misma el sentido (al menos “nuestro sentido”), encaminando todo lo conocido a la más absoluta entropía mientras nos hace cómplices y culpables de este hacer y final, como implacables “devoradores de gradientes” que somos y seremos (permítanme tomar esta descripción del artículo original). Y encima, como muestra de la más absoluta de las maldades, nos hacen conscientes de esto.

Y aquí este humilde que escribe quisiera preguntar a algún “Nuevo Cátaro”: ¿Y qué pasa con el alma?, porque si le exigimos al “ateo alegre” que acepte la posibilidad de una trascendencia maligna, si le pedimos aceptar como posibilidad la ”representación inmanente de un acto Maligno trascendental”, de igual manera deberíamos nosotros, los pesimistas, aceptar la posibilidad de la existencia de un alma trascendental, ¿y qué relación debe tener esta con lo físico y con las leyes de la termodinámica?, ¿acaso el alma debe seguir el mismo camino que la materia?... Y si por otro lado pensamos que el alma y todos esos misticismos trascendentales no son más que especulaciones que a algunos les sirven para buscar la salvación, ¿porqué el ateo debe aceptar la “trascendencia maligna” en este de devenir del tiempo y “la maldición de la semilla de la consciencia”?.

Si el “ateo alegre” es un inocente que decidió mirar para otro lado al descubrir el horror que la ciencia nos pone delante, debemos también afirmar que el “pesimista” será un incauto al haber apostado sus cartas a que el todo va de la mano de lo físico... Debemos entonces dotar de todo su sentido a esa frase de Zapffe cuando dice: “la mayor parte de la gente aprende a salvarse limitando artificialmente el contenido de su conciencia.”, pero mostrando toda la enorme magnitud de esa afirmación: que el “pesimista” no deja de haber escondido también en su adentro el mayor y más cierto de los espantos: qué el futuro es inalcanzable para nuestra consciencia, que ni el pesimismo ni el optimismo nos han sido permitidos. Este es el verdadero horror, vagar durante toda nuestra existencia sin ser capaces jamás de agarrarnos aunque fuera a un hilo de certeza. Pues al fin y al cabo, si supiéramos que “todo” se reducirá a un final entrópico alguno podría incluso disfrutar del pensar en ese maravilloso final:

“Es un momento inigualable. Un extinguirse lento y majestuoso, dulce y sin estremecimientos. Casi tan bello como un crepúsculo cantado en un viejo Lied [...]” (Sgalambro, “La conoscenza del peggio”, 2007).

Gracias...

Hil014

Pero es el propio universo, en espacio y tiempo, el que se destruirá cuando todo lo consumible se acabe. Estamos hablando que el propio universo (concibelo como espacio y tiempo de la existencia) tiene un "nacimiento" y una "muerte" y se autoconsume a si mismo como lo hace cualquier ser vivo.

Con esta conclusión saco que sí la existencia de nuestro ser, como individuo y especie, es maligna todo lo que hay en el tambien lo debe ser pues aunque incoscientemente pertenece a un universo que se autodestruye.

Esta autodestrucción es propia de la vida, la consciente y la incosciente, y una propiedad inherente y perteneciente a absolutamente todos los seres del universo ( y el universo en si) no puede tener una descripcion de buena o mala. Simplemente es.

Lo maligno o bondadoso es fruto de la comparación y en este caso no existe nada que conozcamos que sea transcendental a la existencia por lo que no puede ser "inutil malignidad" sino forma parte de la existencia propia del todo.