¿Qué es lo contingente? Lo contingente es aquello que:
- Depende de otra cosa para su existencia.
- Podría haber sido de otra manera.
- Podría no haber existido.
Por ejemplo, ¿de qué depende mi cuerpo para existir? De comida, agua, oxígeno. ¿Y este último, de qué depende? De las plantas y algas. ¿Y estas? De agua, tierra, luz del sol. Todo parece apoyarse en algo más, como una torre de bloques donde cada pieza necesita otra debajo.
Pensemos en algo más pequeño: ¿de qué depende una partícula, como un quark? De un campo cuántico y de leyes físicas que dicen cómo se comporta. Pero, ¿de qué dependen esas leyes? Aquí hay tres formas de responder:
1. Dependen de las partículas o campos. Pero esto es un problema: si las leyes necesitan partículas para existir, y las partículas necesitan leyes para moverse, nos quedamos en un círculo donde nada explica nada, ya que las unas se explican por las otras y las otras por las unas. Sería como dos palos que se sostienen mutuamente en el aire, sin un suelo debajo que los sujete no podrían mantenerse.
2. Existen por sí mismas, como ideas eternas. Algunos podrían decir que las leyes son como números, que siempre están ahí, sin necesitar nada más. Pero imagina un plano para construir una casa: el plano no levanta paredes ni pone ventanas; necesita un constructor que lo haga realidad. Las leyes solas, como ideas, no pueden actuar para crear un universo por sí solas. Y más importante: ¿por qué existen estas leyes, con valores tan precisos que permiten estrellas y vida, y no otras completamente distintas? Alguien podría responder: “Quizá hay muchos universos, cada uno con leyes diferentes, y estamos en uno que funciona por casualidad”. Pero esto no ayuda: incluso muchos universos necesitarían una razón para existir. ¿Por qué hay muchos universos y no ninguno? ¿O por qué no son cinco o seis? ¿Qué es lo que ha generado que dichos universos existan? ¿Por qué poseen las leyes, constantes, etc. que poseen y no otras con otros valores? Eso solo hace la pregunta más grande, no la responde.
3. Dependen de algo más fundamental. Esta es la opción que tiene más sentido. Todo lo que conocemos —quarks, leyes, incluso el espacio mismo— es contingente: depende de algo, podría ser diferente, o podría no existir. Por ejemplo, la gravedad podría tener un valor que no permitiera planetas, o el universo podría no haber tenido leyes que formaran estrellas. Si todo es así, necesitamos algo que no sea contingente, algo que no dependa de nada más, para explicar por qué existe todo.
La idea es la siguiente: dado que todo lo que conocemos es contingente (o depende de otra cosa para su existencia, o podría ser de otra manera, o podría no existir) necesitamos postular un ser necesario para poder explicar algo del universo. ¿Qué características tiene un ser necesario? Las contrarias de un ser contingente:
- No depende de otra cosa para su existencia.
- No podría haber sido de otra manera.
- No podría no haber existido.
¿Qué cosa dentro del universo podría cumplir estos requisitos? Ninguna. Nada material puede ser el fundamento último, pues no reúne las condiciones para serlo. Tan solo algo que esté más allá del universo conocido podría. Y eso que ha de cumplir las condiciones no ha de depender de nada más, y por lo tanto no ha de tener límites; es decir, ha de ser ilimitado, y por lo tanto inmaterial; no ha de poder ser de otro modo, y por lo tanto ha de ser inmutable; no podría no existir, y por lo tanto ha estar más allá del tiempo, ha de ser eterno.
El Principio de Razón Suficiente
El Principio de Razón Suficiente (PRS) establece que todo lo que existe o sucede debe tener una explicación suficiente de por qué existe o sucede de esa manera y no de otra. Esto implica que para cualquier hecho, entidad o evento, existe una explicación adecuada, ya sea en términos de causas físicas, lógicas, metafísicas o de otro tipo.
Una explicación suficiente es aquella que responde a la pregunta "por qué" un fenómeno ocurre o existe, haciéndolo inteligible dentro de un marco racional. Esta explicación puede ser una causa directa, una ley natural, un principio lógico o una razón metafísica, y no requiere que se conozcan todos los detalles ni que el fenómeno sea determinista. Por ejemplo, en la física clásica, la caída de un objeto se explica por la gravedad y las condiciones iniciales; en un contexto metafísico, la existencia del universo podría explicarse por una causa última, como un ser necesario (por ejemplo, Dios).
Abandonar el PRS tiene consecuencias importantes:
· Científicas: La ciencia asume que los fenómenos tienen razones, incluso si son probabilísticas. Abandonar el PRS paralizaría la investigación ya que no habría motivación para buscar explicaciones.
· Teológicas: Sin el PRS, no habría forma de argumentar racionalmente sobre causas últimas, ya que cualquier posición podría ser un "hecho bruto" (algo que es porque sí).
En definitiva, este artículo sostiene que no es posible explicar por qué existe el universo físico apelando a él mismo o a sus partes, ya que esto genera una circularidad causal (las partes dependen unas de otras sin resolver el origen del todo). Dentro de un sistema como el universo, si se intenta explicar la existencia del mismo usando solo sus partes (materia, energía, leyes físicas, etc.), cada parte depende de otra para su explicación, formando un círculo donde ninguna parte ofrece una razón última para la existencia del sistema completo. P. ej., si se dice que las estrellas existen porque las formaron procesos cósmicos, y esos procesos cósmicos existen porque los gobiernan las leyes del universo, y las leyes del universo existen porque forman parte del universo mismo, se regresa al universo sin explicar por qué existe el universo en primer lugar.
Dado que no es razonable abandonar el PRS, la explicación debe residir fuera del universo, en una causa no dependiente de lo material.
Objeciones:
Pero no todo tiene una explicación, la física cuántica da cuenta de ello. Hay partes del universo que son inteligibles, pero otras no, simplemente azar. El PRS no se puede aplicar siempre.
Rechazar el PRS implica asumir supuestos metafísicos tan especulativos como los que se critica. Por ejemplo:
· Aceptar el universo como un "hecho bruto" sin razón suficiente es la renuncia a la búsqueda de explicaciones, contraria a la práctica científica.
· Tratar el azar cuántico como una explicación última ignora que opera dentro de un marco de leyes físicas que aún requiere explicación.
· Asumir que la inteligibilidad parcial del universo exime su origen de explicación no queda justificado, ya que las partes inteligibles refuerzan la expectativa de que ha de existir una razón para el todo.
· Defender infinitos causales o multiversos como alternativas carece de evidencia empírica y, en todo caso, solo desplaza la pregunta, ya que estos sistemas también necesitarían una explicación bajo el PRS.
Dado que estos supuestos no son más justificables racionalmente que la creencia en una causa primera, ¿por qué rechazar una causa primera, como la propuesta por el teísmo, como razón suficiente del universo? Rechazar el PRS socava la capacidad de exigir explicaciones coherentes, dejando al ateo en una postura tan metafísica como la que critica al teísta.
Además, ¿implica realmente la física cuántica que hay eventos sin explicación? Fenómenos cuánticos, como el decaimiento radiactivo, ocurren dentro de un marco de leyes físicas y condiciones matemáticamente estructuradas. Esto no es "azar puro" (eventos sin reglas), sino indeterminismo probabilístico: los resultados específicos son impredecibles, pero el marco que los permite está regido por leyes. Apelar al "azar" no explica por qué existen dichas leyes ni el universo mismo, sino que solo describe ciertos eventos. Asumir que el azar es una explicación última es una interpretación metafísica, no un hecho científico, donde se podría estar confundiendo imprevisibilidad con ausencia de razón. Sería como decir que, como no puedo predecir qué carta me tocará, las cartas no tienen explicación de estar donde están.
Pero alguien todavía podría decir que no sabemos si el azar cuántico es real (indeterminismo fundamental) o aparente (falta de conocimiento). Si es aparente, no hay verdadero azar, y el PRS sigue aplicando. Si es real, los eventos dependen de un marco de leyes cuánticas estructuradas, que son contingentes y no explican su propia existencia. Esto indica que la explicación última no puede hallarse en los fenómenos materiales, sino en una causa no material. En el teísmo, esta causa sería Dios, quien establece o guía el azar, directa o indirectamente.
Si alguien afirma que "hay cosas que simplemente ocurren sin razón, y quizá el universo es una de ellas", está diciendo que el universo puede existir sin causa ni explicación. Esto no es una explicación, sino una renuncia a explicar. Algunos ateos podrían argumentar que el PRS tiene límites y no se aplica al universo como un todo, sino solo a los fenómenos dentro de él. Sin embargo, esta limitación es arbitraria: si la razón explica las leyes y eventos del universo, ¿por qué no el universo mismo? Más aún, cuando el ateo justifica que el universo no necesita causa —por ejemplo, apelando a la física cuántica o al escepticismo causal o a que el universo es un hecho bruto—, está respondiendo a la pregunta sobre el origen del universo (por qué existe) como si fuera válida y mereciera una explicación racional. Esto contradice la idea de que el PRS no aplica: si el universo estuviera fuera del ámbito de la razón, no habría necesidad de argumentar que es un hecho bruto (la pregunta simplemente no tendría sentido). El hecho de que lo haga muestra que considera la pregunta sobre el por qué del universo como racional, lo que socava su negación del PRS. Es como decir "no hay verdad absoluta" y presentarlo como una verdad. Es decir, la contradicción está en que el ateo niega el PRS en determinados momentos (el universo necesita una explicación fuera de sí), pero cuando le pides una explicación de por qué no se puede utilizar el PRS para explicar por qué existe el universo, acepta la pregunta (considerándola racional) y utiliza el PRS para dar una explicación a por qué no necesita una explicación (p. ej. “es un hecho bruto”), en lugar de decir: “esa pregunta no tiene sentido”.
Ahora bien, el ateo podría responder, justamente: “la pregunta del por qué del universo no tiene sentido”. Pero rechazar la pregunta como sin sentido es arbitrario, ya que no explica por qué la pregunta sobre el universo no es válida mientras que otras preguntas metafísicas o científicas sí lo son como por qué el universo tuvo las condiciones iniciales específicas observadas en el Big Bang (proponiendo explicaciones especulativas como la inflación cósmica, que depende de un campo no verificado, o el multiverso, que postula universos no observables). La ciencia y filosofía presuponen que el universo es inteligible, y no preguntar por su por qué, va en contra de esta expectativa. Además, que podamos ofrecer razones para explicar las partes del universo (estrellas, planetas, galaxias…) sugiere que preguntar por el conjunto sea razonable.
Por tanto, parece razonable indagar en las razones que expliquen el universo en su conjunto. El hecho de que nos veamos abocados a que estas sean metafísicas, es decir, que no puedan ser corroboradas empíricamente, genera rechazo a muchas personas, debido a que el terreno por el que se camina resulta no ser tan seguro como otorga la verificación empírica, pero eso no significa que no sea razonable recorrer ese camino. De todos modos, el empirista ya cree en muchas cosas que no puede demostrar empíricamente, por ejemplo, las leyes de la lógica o las verdades matemáticas son puntos de partida necesarios para poder hacer ciencia, pero no pueden demostrarse a través de esta, sino que se asumen como verdades, sin las cuales la ciencia no podría llegar a funcionar. Pero incluso en física, conceptos como la materia oscura se basan en razonamientos teóricos, no en evidencia directa: empíricamente, los astrónomos observan que las galaxias giran más rápido de lo que deberían según la masa visible. Entonces razonan: “Debe haber una forma de materia que no vemos pero que ejerce gravedad”. No la ven, no la pueden medir directamente, pero la deducen racionalmente porque los datos observables no cuadran sin ella. Eso es lo mismo que hace el teísta: parte de lo observable y deduce una causa no material para que los datos del universo cuadren.
El universo como un todo es el ser necesario
Alguien podría objetar: “Tal vez el universo, como un todo, es ese ser necesario que no depende de nada.” Sin embargo, el universo está compuesto de partes interdependientes (partículas, fuerzas, leyes físicas, espacio-tiempo), y todo lo compuesto depende de sus componentes para existir. Por ejemplo, una mesa existe solo si sus patas, tabla y tornillos están ensamblados; si se separan, la mesa deja de ser. De manera similar, el universo depende de la gravedad para formar estrellas, de las leyes cuánticas para las partículas, y del espacio-tiempo para su estructura. Un ser necesario, por definición, debe ser simple, no compuesto, y no depender de nada, ni siquiera de sus partes, porque cualquier dependencia implica que no es la causa última de su existencia. Además, los componentes del universo son contingentes: ¿por qué, por ejemplo, la constante gravitacional es aproximadamente 6.674 × 10⁻¹¹ m³ kg⁻¹ s⁻² y no cien veces mayor? Nada en las partes indica que debían ser como son, lo que muestra que el universo, incluso como un todo, es contingente, no necesario. Segundo, la evidencia cosmológica, como la expansión del universo y el fondo cósmico de microondas, apunta a un comienzo hace unos 13.800 millones de años con el Big Bang. Algo que comienza no puede ser eterno ni necesario, ya que “necesario” implica que no podría no existir. Aunque algunos ateos proponen modelos especulativos, como universos cíclicos o inflación eterna, estos no resuelven la contingencia, ya que aún dependen de condiciones específicas que son necesarias explicar. Por tanto, el universo no puede ser su propia razón suficiente, lo que apunta a un ser necesario externo, que es simple y no compuesto, coherente con el PRS.
El vacío cuántico podría ser el ser fundamental
Alguien podría proponer que el vacío cuántico, un estado físico con energía y fluctuaciones descrito por las leyes cuánticas, es el fundamento último del universo. Sin embargo, esto no explica por qué existe ese vacío en lugar de la nada absoluta, ni por qué tiene propiedades específicas (como energía, leyes cuánticas, o fluctuaciones) y no otras. En otras palabras, el vacío cuántico podría no haber existido o ser diferente, lo que lo hace contingente, no necesario, ya que un ser necesario no puede depender de condiciones externas ni tener propiedades arbitrarias. Por ejemplo, ¿por qué las leyes cuánticas que rigen el vacío tienen constantes como la de Planck y no otras? Nada en el vacío indica que deba ser como es. Además, como ya se dijo, el modelo estándar del Big Bang describe el inicio del espacio-tiempo observable hace unos 13.800 millones de años. Especular sobre un “antes” donde existía un vacío cuántico eterno implica metafísica, precisamente lo que algunos ateos critican en el teísmo.
No aceptas los infinitos reales, pero Dios sí puede ser infinito
Algunos podrían objetar que, si los infinitos reales son problemáticos en series causales, un Dios infinito también lo sería. Pero esta suposición es falsa, debido a que los infinitos reales pertenecen al mundo material, dando lugar a una serie causal infinita que no explica la existencia última. Es como un tren con vagones infinitos (seres contingentes) sin una locomotora (ser necesario). Pero incluso si existiera una serie infinita, seguiría siendo contingente y necesitaría una causa primera externa que explique por qué existe y por qué existe de esa manera y no de otra. En cambio, cuando se propone a Dios como infinito, hablamos de un infinito cualitativo, no cuantitativo: una existencia que no está limitada por espacio, tiempo, ni condiciones materiales. Se trata de una distinción ontológica para explicar por qué un universo material, finito, y dependiente requiere de un fundamento no material y no contingente.
Además, de nuevo, el modelo estándar del Big Bang describe el inicio del espacio-tiempo observable hace unos 13.800 millones de años.
Creatio ex nihilo
Algunos podrían objetar que un ser inmaterial no puede crear el universo material desde la nada, argumentando que es ilógico o imposible imaginar cómo lo hace sin un proceso físico, como los que describe la ciencia. Sin embargo, esta objeción confunde lo contraintuitivo con lo ilógico. La creatio ex nihilo no es un proceso material, sino un acto metafísico, una causa que trasciende las leyes físicas y no depende de materia, espacio, o tiempo preexistentes. La objeción de que “no entendemos cómo un ser inmaterial puede crear” se basa en la premisa de que todo debe ser explicable en términos de procesos físicos observables, pero la ciencia opera dentro del universo, no sobre su origen absoluto. Exigir que Dios actúe como un mecanismo físico es como pedirle a un autor que sea un personaje más dentro de su novela. La causa trascendente no está limitada por el escenario que ella misma produce.
Si se rechaza la creatio ex nihilo, las alternativas son igual o más problemáticas:
- “El universo surgió de la nada absoluta sin causa”, lo que es tan contraintuitivo como la creación por un ser inmaterial, pero sin ofrecer una explicación.
- “El universo/vacío cuántico/multiverso…, es eterno”, pero esto contradice la evidencia cosmológica del Big Bang y no resuelve la contingencia, ya que, como un tren con vagones infinitos sin locomotora, aún requiere una causa externa para explicar por qué existe y por qué es como es. Rechazar la creatio ex nihilo mientras se aceptan hipótesis especulativas como el multiverso o el vacío cuántico, que también carecen de un “cómo” verificable y no explican por qué existe algo en lugar de nada, y por qué son como son y no de otro modo, resultaría contradictorio.
- “Es un misterio insoluble”, pero esto evita la pregunta en lugar de responderla. Esperar un mecanismo físico para describir una causa no física es erróneo; un ser más allá del mundo material actuaría de maneras que no podemos describir con analogías físicas.
La ventaja de la creatio ex nihilo es que es coherente con el PRS, ya que postula un ser necesario no material que da existencia al universo, y asegura que este sea inteligible porque su creador le ha dotado de un orden racional y asegura la confiabilidad en nuestras capacidades cognitivas para estudiarlo.
¿Y Por qué existe Dios en lugar de nada? ¿Quién o qué creó a Dios?
La pregunta “¿por qué hay algo en lugar de nada?” solo tiene sentido si existe un ser necesario frente a lo contingente. Si todo fuera contingente —si todo pudiera no existir—, nada existiría, ya que nada puede “arrancar” por sí solo sin una causa o explicación última. El PRS exige una causa primera no contingente, un ser inmaterial y autosubsistente que otorga existencia a todo lo demás, sin necesitar una causa propia. Un ser que es La Existencia Primera. Por eso no tiene sentido preguntar: “¿qué creó a La Existencia Primera?”. Es como preguntar: “¿qué hay más al norte del polo norte?”.
Algunos podrían argumentar que esto es “hacer trampas”, que Dios también necesita una explicación. Pero se insiste, si todo necesita una causa, nada puede llegar a existir, porque nada termina de “arrancar”. ¿Por qué nos detenemos en Dios? Porque es el ser más fundamental posible que podemos llegar a deducir lógicamente. Hemos alcanzado el límite de lo que se puede explicar. Este ser no depende de nada para su existencia, no podría ser de otro modo (como veremos a continuación) y no podría no existir, al contrario que cualquier fenómeno material, por lo que detener las explicaciones en él no es arbitrario, sino necesario. ¿Qué podría ser más fundamental que un ser necesario? Si existiera algo más, eso sería el ser necesario.
En definitiva, preguntar “¿quién creó a Dios?” es como preguntar “¿qué temperatura tiene un triángulo?” presupone categorías que no aplican. Un ser necesario no empieza a existir, por tanto no necesita una causa. Un malentendido común es pensar que el ser necesario es “una cosa más de la serie causal”, pero no es así, es el creador de dicha serie. Es como la luz que hace visibles los objetos, pero que no es un objeto más entre ellos.
Atributos del ser necesario
Como vemos, para responder a la pregunta de por qué existe algo hemos de postular un ser trascendente al mismo universo que tratamos de explicar. La explicación última ha de estar más allá de él. Vamos a postular ciertos atributos lógicos que se deducen de la existencia de este ser trascendente.
1. Al ser el ser necesario, que no depende de nada más, ha de ser: Inmaterial. Si tuviese materialidad no sería la explicación última, sino algo a explicar, algo contingente.
2. Al no poder no existir, ha de ser eterno. Si no fuese eterno entonces no sería el ser necesario, pues no habría existido por siempre y hubiese sido creado por otro o hubiese surgido de la nada porque sí.
3. Al ser el creador de todo nuestro universo, ha de ser omnipotente.
4. Al crear un universo ordenado e inteligible, ha de ser inteligente.
5. Al no depender de ningún mecanismo impersonal para crear, tan solo de su propia decisión consciente, ha de tener voluntad. Si no tuviese voluntad entonces algo tendría que haber activado la decisión de este ser de crear un universo, por lo tanto no sería la Causa Primera.
6. Al no poseer límites físicos ni temporales, y ser inteligente, su inteligencia es ilimitada y atemporal, y por tanto ha de ser omnisciente.
7. Al ser la fuente de todo lo que existe y no tener carencias (pues no depende de nada), debe poseer todas las perfecciones posibles. Cualquier imperfección implicaría una limitación, lo cual contradice su naturaleza ilimitada. Por lo tanto ha de ser perfecto.
8. Al ser perfecto no puede mejorarse, por lo tanto no puede cambiar, ya que el cambio implicaría pasar de un estado a otro, por lo que ha de ser inmutable.
9. Al ser el ser necesario, no podrían ser dos, porque tendrían que diferenciarse por algo, lo cual implicaría limitación o composición en al menos uno de ellos. Por tanto, ha de ser único.
10. Al ser inmaterial, sin límites y no dependiente de nada, no puede estar compuesto de partes, ya que cualquier composición implicaría dependencia entre ellas. Por tanto, ha de ser absolutamente simple.
11. Por último, la causa primera ha de ser buena y amor puro.
Esta última merece una explicación más detallada de su por qué, pero antes vamos a tratar dos objeciones comunes relativas a las nº 8 y 10:
¿Cómo un Dios inmutable puede conocer lo mutable?
Algunos podrían objetar que un Dios inmutable no puede conocer un mundo mutable, ya que los cambios en el universo —el movimiento de los planetas, las decisiones humanas, etc.— parecerían requerir que su conocimiento se actualice, y eso parecería que implicase cambio en él.
La respuesta es que Dios, como ser necesario, eterno, y simple, no experimenta o conoce el mundo como los seres humanos (algo que se asemeja a una secuencia temporal), sino que su conocimiento es un acto eterno que abarca todos los eventos pasados, presentes y futuros sin necesidad de cambio. Una imagen que quizás pueda ayudar sería la siguiente:
En la imagen vemos que el ser humano representado por la “X” experimenta el intervalo entre “principio” y “fin”, momento a momento, de manera que siente que ha realizado un recorrido temporal (lógico, porque es un ser finito que vive dentro del espacio-tiempo); sin embargo, Dios, como ser infinito no dependiente del espacio-tiempo, conoce cada momento, cada instante del recorrido. Es similar a cuando leemos un texto, que leemos una palabra de golpe y no letra por letra, o como si viésemos todo el recorrido de un camino desde un mirador frente a la visión que tiene una persona que lo está recorriendo desde dentro de él. Dios sería similar a esta persona que está en el mirador.
La idea es que, que lo conocido cambie, no implica que quien lo conoce lo haga siempre que el sujeto tenga una forma de conocimiento que no dependa del tiempo. Dios conoce toda la historia de la humanidad en un solo y eterno acto de entendimiento.
¿Cómo puede Dios ser simple si el poder, el amor, la sabiduría… son cosas diferentes?
Algunos podrían objetar que un Dios simple no puede tener atributos como poder, amor, y sabiduría, ya que parecen cualidades distintas que implicarían composición en su naturaleza, contradiciendo su simplicidad.
La objeción parte de una confusión antropomórfica: proyecta nuestras limitaciones finitas sobre un ser infinito. Pero hay un doble error: por un lado, limita a Dios como si fuera una criatura compuesta, y por el otro, exige que Dios se ajuste a las categorías de los seres humanos, lo cual es un razonamiento circular. El crítico asume de antemano que toda realidad debe entenderse según las categorías de los seres humanos (composición, distinción entre atributos, limitaciones, etc.). No se puede criticar la simplicidad divina asumiendo que Dios debe funcionar como una criatura compuesta, cuando justamente lo que se afirma es que Dios es trascendente y ontológicamente distinto de las criaturas.
En Dios no hay distinciones reales entre sus atributos, sino distinciones conceptuales hechas por nuestra mente limitada. Nosotros necesitamos separar “amor”, “poder” o “sabiduría” para entenderlas, pero eso no significa que estén separadas en Él. Es como la luz blanca, que contiene todos los colores en uno solo, pero los vemos como distintos al pasar por un prisma. En este sentido, Dios no es que posea atributos, sino que es eso que le atribuimos: no es que Dios tenga amor, poder, sabiduría, es que es amor, poder, sabiduría. Su poder es su amor, que es su sabiduría, que es su propio ser.
Recordemos que todo compuesto depende de sus partes para existir. Si Dios tuviera partes, necesitaría algo que las uniera y, por tanto, no sería el ser necesario. La simplicidad no es una limitación, sino la condición para que sea absolutamente independiente y autosuficiente. No es la simplicidad de lo pobre, sino la simplicidad de lo infinito: no porque tenga menos, sino porque tiene todo en un solo acto de ser. El número infinito no es “más pobre” que los números particulares: los contiene todos en potencia sin estar dividido en partes.
Por qué Dios tiene que ser bueno
Empecemos por responder qué significa 'bueno'. Algo es bueno en un sentido técnico si cumple el propósito para el que fue diseñado. La bondad técnica se mide por la adecuación al fin: un termómetro es bueno si mide la temperatura bien, un ojo si ofrece visión, un río si riega los campos. Sin embargo, en el teísmo, la bondad de Dios trasciende lo técnico: su bondad moral se refleja en diseñar un universo donde estas funciones técnicas —raíces que fijan árboles, instintos que hacen correr a un ciervo— promueven la existencia, la vida, la diversidad y el orden.
Para que el universo tenga cosas con propósitos, como meteoritos que traen minerales o animales que se mueven, debe haber leyes físicas que trabajen juntas, como una máquina de engranajes: cada engranaje mueve al siguiente, y todos juntos hacen que la máquina funcione. Si quitas uno, todo se para. En el cosmos, las leyes —gravedad, energía, biología— son como esos engranajes. La gravedad es buena porque hace que un meteorito caiga y enriquezca un planeta con metales, o porque mantiene la Luna cerca para estabilizar el clima. La biología es buena porque hace que un lobo tenga fuerza para cazar y mantener el equilibrio de los bosques. Estas leyes están conectadas: no puedes cambiar una sin afectar las demás.
Para que el cosmos tenga fines (estrellas brillando, vida creciendo), las leyes deben ser fijas y aplicarse igual en todas partes. En el universo, leyes como la gravedad o la termodinámica son "reglas" que hacen posible que existan galaxias, planetas, océanos. Si cambiaran al azar, no habría estrellas ni vida; todo colapsaría.
Pero las leyes que hacen posible lo bueno también producen males porque no están ajustadas a cada caso particular. Por ejemplo, un sistema de tuberías en una ciudad lleva agua a todas las casas, lo cual es bueno. Pero si hay una tormenta, esas tuberías pueden desbordarse y generar inundaciones. La ley no es cruel; es la misma que permite el bien (agua) y el mal (inundación).
En el cosmos la gravedad es buena porque forma planetas habitables, pero a veces atrae meteoritos que destruyen cosas. Las reacciones químicas son buenas porque crean moléculas para la vida, pero a veces forman cáncer. La energía que hace que los animales coman para sobrevivir es buena, pero lleva a que algunos animales depreden a otros. Estos males son necesarios para que existan los bienes.
¿Por qué Dios no hizo un cosmos más perfecto, sin esos males? Porque un cosmos sin males naturales eliminaría lo que lo hace un cosmos. Por ejemplo, un coche, para que se mueva necesita combustible que quema energía, pero eso desgasta las piezas. Si quitas el desgaste, quitas el movimiento; no hay coche. Un cosmos perfecto sin males sería: sin depredadores (adiós equilibrio del ecosistema), sin terremotos causados por placas tectónicas (adiós cordilleras), sin inundaciones (adiós agua), sin enfermedades (bienvenida a la superpoblación, adiós a un sistema inmune fuerte). Quien crea que podría diseñarse un cosmos mejor debe explicar cómo podríamos disfrutar de bienes como la diversidad de especies o la libertad de los seres humanos para actuar, sin los males que inevitablemente conllevan.
La bondad moral implica elegir lo que promueve el bien mayor, incluso cuando ello conlleva sacrificios o consecuencias no deseadas. Dios podría no haber creado nada o haber creado un mundo con leyes físicas que no den lugar a males, pero entonces no habría diversidad de especies y formas, belleza, virtudes humanas superiores (perdón, caridad, valentía…), libertad, progreso, superación...; en cambio, eligió un mundo donde las leyes permiten bienes inmensos, aun sabiendo que esas mismas leyes permitirían males. El dolor no es un fallo del sistema, sino el precio de un mundo valioso, donde el amor significa algo precisamente porque también puede haber pérdida. Que Dios asumiera ese riesgo, y nos diera un universo en el que vivir, elegir y encontrar sentido, no es un acto de indiferencia, sino uno de amor.
Ahora bien, podríamos preguntarnos: ¿por qué ese Dios no podría ser malvado? En primer lugar, acabamos de argumentar que un universo como el que conocemos no parece obra de un Dios malvado o indiferente. En segundo lugar, un Dios malvado implicaría que actúa movido por carencias internas, como deseos o insatisfechos, frustraciones o impulsos destructivos. Pero todo acto que consideramos malvado —robar, matar, mentir— nace de una falta o necesidad: el ladrón roba porque carece de algo que desea; el asesino mata para dar rienda suelta a una tensión interna (un impulso) que necesita expresar, o para alcanzar un fin que no posee; el mentiroso engaña porque quiere obtener algo que aún no tiene o porque desea que no le ocurra nada malo (desea tranquilidad). La maldad, en este sentido, es una forma de dependencia, de falta, de necesidad. Pero si Dios es el ser necesario —es decir, aquel cuyo ser no depende de nada y que es plenamente autosuficiente— entonces no puede actuar por necesidad, carencia o dependencia. Y si no actúa movido por falta alguna, no puede ser malvado.
¿Y qué hay de los males humanos? ¿Por qué un Dios bueno los permite? Porque la libertad en el ser humano es un valor añadido. Si Dios interviniese en cada mala acción que realiza alguien, entonces seríamos marionetas y Dios quiere seres que puedan decidir por ellos mismos si hacer el bien (que es Dios) o hacer el mal (aquello que aleja de Dios). Si solamente pudiéramos hacer el bien, entonces seríamos como autómatas, incapaces de elegir. Por otro lado, solo a través de la existencia del mal es posible conseguir alcanzar virtudes superiores como el perdón, la valentía, la compasión, etc. Si no existiese el mal, no existirían.
Pero alguien podría objetar: “está bien, Dios extrae bienes superiores de determinados males, pero, ¿qué pasa con aquellos males de los que no se puede extraer ningún bien? Por ejemplo, alguien que tortura durante años a otra persona en un lugar apartado. ¿Por qué Dios permite esa abominación? Aquí podemos usar la distinción de William Lane Craig y la perspectiva epistémica para aclararlo:
Primero, siguiendo a Craig, hay que separar el problema emocional del mal —el horror y la indignación que sentimos ante un caso de tortura— del problema intelectual —si ese mal hace imposible la existencia de un Dios bueno y omnipotente. Emocionalmente, es natural rechazar un mundo donde ocurren tales abominaciones. Pero la pregunta intelectual es si este mal prueba que Dios no es bueno o no existe. Dios no causa ni desea ese mal; lo permite porque dio a los humanos libertad, un bien que hace posible fines como el amor, la compasión o la creatividad. Imagina un lienzo en blanco: para que un pintor cree una obra, debe tener la libertad de usar los colores como quiera, pero eso también le permite mancharlo todo y hacer un cuadro horrendo. Sin la libertad de manchar, no habría obra maestra posible. La tortura es esa mancha horrenda, pero quitar la libertad para evitarla haría que los humanos no fueran pintores, sino pinceles sin voluntad.
Pero alguien podría insistir: “Si Dios es omnipotente, ¿por qué no interviene para detener casos tan extremos como este sin intervenir en el resto de males del mundo? Podría hacerlo incluso sin que el asesino supiese de su existencia, p. ej., provocándole una indigestión, un ataque al corazón o una caída”. Si aceptamos que Dios debe intervenir para evitar un caso horrendo como este, ¿cuántos otros debería evitar? ¿Solo torturas prolongadas? ¿Y asesinatos rápidos? ¿Y violaciones? ¿Y maltratos psicológicos que destruyen vidas lentamente? ¿Y estafas que dejan a familias en la ruina económica? ¿Y guerras? ¿Y debería aplicarse solamente a los niños o a todos los seres humanos? En definitiva, ¿dónde trazamos la línea? El problema es que no hay un punto objetivo donde Dios deba intervenir sin que eso se vuelva arbitrario. Si Dios actuara con regularidad en casos extremos, entonces los humanos lo notaríamos con el tiempo. Pensaríamos: “qué curioso…, cómo los asesinos siempre tropiezan o sufren un ataque al corazón antes del crimen…”. Si eso ocurriese, la confianza en la libertad quedaría resquebrajada, la moral humana se infantilizaría: “no mates, que Dios te parte una pierna”. O alguien podría pensar: “¿por qué Dios no interviene en mis males, es que acaso no son lo suficientemente importantes para él? No puede haber libertad moral verdadera si vivimos en un mundo donde los males, por horrendos que sean, jamás llegan a término porque algo siempre lo impide.
Por otro lado, esta objeción parte del supuesto de que esta vida terrenal es la única que existe. Pero si Dios es real, y si es amor y justicia, entonces no tiene sentido que cree seres conscientes solo para una existencia efímera, ni que los sufrimientos más horrendos queden sin respuesta. Si Dios existe, esta vida no es el final, sino el prólogo de algo mayor; y desde esa perspectiva, ningún mal queda olvidado, ninguna herida queda sin sentido, y ningún acto de injusticia queda sin redención.
Ahora, la objeción insiste: “¿Qué bien puede salir de un sufrimiento tan inútil?”. Aquí entra la perspectiva epistémica. Como seres finitos, con un conocimiento limitado del tiempo, el espacio y las consecuencias, no estamos en posición de afirmar que ningún bien puede surgir de un mal, por terrible que sea. Por ejemplo, piensa en una madre que pierde a su hijo en un accidente. En su dolor, podría parecer que nada bueno puede salir de esa tragedia, pero años después, ella podría fundar una organización que salva vidas en memoria de su hijo, un bien que no habría existido sin la pérdida. No podemos saber con certeza si un mal es totalmente gratuito, porque no vemos la historia completa, como Dios sí la ve. Desde nuestra perspectiva limitada, la tortura parece inútil, pero no podemos afirmar que Dios, con una visión total, no pueda integrar ese mal en un plan mayor.
La siguiente imagen ilustra cómo Dios ve la historia de la humanidad al completo y la razón de que haya sucedido X —el mal que nos parece inexplicable y del que pensamos que no se podría obtener un bien mayor— no aparece hasta tiempo después.
¿Por qué Dios tiene que ser amor?
El amor es la voluntad estable y libre de querer el bien del otro por el otro mismo. No nace de la carencia, sino de la abundancia; no exige reciprocidad, sino que se dona sin condiciones. El amor verdadero no busca llenarse, sino desbordarse. Imagina este escenario: estás bajo los efectos de una sustancia que te sumerge en un estado de absoluta paz y amor. Estás sentado solo en un banco, no necesitas nada, no anhelas nada, todo está bien. De pronto, aparece un amigo. No te diriges a él porque te falte compañía, sino porque el amor y la paz que experimentas te impulsan naturalmente a irradiarlas, igual que el sol, que brilla sin buscar nada a cambio. Piensa también en una madre que se sacrifica por sus hijos, no por carencia emocional, ni para recibir aprobación, sino simplemente porque desea el bien del otro por el otro. Así es Dios. Él no crea para llenarse, sino porque el amor, por su propia naturaleza, tiende a comunicarse, a expandirse, a darse. Crear no fue un acto de necesidad, sino de generosidad: la expresión libre de un amor que, siendo pleno en sí mismo, eligió compartirse, como un pintor que crea una obra no para venderla ni presumir, sino para que otros la contemplen y se deleiten con ella. Ese pintor actúa por amor: da algo de sí mismo sin esperar nada a cambio. Así es Dios, pero infinitamente más. Siendo la Existencia Primera, da el ser a criaturas a las que no necesita, y aun así las sostiene, las ama y les ofrece no solo esta vida, sino también la eterna.