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No te conozco, Pedro.J.Alvaro, pero te doy las gracias por el curro que te has pegado con la traducción
Un saludo

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POLÍTICOS Y CIENCIA.

Recuerdo una escena en la película "El día de mañana", en la que le preguntan a Dennis Quaid por qué se ha enfadado tanto con el vicepresidente. "Porque mi hijo de diecisiete años sabe más ciencia que él", contesta. Me quedé con esta frase, y, mientras sucedían todo tipo de catástrofes en la pantalla del cine, fui repasando cuál de los nuestros políticos podría hablar -siquiera con un mínimo de seriedad y conocimiento de causa- de alguno de los temas científicos más candentes. No se me ocurrió ninguno, excepto quizás Carles Arnal, biólogo que militaba en Verds-Esquerra Ecologista y era diputado allá por el 2004.
Siete años después, el panorama no ha cambiado demasiado; podríamos decir, incluso, que ha empeorado. En un momento en el que muchos políticos se quieren colgar la medallita de la I+D+i (cosa por la que nadie tiene motivos), la inmensa mayoría habla de temas científicos con un enorme desconocimiento. La cosa, no obstante, se puso un poco más seria cuando Enric Morera, en plena campaña, nos contesta que los transgénicos, la energía nuclear y la incineración de residuos son "ciencia de la destrucción". Y eso que él suele ser un poco más prudente en estos temas que sus compañeros de Iniciativa o Els Verds (o la nueva marca de ambos, Equo), los que habitualmente mantienen posturas firmes, inflexibles, incluso dogmáticas al respecto. Vamos por partes.
Supongo que el señor Morera cuando se refería a los transgénicos, lo estaba acotando a la agricultura. Porque en caso contrario estaríamos hablando, por ejemplo, de las bacterias transgénicas que producen insulina de buena calidad a un precio asequible. Y que deberíamos volver a la extracción de la hormona de los cadáveres o de animales como el cerdo. No parece demasiado "verde", ni "sostenible" eso.
Pero incluso hablando de la agricultura yerra el señor Morera. Los alimentos transgénicos, con los datos que tenemos disponibles a día de hoy, no son malos para la salud, y no tienen ningún efecto adverso sobre la diversidad del entorno. No más que un cultivo ecológico, vaya: si antes había un macizo bien desarrollado con quince especies de arbustos, al ecosistema le da lo mismo que el campo de maíz sea ecológico o transgénico, lo único ahora solo hay una especie y antes muchas. No hay ninguna evidencia científica sólida que relacione el consumo humano de transgénicos con problemas de salud. Y cuando digo evidencia, no me refiero a PowerPoints con cientos de remitentes, en congresos caseros sobre la materia, a leyendas urbanas. Cuando digo evidencia hablo de publicación en revistas científicas internacionales e independientes (curiosamente, la mayoría de la bibliografía antitransgénica está publicada a informes y panfletos de organizaciones afines), en las que la investigación debe pasar unos estrictos controles de calidad. No hay evidencia, y en cambio lo que hacemos es prohibir, limitar la investigación e ir creando dudas. No hay ningún otro alimento tan controlado como los transgénicos, ni mucho menos; y muy menos los ecológicos, pero eso ya es otro tema. Que las multinacionales de la alimentación -como las multinacionales de cualquier otro negocio- actúan como mafias y tengan prácticas poco éticas, es un asunto distinto. Separamos la tecnología del que no lo es.
Sobre las incineradoras, son una solución -no la única, obviamente- para un problema que cada día es más y más grave: los residuos. No sólo no hay que esconderlos: también hay que sacar un provecho económico si es posible, y las incineradores lo consiguen. Nos quitan un problema de encima y aportan una solución para la crisis energética. ¿Dónde está el problema, pues? Yo, personalmente, viviría mucho más tranquilo cerca de una incineradora que no en un primer piso de una gran avenida de Valencia. Mi salud lo agradecería.
Y finalmente, tocamos el tema más polémico: la energía nuclear. Antes de nada: no es tampoco ninguna "ciencia de la destrucción". Es la ciencia de cómo aprovechar la energía de las reacciones nucleares, una ciencia cuyo objetivo es tan solo producir energía para las personas. Nada más. Otra cosa cierto es que tenga unos riesgos asociados, que los tiene, y que la sociedad puede considerar inasumibles. Y, aunque pasan desgracias como Chernobil o Fukushima, es, con diferencia, la tecnología energética más controlada. ¡Y atención! No me considero pronuclear, ni mucho menos. Es una tecnología energética (una más), y como tal, le corresponde a la sociedad priorizarla en función de sus demandas, exigencias y los costes económicos; pero que lo haga con conocimiento y con toda la información encima la mesa, y sin análisis simplistas.
Estos temas darían para un libro, os lo puedo bien asegurar. De hecho, hay algunos. Pero no es ese mi objetivo. Respeto que los partidos políticos se posicionan a favor o en contra de temas polémicos, incluso que hagan uso de la demagogia y sencillamente propongan lo que la gente quiere escuchar (como ha sido el caso de Merkel con las nucleares). Nadie quiere ser quien autorice los transgénicos, quien priorice la nuclear, quien decida dónde va la incineradora; pero todos nos beneficiaríamos de las tres tecnologías. ¿Paradoja? El que no se puede permitir es que le adhieran adjetivos maliciosos, de forma intencionada, a la ciencia. La única ciencia de la destrucción es la bélica.

(Gracias por la traducción a Rafa Soriano)