La tortuosa relación de los integristas con el cuerpo femenino es una cimitarra de doble filo. El fundamentalista repudia la exhibición impúdica de carne de mujer porque le atrae demasiado, hasta el punto de hacerle perder la templanza y la mesura. Los daneses, que ya han sufrido en sus carnes el azote de la intolerancia religiosa, se plantean utilizar ese conflicto en un nuevo género publicitario: la publicidad para espantar a los clientes, algo así como la antipublicidad.
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