Un invierno, durante unos meses que me quedé a pasar las noches detrás de la Catedral, en la Plaza de Berenguer III ya que en los bosques de Collserola hacía un frío espantoso, conocí a Alicia. Al atardecer se acercaba al banco y siempre tenía la amabilidad de preguntarme: “¿Cómo estás Miguel?” “¿Tienes vino para aguantar la noche?”
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