Hace 10 años | Por --331113-- a jotdown.es
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(c&p) El año es 1956 y el lugar es Estocolmo, aunque quizá no lo sea. Ingmar Bergman acaba de ser galardonado en Cannes por Sonrisas de una noche de verano. El genio sueco, llevado de un extraño deseo que ni él mismo sabe explicar («quizás la necesidad de hacer algo… muy poco Ingmar Bergman», aventurará más tarde) entra en un cine para adocenarse en la visión de la clásica película de acción americana, un artefacto de puro escapismo.