Yo soy el ciclista salta-reglas que condena la gente. Me salto habitualmente semáforos en rojo, y tú también. Hago caso omiso a la ley cuando voy en bici; tú también lo haces cuando caminas, al menos si eres como la mayoría de los neoyorquinos. Mi comportamiento irrita a peatones, conductores e incluso a algunos de mis compañeros ciclistas. Una conducta similar ha supuesto a ciclistas multas y clases de circulación en bici ordenadas por el juez. Traducción en #1
Yo soy el ciclista salta-reglas que condena la gente. Me salto habitualmente semáforos
en rojo, y tú también. Hago caso omiso a la ley cuando voy en bici; tú también lo
haces cuando caminas, al menos si eres como la mayoría de los neoyorquinos. Mi
comportamiento irrita a peatones, conductores e incluso a algunos de mis compañeros
ciclistas. Una conducta similar ha supuesto a ciclistas multas y clases de circulación en
bici ordenadas por el juez.
Pero aunque es ilegal, creo que es ético. No estoy tan seguro acerca de tu
despreocupada aproximación al semáforo en rojo mientras envías mensajes, escuchas tu
iPod y bebes un sorbo de tu martini. Más o menos.
Me salto un semáforo en rojo si y sólo si no hay peatones en el paso de peatones y
ningún vehículo se encuentra en la intersección; es decir, si no pongo en peligro a nadie
ni a mí mismo. Por decirlo de otro modo, trato a los semáforos en rojo y a los stops
como si fueran señales de “ceda el paso”. Una preocupación fundamental de la ética
es el efecto de nuestras acciones sobre otros. Mis acciones no perjudican a nadie. Este
razonamiento moral puede no convencer al policía que me está multando, pero pasaría
la prueba del imperativo categórico de Kant: creo que todos los ciclistas podrían — y
deberían — circular como yo.
No soy anárquico; respeto la mayoría de las leyes de tráfico. No circulo por las aceras
(bueno, excepto los últimos 10 metros entre el bordillo de la hacer y la entrada de mi casa,
y siempre con precaución). No circulo a contra-dirección. De hecho, incluso mi forma de
saltarme los semáforos es legal en algunas ciudades.
Paul Steely White, director ejecutivo de “Alternativas de Transporte”, un grupo de defensa
jurídica al que pertenezco, señala que muchos estados, Idaho por ejemplo, permite a
los ciclistas aminorar la marcha y saltarse los semáforos después de ceder el paso a los
peatones. El Sr. White me envió un correo diciéndome que “es más importante estar en
sintonía con los peatones antes que con los semáforos, sobre todo porque los peatones
cruzan imprudentemente muy a menudo!”.
Si mi costumbre de ir contra las normas es ética y segura (y legal en Idaho), por qué
molesta? Quizás porque los humanos no somos buenos sopesando los peligros a los que
nos enfrentamos. Si lo fuéramos, comprenderíamos que las bicicletas son una amenaza
pequeña; son los coches y camiones los que nos amenazan. En el último trimestre de
2011 los ciclistas de Nueva York no mataron a ningún peatón mientras que en el mismo
periodo los conductores mataron a 43 peatones e hirieron a 3.607.
Los coches nos hacen enorme daño y de forma lenta. Las emisiones de los coches
agravan problemas respiratorios, dañan las fachadas de los edificios, contribuyen al
calentamiento global. Para seguir alimentándonos de petróleo tomamos decisiones
políticas de dudosa ética a nivel internacional. Los coches promueven la dispersión
urbana y desaniman a caminar, incrementando la obesidad y otros problemas de salud.
Y además está el ruido. Mucho de este daño devastador es legal: poco de él es ético, al
menos en ciudades, como Manhattan, donde hay alternativas reales al coche. Pero, como
hemos permitido al coche durante tanto tiempo dominar la vida de la ciudad, damos por
sentados su presencia y sus perniciosos efectos. La aparición de ciclistas urbanos es un
fenómeno reciente y estamos atentos a su deriva/extravagancias.
Pero la mayor parte del resentimiento que generan ciclistas salta-reglas como yo
proviene, sospecho, de una falsa analogía: concebir las bicicletas como similares a los
coches. Desde este punto de vista, las bicicletas deben ser reguladas como los coches
y vilipendiadas cuando los ciclistas incumplen dichas normas, como si astutamente nos
estuviésemos librando de algo. Pero las bicis no son coches. Los coches circulan tres
o cuatro veces más rápido y pesan 200 veces más. Si conduces peligrosamente, es
probable que lesiones a otros; si circulo en bici peligrosamente, es probable que yo mismo
me lesione. Me juego la piel. Y la sangre. Y los huesos.
Tampoco los ciclistas somos peatones, por supuesto (al menos mientras pedaleamos).
Somos una tercera cosa, un modo de transporte distinto, que requiere diferentes prácticas
y reglas diferentes. Esto se entiende en Amsterdam y Copenhague, donde casi todas las
personas de todas las edades van en bici. Estas ciudades tratan a las bicicletas como
bicicletas. Redes extensas de carriles bici protegidos proporcionan la infraestructura para
un ciclismo seguro. Algunos semáforos están programados a la velocidad de la bicicleta
en lugar de a la de los coches. Algunas leyes dictan que en una colisión bicicleta-coche,
el vehículo más pesado y más mortal es culpable. Quizás sea el caso de Nueva York
cuando el sistema de bicis públicas se ponga en marcha.
Las leyes funcionan mejor cuando la gente las acata voluntariamente porque las
considera razonables. No hay suficientes policías para obligar a todos a obedecer
todas las leyes todo el tiempo. Si las normas sobre la bici fuesen una sabia respuesta
a la realidad ciclista en lugar de una torpe aplicación indebida de leyes pensadas para
vehículos motorizados, sospecho que el cumplimiento de las normas se incrementaría,
incluso por mi parte.
Elijo mi estilo de conducción consciente de mi propia seguridad y la de mis vecinos,
pero también en busca de la felicidad. El movimiento ininterrumpido, desplazándome
silenciosamente y con rapidez, es un placer. Por eso pedaleo. Y es por lo que Stephen
G. Breyer dice que pedalea, a veces para trabajar en la Corte Suprema: “Las ventajas?:
ejercicio físico, ningún problema para aparcar, el precio del petróleo, es divertido. El coche
es caro. Tienes que encontrar un lugar para estacionar y no es divertido. Así que, ¿por
qué no ir en bici? Lo recomiendo." No sé si se salta los semáforos en rojo. Espero que lo
haga.
Randy Cohen fue el primer escritor de la columna de "Especialista en ética" de la revista
dominical del The New York Times y autor del libro "Sé bueno: cómo navegar por la ética
de todo/manejarse éticamente en todo (momento)."
Yo soy el ciclista salta-reglas que condena la gente. Me salto habitualmente semáforos
en rojo, y tú también. Hago caso omiso a la ley cuando voy en bici; tú también lo
haces cuando caminas, al menos si eres como la mayoría de los neoyorquinos. Mi
comportamiento irrita a peatones, conductores e incluso a algunos de mis compañeros
ciclistas. Una conducta similar ha supuesto a ciclistas multas y clases de circulación en
bici ordenadas por el juez.
Pero aunque es ilegal, creo que es ético. No estoy tan seguro acerca de tu
despreocupada aproximación al semáforo en rojo mientras envías mensajes, escuchas tu
iPod y bebes un sorbo de tu martini. Más o menos.
Me salto un semáforo en rojo si y sólo si no hay peatones en el paso de peatones y
ningún vehículo se encuentra en la intersección; es decir, si no pongo en peligro a nadie
ni a mí mismo. Por decirlo de otro modo, trato a los semáforos en rojo y a los stops
como si fueran señales de “ceda el paso”. Una preocupación fundamental de la ética
es el efecto de nuestras acciones sobre otros. Mis acciones no perjudican a nadie. Este
razonamiento moral puede no convencer al policía que me está multando, pero pasaría
la prueba del imperativo categórico de Kant: creo que todos los ciclistas podrían — y
deberían — circular como yo.
No soy anárquico; respeto la mayoría de las leyes de tráfico. No circulo por las aceras
(bueno, excepto los últimos 10 metros entre el bordillo de la hacer y la entrada de mi casa,
y siempre con precaución). No circulo a contra-dirección. De hecho, incluso mi forma de
saltarme los semáforos es legal en algunas ciudades.
Paul Steely White, director ejecutivo de “Alternativas de Transporte”, un grupo de defensa
jurídica al que pertenezco, señala que muchos estados, Idaho por ejemplo, permite a
los ciclistas aminorar la marcha y saltarse los semáforos después de ceder el paso a los
peatones. El Sr. White me envió un correo diciéndome que “es más importante estar en
sintonía con los peatones antes que con los semáforos, sobre todo porque los peatones
cruzan imprudentemente muy a menudo!”.
Si mi costumbre de ir contra las normas es ética y segura (y legal en Idaho), por qué
molesta? Quizás porque los humanos no somos buenos sopesando los peligros a los que
nos enfrentamos. Si lo fuéramos, comprenderíamos que las bicicletas son una amenaza
pequeña; son los coches y camiones los que nos amenazan. En el último trimestre de
2011 los ciclistas de Nueva York no mataron a ningún peatón mientras que en el mismo
periodo los conductores mataron a 43 peatones e hirieron a 3.607.
Los coches nos hacen enorme daño y de forma lenta. Las emisiones de los coches
agravan problemas respiratorios, dañan las fachadas de los edificios, contribuyen al
calentamiento global. Para seguir alimentándonos de petróleo tomamos decisiones
políticas de dudosa ética a nivel internacional. Los coches promueven la dispersión
urbana y desaniman a caminar, incrementando la obesidad y otros problemas de salud.
Y además está el ruido. Mucho de este daño devastador es legal: poco de él es ético, al
menos en ciudades, como Manhattan, donde hay alternativas reales al coche. Pero, como
hemos permitido al coche durante tanto tiempo dominar la vida de la ciudad, damos por
sentados su presencia y sus perniciosos efectos. La aparición de ciclistas urbanos es un
fenómeno reciente y estamos atentos a su deriva/extravagancias.
Pero la mayor parte del resentimiento que generan ciclistas salta-reglas como yo
proviene, sospecho, de una falsa analogía: concebir las bicicletas como similares a los
coches. Desde este punto de vista, las bicicletas deben ser reguladas como los coches
y vilipendiadas cuando los ciclistas incumplen dichas normas, como si astutamente nos
estuviésemos librando de algo. Pero las bicis no son coches. Los coches circulan tres
o cuatro veces más rápido y pesan 200 veces más. Si conduces peligrosamente, es
probable que lesiones a otros; si circulo en bici peligrosamente, es probable que yo mismo
me lesione. Me juego la piel. Y la sangre. Y los huesos.
Tampoco los ciclistas somos peatones, por supuesto (al menos mientras pedaleamos).
Somos una tercera cosa, un modo de transporte distinto, que requiere diferentes prácticas
y reglas diferentes. Esto se entiende en Amsterdam y Copenhague, donde casi todas las
personas de todas las edades van en bici. Estas ciudades tratan a las bicicletas como
bicicletas. Redes extensas de carriles bici protegidos proporcionan la infraestructura para
un ciclismo seguro. Algunos semáforos están programados a la velocidad de la bicicleta
en lugar de a la de los coches. Algunas leyes dictan que en una colisión bicicleta-coche,
el vehículo más pesado y más mortal es culpable. Quizás sea el caso de Nueva York
cuando el sistema de bicis públicas se ponga en marcha.
Las leyes funcionan mejor cuando la gente las acata voluntariamente porque las
considera razonables. No hay suficientes policías para obligar a todos a obedecer
todas las leyes todo el tiempo. Si las normas sobre la bici fuesen una sabia respuesta
a la realidad ciclista en lugar de una torpe aplicación indebida de leyes pensadas para
vehículos motorizados, sospecho que el cumplimiento de las normas se incrementaría,
incluso por mi parte.
Elijo mi estilo de conducción consciente de mi propia seguridad y la de mis vecinos,
pero también en busca de la felicidad. El movimiento ininterrumpido, desplazándome
silenciosamente y con rapidez, es un placer. Por eso pedaleo. Y es por lo que Stephen
G. Breyer dice que pedalea, a veces para trabajar en la Corte Suprema: “Las ventajas?:
ejercicio físico, ningún problema para aparcar, el precio del petróleo, es divertido. El coche
es caro. Tienes que encontrar un lugar para estacionar y no es divertido. Así que, ¿por
qué no ir en bici? Lo recomiendo." No sé si se salta los semáforos en rojo. Espero que lo
haga.
Randy Cohen fue el primer escritor de la columna de "Especialista en ética" de la revista
dominical del The New York Times y autor del libro "Sé bueno: cómo navegar por la ética
de todo/manejarse éticamente en todo (momento)."
Supongo que si Kant fue filósofo en vez de crear una secta o un ejército sería porque en su lugar y en su época no fue posible para él llevarlo a cabo.
#2 Querrás decir que al poder le interesa que se asuma la filosofía de Kant.
#5 Me parece contradictorio defender la filosofía de Kant y llamarse a uno mismo Señor Liberal.
Tampoco me parece adecuado defender una filosofía porque ésta influyó a alguien que se inspiró en ella, por mucho que ese alguien a través de (o pese a, vete a saber) inspiraciones e influencias sea uno de los tres economistas más brillantes (que no filósofo ni político) que han existido.
Gracias por el negativo, me da más confianza en mis argumentos y le resta peso a los tuyos
#6 Yo no he defendido la filosfía de Kant. De hecho este meneo es bastante crítico con él. El liberalismo es más Aristóteles que otra cosa porque Kant en el fondo es bastante anti-razón.
#7 ¿Desprecias su filosofía calificándola de irracional pero le defiendes si yo menosprecio o critico su filosofía? Me he perdido algo
Por cierto, no hay nada de irracional, es que sirve a propósitos concretos entre los que no está mejorar la vida de quien asume lo que dice. Eso es lo que decía en #4
#11 El poder como idea abstracta. Siempre le va bien eso de "el deber por el deber" teniendo en cuenta que se consigue mucho ejerciéndolo sobre otras personas.
Comentarios
SI KANT FUERA UN CICLISTA DE NUEVA YORK
Yo soy el ciclista salta-reglas que condena la gente. Me salto habitualmente semáforos
en rojo, y tú también. Hago caso omiso a la ley cuando voy en bici; tú también lo
haces cuando caminas, al menos si eres como la mayoría de los neoyorquinos. Mi
comportamiento irrita a peatones, conductores e incluso a algunos de mis compañeros
ciclistas. Una conducta similar ha supuesto a ciclistas multas y clases de circulación en
bici ordenadas por el juez.
Pero aunque es ilegal, creo que es ético. No estoy tan seguro acerca de tu
despreocupada aproximación al semáforo en rojo mientras envías mensajes, escuchas tu
iPod y bebes un sorbo de tu martini. Más o menos.
Me salto un semáforo en rojo si y sólo si no hay peatones en el paso de peatones y
ningún vehículo se encuentra en la intersección; es decir, si no pongo en peligro a nadie
ni a mí mismo. Por decirlo de otro modo, trato a los semáforos en rojo y a los stops
como si fueran señales de “ceda el paso”. Una preocupación fundamental de la ética
es el efecto de nuestras acciones sobre otros. Mis acciones no perjudican a nadie. Este
razonamiento moral puede no convencer al policía que me está multando, pero pasaría
la prueba del imperativo categórico de Kant: creo que todos los ciclistas podrían — y
deberían — circular como yo.
No soy anárquico; respeto la mayoría de las leyes de tráfico. No circulo por las aceras
(bueno, excepto los últimos 10 metros entre el bordillo de la hacer y la entrada de mi casa,
y siempre con precaución). No circulo a contra-dirección. De hecho, incluso mi forma de
saltarme los semáforos es legal en algunas ciudades.
Paul Steely White, director ejecutivo de “Alternativas de Transporte”, un grupo de defensa
jurídica al que pertenezco, señala que muchos estados, Idaho por ejemplo, permite a
los ciclistas aminorar la marcha y saltarse los semáforos después de ceder el paso a los
peatones. El Sr. White me envió un correo diciéndome que “es más importante estar en
sintonía con los peatones antes que con los semáforos, sobre todo porque los peatones
cruzan imprudentemente muy a menudo!”.
Si mi costumbre de ir contra las normas es ética y segura (y legal en Idaho), por qué
molesta? Quizás porque los humanos no somos buenos sopesando los peligros a los que
nos enfrentamos. Si lo fuéramos, comprenderíamos que las bicicletas son una amenaza
pequeña; son los coches y camiones los que nos amenazan. En el último trimestre de
2011 los ciclistas de Nueva York no mataron a ningún peatón mientras que en el mismo
periodo los conductores mataron a 43 peatones e hirieron a 3.607.
Los coches nos hacen enorme daño y de forma lenta. Las emisiones de los coches
agravan problemas respiratorios, dañan las fachadas de los edificios, contribuyen al
calentamiento global. Para seguir alimentándonos de petróleo tomamos decisiones
políticas de dudosa ética a nivel internacional. Los coches promueven la dispersión
urbana y desaniman a caminar, incrementando la obesidad y otros problemas de salud.
Y además está el ruido. Mucho de este daño devastador es legal: poco de él es ético, al
menos en ciudades, como Manhattan, donde hay alternativas reales al coche. Pero, como
hemos permitido al coche durante tanto tiempo dominar la vida de la ciudad, damos por
sentados su presencia y sus perniciosos efectos. La aparición de ciclistas urbanos es un
fenómeno reciente y estamos atentos a su deriva/extravagancias.
Pero la mayor parte del resentimiento que generan ciclistas salta-reglas como yo
proviene, sospecho, de una falsa analogía: concebir las bicicletas como similares a los
coches. Desde este punto de vista, las bicicletas deben ser reguladas como los coches
y vilipendiadas cuando los ciclistas incumplen dichas normas, como si astutamente nos
estuviésemos librando de algo. Pero las bicis no son coches. Los coches circulan tres
o cuatro veces más rápido y pesan 200 veces más. Si conduces peligrosamente, es
probable que lesiones a otros; si circulo en bici peligrosamente, es probable que yo mismo
me lesione. Me juego la piel. Y la sangre. Y los huesos.
Tampoco los ciclistas somos peatones, por supuesto (al menos mientras pedaleamos).
Somos una tercera cosa, un modo de transporte distinto, que requiere diferentes prácticas
y reglas diferentes. Esto se entiende en Amsterdam y Copenhague, donde casi todas las
personas de todas las edades van en bici. Estas ciudades tratan a las bicicletas como
bicicletas. Redes extensas de carriles bici protegidos proporcionan la infraestructura para
un ciclismo seguro. Algunos semáforos están programados a la velocidad de la bicicleta
en lugar de a la de los coches. Algunas leyes dictan que en una colisión bicicleta-coche,
el vehículo más pesado y más mortal es culpable. Quizás sea el caso de Nueva York
cuando el sistema de bicis públicas se ponga en marcha.
Las leyes funcionan mejor cuando la gente las acata voluntariamente porque las
considera razonables. No hay suficientes policías para obligar a todos a obedecer
todas las leyes todo el tiempo. Si las normas sobre la bici fuesen una sabia respuesta
a la realidad ciclista en lugar de una torpe aplicación indebida de leyes pensadas para
vehículos motorizados, sospecho que el cumplimiento de las normas se incrementaría,
incluso por mi parte.
Elijo mi estilo de conducción consciente de mi propia seguridad y la de mis vecinos,
pero también en busca de la felicidad. El movimiento ininterrumpido, desplazándome
silenciosamente y con rapidez, es un placer. Por eso pedaleo. Y es por lo que Stephen
G. Breyer dice que pedalea, a veces para trabajar en la Corte Suprema: “Las ventajas?:
ejercicio físico, ningún problema para aparcar, el precio del petróleo, es divertido. El coche
es caro. Tienes que encontrar un lugar para estacionar y no es divertido. Así que, ¿por
qué no ir en bici? Lo recomiendo." No sé si se salta los semáforos en rojo. Espero que lo
haga.
Randy Cohen fue el primer escritor de la columna de "Especialista en ética" de la revista
dominical del The New York Times y autor del libro "Sé bueno: cómo navegar por la ética
de todo/manejarse éticamente en todo (momento)."
Es bastante interesante este meneo (o leer a #1 ) porque muchas sociedades se basan en la moral y ética de Kant.
Supongo que si Kant fue filósofo en vez de crear una secta o un ejército sería porque en su lugar y en su época no fue posible para él llevarlo a cabo.
#2 Querrás decir que al poder le interesa que se asuma la filosofía de Kant.
#4 Marx se inspiró en Hegel. Hegel a su vez se vió muy influído por Kant.
#5 Me parece contradictorio defender la filosofía de Kant y llamarse a uno mismo Señor Liberal.
Tampoco me parece adecuado defender una filosofía porque ésta influyó a alguien que se inspiró en ella, por mucho que ese alguien a través de (o pese a, vete a saber) inspiraciones e influencias sea uno de los tres economistas más brillantes (que no filósofo ni político) que han existido.
Gracias por el negativo, me da más confianza en mis argumentos y le resta peso a los tuyos
#6 Yo no he defendido la filosfía de Kant. De hecho este meneo es bastante crítico con él. El liberalismo es más Aristóteles que otra cosa porque Kant en el fondo es bastante anti-razón.
#7 ¿Desprecias su filosofía calificándola de irracional pero le defiendes si yo menosprecio o critico su filosofía? Me he perdido algo
Por cierto, no hay nada de irracional, es que sirve a propósitos concretos entre los que no está mejorar la vida de quien asume lo que dice. Eso es lo que decía en #4
#8 ¿Dónde he defendido la filosofia de Kant si me considero totalmente contrario a él?
#9 Entonces qué significa el negativo y el comentario posterior?
#10 Tienes razón, he creído que con "el poder" te referías a los mercados y tal.
#11 El poder como idea abstracta. Siempre le va bien eso de "el deber por el deber" teniendo en cuenta que se consigue mucho ejerciéndolo sobre otras personas.
Está muy bien pero discrepo en que el coche no es divertido. A mí me gusta y no soy para nada un cani macarra.
antes de los coches no existían los semáforos