Hace 12 años | Por freieschaf a newyorker.com
Publicado hace 12 años por freieschaf a newyorker.com

Nuestra propia cultura, bajo el hechizo de Grimm y Perrault, ha favorecido más cuentos de hadas con chicas protagonistas que aquellos con chicos, princesas antes que príncipes. Pero las historias de Schönwerth nos enseñan que [érase] una vez, los Cinderfellas sufrían junto a las Cinderellas, y guapos jóvenes caían en sueños casi tan profundos como la siesta de cien años de La Bella Durmiente.