Un 25% del gas que se consume en la UE es ruso y en torno al 80% pasa por los gasoductos que hay en territorio ucraniano, representando un importante problema para los países vecinos como ocurrió en 2005 cuando después de la Revolución Naranja (contraria a Moscú) Rusia quiso subir el precio del gas que le vendía a Ucrania y provocó un gran problema en el resto de Europa, para lo que los países de la Unión Europea acabaron buscando otros suministradores, aunque eso no libró a Europa en 2009 de una nueva guerra del gas.
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