Cuando Eduardo VII murió el 6 de mayo de 1910, Gran Bretaña era la nación más importante del mundo. Poseía el imperio más grande cubriendo un cuarto de la superficie terrestre, a pesar de la creciente competencia de Alemania y los Estados Unidos. En esa brillante mañana de 1910, fue el día en que un pequeño terrier blanco llamado César en una imagen poco convencional que, drásticamente simboliza la grandeza del Imperio Británico, conmovió a príncipes, presidentes, emperadores, líderes electos y a toda una nación. Esa necrológica mañana fue un
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