Año 844, el sur de España es musulmán. Sus conquistas alcanzan hasta mucho más al norte, donde parece que está el enemigo, el irreductible mundo cristiano que no alcanza más de un tercio del territorio desde el cantábrico. En este escenario un nuevo enemigo, temible y terrible a juzgar por su fama y precedentes, hace aparición en la península que tiende Europa a África. Por el río Guadalquivir, venidas de mar abierto, unas naves se internan tierra adentro. El enorme río navegable lleva al nuevo jugador en el tablero íbero hasta Sevilla.
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