El Síndrome de Asperger afecta a 5 de cada 1000 niños. No es una enfermedad, ni ellos son enfermos, aunque a veces la ignorancia les relega al aislamiento.
Estuve un verano trabajando como voluntario con niños diagnosticados con trastorno del espectro autista y Asperger. Cada monitor teníamos asignado un máximo de 2-3 niños, ya que eran pequeños y muchos tenían conductas bastante disruptivas (tricotomanía, coprofagia...). En mi caso, sólo tenía un chico del que ocuparme, el mayor del grupo (tenía 13 años y era más alto que yo, el chaval). Eso sí, 24 horas. Una de sus obsesiones eran los planetas, la rotación de la luna, el amanecer... Trajo en su equipaje 4 libretas rellenas a más no poder con detalles de fechas, horas, localizaciones... Cada día tocaba ritual varias veces: nos levantamos antes del amanecer para ver la salida del sol, parábamos a mediodía, al atardecer y, sí, nos levantábamos en mitad de la noche. Todos los días. Y él anotaba los detalles de cada evento con tremenda meticulosidad. Tenía hasta una leyenda para el brillo, el color, etc. La verdad es que era impresionante. No fue fácil porque aparte de estas peculiaridades, sufría brotes de agresividad y delirios. Un caso complicado, pero al final me/nos gané/ganamos su tolerancia (hablar de confianza me parece peliagudo) y resultó una experiencia muy bonita y enriquecedora.
Eso sí, lo mío fue un verano únicamente. Pensar que los familiares viven situaciones así todos los días impone un respeto y una admiración tremendos. Al menos, a mí.
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Estuve un verano trabajando como voluntario con niños diagnosticados con trastorno del espectro autista y Asperger. Cada monitor teníamos asignado un máximo de 2-3 niños, ya que eran pequeños y muchos tenían conductas bastante disruptivas (tricotomanía, coprofagia...). En mi caso, sólo tenía un chico del que ocuparme, el mayor del grupo (tenía 13 años y era más alto que yo, el chaval). Eso sí, 24 horas. Una de sus obsesiones eran los planetas, la rotación de la luna, el amanecer... Trajo en su equipaje 4 libretas rellenas a más no poder con detalles de fechas, horas, localizaciones... Cada día tocaba ritual varias veces: nos levantamos antes del amanecer para ver la salida del sol, parábamos a mediodía, al atardecer y, sí, nos levantábamos en mitad de la noche. Todos los días. Y él anotaba los detalles de cada evento con tremenda meticulosidad. Tenía hasta una leyenda para el brillo, el color, etc. La verdad es que era impresionante. No fue fácil porque aparte de estas peculiaridades, sufría brotes de agresividad y delirios. Un caso complicado, pero al final me/nos gané/ganamos su tolerancia (hablar de confianza me parece peliagudo) y resultó una experiencia muy bonita y enriquecedora.
Eso sí, lo mío fue un verano únicamente. Pensar que los familiares viven situaciones así todos los días impone un respeto y una admiración tremendos. Al menos, a mí.
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