Ha llegado el momento de dejarse de miradas estrechas y reconocer las virtudes sinnúmero del hombre al que los vascos del trozo autonómico debemos dos años de prosperidad, abundancia y contagiosa alegría. Francisco Javier -o sea, Patxi- López Álvarez encontró un país destruido, roto, deshecho, lleno de piojos, lleno de cadáveres, saqueado miserablemente por el nacionalismo y la masonería y lo condujo con mano firme y templada a las puertas de la felicidad.
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