Hace 6 años | Por rominger a elpais.com
Publicado hace 6 años por rominger a elpais.com

En los años sesenta, Ana María estaba casada, había alumbrado dos hijos y tenía otro en camino. “Aquello no era un matrimonio y dije basta". Entonces se dio cuenta de todo, de que no podía hacer nada sin el permiso de su marido, de que el matrimonio civil era simbólico, porque para poder contraerlo había que apostatar. La joven madre tardó nueve años en tener la sentencia de separación que dictaba el tribunal eclesiástico. El divorcio, claro, no existía.

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