Como bien decía aquel tweet: “Mientras González Pons “aspira” a crear 3.5 millones de puestos de trabajo, Aguirre “despide” a 3.000 profesores. Teoría y práctica del Partido Popular”.
pocos meses para las elecciones generales del 20-N, el maquillaje democrático de la marca España se ha derretido de su envoltorio constitucional. Las manifestaciones del movimiento 15-M han sido glorificadas por la corroboración de la evidencia empírica. Hoy más que ayer, no les falta razón, a los millones de seguidores de Hessel, cuando con la garganta reseca y a la intemperie de Sol, gritan y claman aquello de; ¡le llaman democracia cuando no lo es!.
La necesidad ha ganado la batalla a los parámetros de la comodidad. El “hombre incómodo” ha expulsado la rabia contenida de su infelicidad. El “rasgo común” ha servido de aliento al átomo social para liberar la tensión de su hastío.
La dictadura es la jaula de la palabra. A través del corsé de su organigrama, el mensaje fluye enlatado bajo el control de la censura. El “feedback“, o dicho de otro modo, el recorrido de ida y vuelta del discurso social entre el pueblo sometido y la cúspide de su pirámide, es vigilado por los prismáticos represores de sus instituciones.
La ausencia de empatía justifica el gozo y la barbarie de miles de espectadores eufóricos y sin escrúpulos ante los ojos doloridos del toro que les mira. La depredación vestida de fiesta y maquillada de cultura es el argumento esgrimido desde la fuentes conservadoras para justificar la sangre de un animal, cuya mayor debilidad es la bravura de llamarse toro.
La ausencia de empatía justifica el gozo y la barbarie de miles de espectadores eufóricos y sin escrúpulos ante los ojos doloridos del toro que les mira.
Una vez más, las caras largas de Génova no han digerido todavía la sopa amarga servida por el CIS. ¿Por qué Rubalcaba inspira más confianza que yo?, se preguntará Rajoy. A pesar de lanzar balones fuera y cuestionar al organismo estadístico. El “principio de realidad”, apelado por ZP en el debate sobre el estado de la nación, gana la batalla al veneno lanzado desde la bancada popular.
Pocas semanas de la visita papal a Madrid. En este país ya tenemos un nuevo mártir. La beatificación de “Camps” necesitará el beneplácito del banquillo popular para engrosar las listas santorales de la ortodoxia cristiana.
Sin crisis mediante, otro gallo hubiera cantado en la bancada popular. El desempleo ha sido el caldo de cultivo propicio para que las gaviotas vuelen a sus anchas sobre los océanos turbulentos de las desgracias ajenas.
Con tan solo 159 tweets y 11.500 seguidores a día de hoy. El producto de Jack Dorsey mira con asombro al recién nacido perfil @conrubalcaba. Las palabras son el aliento que necesita el enfermo para paliar su dolor mientras llegan los efectos curativos de su medicación. A través del discurso, se construye la emoción. La palabra reparó los ánimos rotos en la América de Bush.
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La pedagogía ha envuelto al actor que todo político lleva dentro. Desde la tribuna de la democracia, las élites legislativas han saboreado el ruido de las formas en detrimento de los contenidos. El poder de la oratoria en el envoltorio de la retórica ha dejado escépticos a las clases medáticas.
Bajo los efectos analgésicos del “paracetamol”, el líder de la derecha seguirá afiliado al dictamen de los “probables”. Con la herida covalenciente del anterior debate de la nación, el aguijón de la derecha volverá a inyectar su veneno rentable en el discurso de los creyentes.
El bote de pintura azul lanzado desde la izquierda de Cayo a la fachada roja de Vara ha salpicado el atuendo paradójico de la democracia.