n vez de ocuparse de los problemas y de quienes los causan, parece más interesante para los gobiernos seguir y perseguir a los que los combaten. Hace sólo unos días el diario británico The Guardian contaba la historia de Mark Kennedy, un policía infiltrado en un grupo ecologista británico que arrastró la detención de 116 activistas que iban a protestar contra una central térmica. El arrepentimiento del polícía, tras su descubrimiento por los ecologistas, ha evitado que se consumase la condena contra todos esos activistas.
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