El 1 y 2 de septiembre de 1859, una serie de eventos se conjuntaron para producir la tormenta solar más grande que se haya registrado: una nube de plasma cargada magnéticamente que alcanzó la Tierra en menos de 24 horas, con un campo orientado de tal forma que neutralizó temporalmente el campo magnético terrestre. Ésto permitió que el planeta fuera alcanzado por partículas cargadas provenientes del espacio, que destruyeron la mayor parte de los cables de telégrafo y produjeron auroras boreales visibles en lugares tan al sur como La Habana.
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