Publicado hace 4 años por TribunaVioleta a cronicaglobal.elespanol.com

Cuando se habla de la poesía joven difundida en las redes sociales se suele confundir fondo y forma, contenido y continente. Porque si es cierto que ciertos textos han encontrado su natural forma de divulgación en Twitter, Facebook, Instagram y otros lugares por el estilo, no tan exacto es que sean poesía.

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TribunaVioleta

Podría más bien hablarse de subprosa (líneas cortadas caprichosamente que no alcanzan la condición de la prosa cuidada, a la que hay que exigir rigor, precisión e inteligencia) o de prepoesía (si concedemos que hay un runrún de símiles y sentimientos que podrían constituir la materia prima del poema, suponiendo que el texto se considere borrador y punto de partida, no final digno de darse a la estampa). Por lo tanto, cuando las listas de más vendidos bajo el epígrafe poesía están copadas por nombres de este nuevo fenómeno (muchos de ellos seudónimos como si en el fondo se avergonzaran de sus obras), se impone hacer una enmienda a la totalidad, una impugnación: no se trata de poesía. Cierto es que entonces la lista bestselleriana quedaría raquítica, pero la literatura saldría gananciosa.

Que no es poesía lo que quiere pasar por tal no es opinión gratuita, reproche elitista o desahogo temerario: es constatable si se tienen en cuenta algunos de los criterios que acompañan a la poesía. En primer lugar, esta es una tradición viva que los autores advenedizos parecen ignorar, víctimas de ese adanismo propio de la juventud (si es indocumentada, aún más); en segundo, sonroja una total falta de oficio, desconocimiento de los tropos, sentido de la contención, dominio de la arquitectura. Finalmente, para no hacer el diagnóstico interminable, son textos que carecen de ritmo: como es sabido, la poesía puede hacer acto de presencia también en la prosa, no solo en el verso, pero en este subgénero que nos ocupa, cortado en renglones émulos de los que conoce la versificación, la prosodia está ausente casi por completo, no por voluntad sino por ignorancia, impericia y, por qué no decirlo, soberbia a la que amamanta el desprecio.