Sin ningún tipo de dudas el energético ha sido siempre un sector estratégico y clave en la evolución económica de un país. A lo largo de la historia, la producción y distribución de la energía ha sido celosamente gestionada por el Estado, aún en los casos de los liberalismos conservadores más recalcitrantes. Eso era así también hasta hace muy poco en España, donde una privatización apresurada, irregular e irresponsable ha situado a este país en una situación de fragilidad energética en manos de una cierta clase empresarial absolutamente voraz
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