Cuando John H.G. Lee fue sentenciado a la pena de muerte, le dijo al juez: "La razón por la que estoy tan tranquilo es que yo confío en el Señor y él sabe que soy inocente" Y parece ser que el Señor, el destino, la suerte – o vete tú a saber qué – creyeron en su inocencia porque no se pudo ejecutar la sentencia dictada.
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Según la sentencia no se le condenó a muerte sino a ser ahorcado. Y fue ahorcado