Hace 5 años | Por MKitus a culturacolectiva.com
Publicado hace 5 años por MKitus a culturacolectiva.com

Para los mexicas y otros pueblos del Valle de México, la mejor explicación de los sismos se hallaba sobre sus cabezas, en el primer calendario que conoció la humanidad: la bóveda nocturna. Los sacerdotes consideraban que se trataba del ollin, es decir, el movimiento de los astros en el firmamento, mientras que la palabra náhuatl para definir los temblores es tlalollin, “movimiento de la tierra”.

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Los mexicas estaban seguros de que los sismos –desde los más leves hasta los terremotos– eran provocados por el tropiezo del Sol, la Luna u otro astro. Más allá de lo rudimentario que a priori puede parecer esta idea, se trató de una explicación elegante y satisfactoria para su época:

«Por ejemplo, cuando Venus se ponía en el horizonte y luego reaparecía en el oriente a la mañana siguiente, explicaban que tuvo que caminar bajo tierra en plena oscuridad, y a veces se tropezaba: eso era un temblor. Los temblores eran muy fuertes cuando el Sol se tropezaba. Y cuando ocurría de día, bueno, hay astros (incluso la Luna) que se ponen en la mañana y reaparecen en el oriente al atardecer. Era una teoría tan buena como cualquiera otra y tenía su lógica».