La Comisión de la Propiedad Intelectual cumplió el pasado viernes su primer año de vida. Trescientos sesenta y cinco días en los que se ha arrastrado a través de un infierno mediático y social, haciendo gala de un silencio elocuente. Primero, dejándose llevar -desde la opacidad de los despachos ministeriales- por la inercia burocrática de un fracaso anunciado cuya única contribución a la lucha contra la piratería ha sido el establecimiento de un nuevo diálogo de sordos entre las partes implicadas.