En todo debate sobre inmigración, cuando alguien cuestiona la política de extranjería, lo mismo en una tertulia televisiva que en una cena de amigos, no tarda en aparecer el pesado de siempre con la misma pregunta, ya amarillenta, que te arroja como un cubo de agua: “Entonces, ¿qué? ¿Dejamos las fronteras abiertas y que entren todos?”. Para “avalancha”, los más de cinco millones que vinieron durante la década previa a la crisis. Y no solo no hubo conflictos sociales, sino que además fueron esenciales para sostener la prosperidad.
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