
Buen día, ilustres. Últimamente está en boca de todos la famosa separación de poderes (SP) o, más bien, la falta de ella en nuestro país. Y en la inmensa mayoría de casos, hablamos de un tipo de vulneración de la SP concreto: la intromisión del Poder Ejecutivo en el Judicial. Es una intromisión grave (de hecho, todas lo son) y por ser la más palpable y noticiosa, la más conocida.
Sin embargo, existen otros tipos de vulneración de la SP. Recordemos: los Tres Poderes son el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial, cuyas funciones, simplificadamente, van así: el Legislativo (Congreso y Senado) crea leyes; el Ejecutivo (el Gobierno) las lleva a cabo, y el Judicial (jueces, fiscales y demás) vela por su cumplimiento. Uno crea, otro usa, otro protege, como una tríada de dioses hindúes.
Es un error pensar que sólo puede darse un tipo concreto de intromisión. Feck, ninguno de los Poderes está a salvo ni de influenciar a otros, ni de recibir influencias. Y de hecho lo hacen.
La mayor cagada en la SP, sin limpiarse el culo, tiene como protagonista al Ejecutivo, sí, pero no inmiscuyéndose en el Judicial, sino en el Legislativo.
Vamos entrando en materia. Existen dos tipos de normas con rango de ley en los que el Ejecutivo participa en su creación, en mayor o menor medida. Aunque suenen parecido, ésta es casi su única similitud. Como decía Twain, “la diferencia entre la palabra correcta y la casi correcta es la diferencia entre una centolla y una centella”.
Plantea menos problemas. Viene a ser que el Legislativo (a.k.a Congreso) encarga o encomienda al Ejecutivo (a.k.a Gobierno) o bien que una varios textos legales en uno solo para mayor claridad, o bien le da una base y unos límites de una ley que quiera hacer para que el Ejecutivo la desarrolle.
-Oye, Ejecutivo, mira. He visto que tenemos el tema de protección al consumidor esparcido en varias normas, así que te encargo, mediante una ley ordinaria, que lo unas todo en una única norma, ¿de acuerdo?
-Ok, Legislativo. Lo haré y sacaré un Texto Refundido, como el Texto Refundido de la Ley General de Defensa de Consumidores y Usuarios.
-Chachi. Ah, por cierto, como tienes más medios y tiempo, también te doy esta Ley de Bases. Pone los mínimos y los puntos que queremos que consten, pero encárgate tú del desarrollo y los detalles, ¿entendido?
-A mandar. Luego te paso el Texto Articulado que desarrolla tu Ley de Bases.
Lo pilláis, ¿verdad? Personalmente me plantea menos problemas, porque antes el Legislativo ha emitido unas leyes sin intromisión del Ejecutivo en la que se le autoriza a desarrollar o incluso “crear”, pero bajo sus límites.
Aquí ya nos empezamos a meter en terreno más embarrado. Es una figura copiada, si mal no recuerdo, del ordenamiento jurídico italiano, que en la actualidad sólo conservamos, creo, nosotros dos y Portugal, y que, en teoría, no es una mala idea.
La idea general del decreto-ley es esta: en caso de extraordinaria y urgente necesidad, puede ser necesario sacar alguna norma por las circunstancias excepcionales (ejemplo extremo: maremoto en la coste norte de España que implica tocar muchos palos para contención de daños, desalojo y reubicación) que no pueda demorarse en el trámite normal parlamentario (Legislativo) por los daños que la tardanza puede causar.
En ese caso, el Ejecutivo (Gobierno) puede hacer un decreto-ley él solito, sin intervención alguna anterior del Legislativo, que tendrá fuerza de ley. Tiene que estar sometido a un criterio de temporalidad, estar justificado y luego podrá ser aprobado o echado abajo por el Legislativo. Luego. Después. Mientras tanto, tendrá efectos.
Esto es la teoría, pero, como digo siempre, a la práctica le encanta follársela sin darle siquiera un besito en la nuca.
Los meneantes suspicaces (casi todos) ya se están oliendo la tostada.
Hey, tío, pero esto es bastante peligroso, ¿no? Suerte que no tenemos ni hemos tenido Gobiernos deshonestos (guiño) o estarían tentados a follarse la separación de poderes asumiendo el Ejecutivo el poder Legislativo. Además, un Gobierno deshonesto lo vería muy útil (guiño) si no tuviese mayoría en el Parlamento, porque podría aprobar normas (guiño) sin votación. Suerte que tenemos una gran cultura democrática (guiño) y que nadie lo ha hecho (guiño).
Ding ding ding. Tenemos ganador.
En España al Gobierno le encantan los decretos-ley, o, como se suele decir, “gobernar por decretazo”. Sin embargo, existe un partido con especial gusto por el decretazo.
Tú apenas adoptaste el decretazo. Yo nací en él. Fui moldeado por él. No aprobé una ley ordinaria hasta que fui un hombre.
Redoble de tambores… sí, el Partido Popular es el más adepto a utilizar decretos-ley porque el debate parlamentario, donde reside la Soberanía Popular, es, juas, ¿quién lo necesita? Perder el tiempo. Porque la gente podría ver el debate en el Congreso y cómo nos joden, porque los medios críticos podrían tener más tiempo para analizar la medida y publicarla. Porque los otros partidos podrían proponer enmiendas. Surprise, modafucka.
Dato escandaloso: el 70% de las normas con rango de ley aprobadas desde que Mariano es Presidente son decretos-ley. EL. 70. POR. CIENTO.
El 70% de normas no han sido correctamente debatidas, ni enmendadas.
En el 70% de normas no ha intervenido la Soberanía Popular.
Más datos curiosos. En la primera legislatura de Rajoy, aprobó más decretos-ley que en todas las legislaturas de González. Los otros récords en cuanto a número de decretazos pertenecen… a nuestro querido Ánsar.
Hey, pero la Constitución habla de que sólo se podrán promulgar en casos de extraordinaria y urgente necesidad. ¿Qué pasa aquí?
Pues que en España tenemos una curiosa concepción de la urgencia, que engloba básicamente todo. Es similar a lo que sucede con las expropiaciones: las “urgentes”, en las que el precio se paga después, y en principio excepcionales, suponen el 99% de las mismas. He conocido a abogados urbanísticos jubilados que me han dicho que en toda su vida han visto ninguna o si acaso una expropiación no urgente.
La excusa de Mariano fue, al entrar, el número de desempleados, la deuda y, en general, la crisis. Pero eso no se sostiene demasiado: según el PP, ya no hay crisis y, sin embargo, siguen golpeando a decretazos. Aznar, que ostentaba el récord anterior, proclamaba su eslogan “España va bien” mientras para evitar al Congreso daba salida a decretos-ley de “extraordinaria y urgente necesidad”.
Por supuesto, son normas muy populares, correctas y legales. ¿Un ejemplo? La famosísima Amnistía Fiscal… sí, fue un decreto-ley. El Tribunal Constitucional la tumbó… cinco años después. Y a pesar de ello, los que se hubiesen acogido a dicho Decreto-Ley mientras estuvo en vigor están a salvo. Win-Win.
Otro temazo: la inefable Ley de Tasas de Gallardón. También tumbada… cuatro años después. Cuatro años en los que estuvieron operativas unas tasas anticonstitucionales que vulneraban el derecho fundamental a la tutela judicial efectiva.
Es un “Huy, me he equivocado de agujero” político. La metes por detrás y te hacen quitarla, pero ya te has corrido dentro de una España enculada.
¿Más? Reforma laboral, decreto-ley. Subida de impuestos, decreto-ley. Congelación de salarios de funcionarios, decreto-ley. Recortes brutales a educación y sanidad, decreto-ley. Como veis, normas a las que al Gobierno le interesaba que se debatiesen públicamente (guiño-guiño)
Bueno, no te flipes. Por aquel entonces tenía mayoría suficiente. Lo hubiese aprobado igual yendo por lo ordinario.
Algunas sí, sin duda. Pero hubiera debido seguir un procedimiento que implicaría lo que he dicho más arriba: informar al Congreso, más tiempo para que los medios lo estudiasen, lo debatiesen, incluso más tiempo para manifas, para organización, para oposición.
Opino que esta sodomización a la separación de poderes deja en pañales las injerencias del Ejecutivo en el Judicial, que son las más famosas. Porque la soberanía popular reside principalmente en las Cortes. Y tú no sólo no lo sometes a su aprobación, sino que ni siquiera le permites que la soberanía popular las estudie con tiempo, o las enmiende, o siquiera las debata, o se informe sobre ellas. Ya hemos visto los resultados.
No sólo es grave por los efectos prácticos. Es por lo que implica en la mente de quienes mandan: gobernantes y gobernados, y entre ellos un muro de hormigón armado con la dureza de la cara de Cifuentes y el espesor de Rafael Hernando.
En fin. Por lo menos ahora espero que conozcáis las diferencias entre esas dos figuras que suenan tan similares, y espero también que estéis atentos a los titulares y distingáis las distintas iniciativas legislativas, y os suene una alerta mental cuando oigáis “decreto-ley”. Porque sabréis lo que significa.
Y no, tampoco voy a hablar de Cataluña esta vez.
Prefacio
El tema tratado aquí es sin duda muy polémico, y es evidente que puede despertar emociones muy negativas en algunos lectores. No obstante os pido por favor que si vas a leer el resto de esta entrada, lo hagáis con una mente abierta y honesta, libre en lo posible de estos prejuicios (sentimientos) subjetivos.
¿Qué más da lo que dure nuestra especie?
Si miramos a nuestro alrededor, vemos como todos se preocupan (nos preocupamos) por el futuro de la humanidad, pero sin embargo son pocos (casi ninguno) los que se molestan en intentar comprender si tal preocupación tiene alguna justificación no instintiva. Es decir; que es indudable que normalmente nadie en su sano juicio suele dudar de que el ser humano debería sobrevivir y persistir para siempre pero...¿por qué queremos eso? ¿cuál es la procedencia de este deseo innato nuestro que nos viene de alguna manera de "fábrica"?
La respuesta en sí es clara: queremos instintivamente lo que la evolución necesita que queramos. Y la evolución gira en torno al "deseo" natural de supervivencia y reproducción, por lo que bajo ese paraguas se ha forjado nuestro cerebro de simio venido a más. Así pues no es de extrañar que la idea de la supervivencia de nuestra especie sea quizás la idea (innata) más fuerte e inamovible que nos podamos formar. Y en este sentido es evidente que por mucho que se reflexione, jamás la razón va a doblegar a este deseo fundamental y básico que llevamos programado en el cerebro. No obstante, y a pesar de ello, podemos pensar sobre el asunto (intentado ser lo más objetivo posible) a pesar de que finalmente tal meditación no vaya a servir para nada en la práctica (puesto que como decimos la aspiración y el anhelo de eternidad la llevamos muy bien codificada por entre nuestras redes neuronales).
La cuestión entonces queda así: la persistencia del ser humano (subjetivamente) nos importa mucho (no tenemos elección) pero, ¿debería (objetivamente) de ser así? Vamos a verlo:
Vamos a partir de una premisa muy clara que nos cuenta la cosmología moderna: el destino final de nuestro Universo está ya escrito. Hay cuatro (y sólo cuatro) posibles alternativas para el fin de lo que entendemos como mundo: Big Rip, Big Bounce, Big Crunch, o "muerte" térmica. El Universo estático y eterno en el que se creía hasta bien entrado el siglo XX pasó a la historia (al propio Albert Einstein le costó aceptar esta realidad). Y aunque estos cuatro posibles desenlaces para nuestra realidad tienen propiedades muy distintas, hay algo que mantienen en común: con el paso del tiempo, las inamovibles leyes físicas que lo han determinado todo desde el principio, llevarán a que sea imposible cualquier existencia o fenómeno dentro del Universo. Es más, dado todo nuestro conocimiento físico actual (que es mucho), existe la garantía de que llegará el momento en que cualquier pasado histórico será igualmente borrado de la existencia. Llegado el momento, lo que pasó o dejó de pasar será indistinguible para la "realidad", y no habrá de hecho manera física alguna de recuperar o "recordar" ningún evento o acontecimiento pasado. Con su "muerte" (o mejor dicho, mientras "muere"), el cosmos aniquilará (borrará) todo lo que ocurrió en su ser durante los eones previos hasta que por fin no quede nada (en sentido literal).
Y aunque esta "muerte" ocurrirá dentro de billones de años, aún así podemos preguntarnos legítimamente del siguiente modo:
¿Qué más da lo que dure nuestra especie? ¿Qué más da siglo arriba o siglo abajo si el final va a ser el mismo? Como diría Nietzsche: "[...]el destino del hombre no se distingue del destino del más vil gusano." (Aforismo 753 de Voluntad de Poder). El ser humano está condenado por su propia esencia natural (evolutiva). Da igual lo que pretendamos conseguir con ese supuesto y vanagloriado "libre albedrío" nuestro: el final será el mismo, porque es sólo cuestión de más o menos tiempo. Y siendo este fatal destino como es seguro: ¿a quién le importa alargar la agonía de lo inevitable?
Si no acaba con nosotros el hambre, lo hará una guerra nuclear, un meteorito, una enfermedad mortal, un cambio climático, la "rebelión" de las máquinas, o cualquier otra cosa. E incluso si logramos escapar y colonizar otros planetas y galaxias; como decimos, las propias leyes físicas garantizan el fin de toda existencia (y la erradicación histórica) conforme se acerque su "muerte" natural.
Por tanto, repito: ¿Qué importa el plazo cuando el final es el mismo? ¿Puede, para empezar, haber utilidad para algo dentro de un Universo condenado a desaparecer por completo en la nada? Y si no podemos vislumbrar una utilidad (objetiva) clara para ningún fenómeno dentro del mundo: ¿para qué entonces tanto esfuerzo y empeño en encadenar generaciones de humanos?
Todos se llenan la boca con eso del Bien de la humanidad, la necesaria supervivencia del hombre, y demás palabrería, pero: ¿para qué tanta vehemencia por sobrevivir como especie? ¿sirve acaso de algo (o para algo) nuestro ser como humanos? ¡Pues es que en principio parece que no! Existimos por existir y para existir, y nada más (esencia natural evolutiva). Y eso estaría quizás bien (sería aceptable)...si no fuese porque (como sabemos con certeza) todo terminará más pronto que tarde; y porque con este final anunciado se irá al traste todo el esfuerzo (lucha, dolor y sufrimiento) de cualquier generación y existencia pasada. En el momento en que el Universo acabe (y "muera" junto con la memoria del fenómeno pasado), se hará evidente que todos habrán (habremos) luchado finalmente por y para nada esencialmente relevante.
Como Unamuno dijo:
"Quitad la propia persistencia, y meditad lo que os dicen. ¡Sacrifícate por tus hijos! Y te sacrificarás por ellos, porque son tuyos, parte prolongación de ti, y ellos a su vez se sacrificarán por los suyos, y estos por los de ellos, y así irá, sin término, un sacrificio estéril del que nadie se aprovecha. Vine al mundo a hacer mi yo, y ¿qué será de nuestros yos todos? ¡Vive para la Verdad, el Bien, la Belleza! Ya veremos la suprema vanidad, y la suprema insinceridad de esta posición hipócrita." (fragmento de la obra: Del sentimiento trágico de la vida).
Como dice el filósofo español, el día en que todo termine (sea cuando sea): ¿qué será entonces de "nuestros yos todos"? ¿de qué habrá servido ese durísimo sacrificio estéril del que nadie se podrá ya aprovechar?
Pero además el plazo no es tan largo como parece. Tú existencia personal lector (como la mía) acabará en pocas décadas (y no en billones de años), pero resulta que con el fin de nuestra consciencia el transcurso del tiempo perderá la validez que le damos subjetivamente. Por ejemplo; los casi 14 mil millones de años que pasaron antes de mi nacimiento: ¡fueron "instantáneos"! Yo no sentí el paso del tiempo antes del surgimiento de mi consciencia, y puedo esperar por tanto lo mismo para ese futuro que sobrevivirá tras mi muerte: pasarán los millones de años de manera "instantánea" en relación a lo que pueda quedar tras de mí (es decir; de mi"yo").
Y del mismo modo que nos parece al despertar que pasaron las 7 horas del sueño en un solo "instante"; ¡igualmente en un "instante" pasarán tras nuestra muerte (en ese sueño eterno) los billones de años que lleven a la existencia Universal completa (sin nuestra persona) a su final! Será por tanto un pequeño soplo de tiempo el que nos acerque a ese instante que ahora parece ilusamente muy ("muy") lejano. Pero insistamos una vez más para luchar contra esta ilusión: lo que nos separa realmente del fin de la humanidad (junto con el final de todo lo demás), son simplemente estas pocas décadas de lucha que nos quedan por delante en pos de un fin (evolutivo) que reconocemos ya como totalmente irrelevante (objetivamente y en relación al hombre como tal).
En este sentido, podemos decir que tras 14 mil millones de años (que transcurrieron como si fueran 14 milisegundos), pasaremos por la existencia como seres conscientes por durante unas 6 ó 7 décadas (con suerte): lucharemos y sufriremos por sobrevivir lo suficiente como para poder replicar una larga cadena de moléculas con instrucciones para fabricar nuevas personas; para finalmente morir luego y que otros tantos miles de millones de años pasen inmediatamente llevándose por delante todo lo que hayamos podido conocer en estos pocos años de existencia.
En este concreto sentido objetivo, la existencia humana es absurda; y esa supuesta lucha por el Bien de la Humanidad y por el futuro Bienestar de los hijos de la Humanidad...más absurda aún. Cualquier preocupación por el futuro de nuestra especie es tan absurdo como preocuparse por el futuro de un castillo de arena en la orilla de una playa.
Y todo lo que digo por supuesto puede sonar a nihilismo extremo, y quizás lo sea; pero no por eso tiene que ser falso. El hecho de que un argumento despierte en nosotros una emoción negativa no debería nunca de servir como prejuicio contra su validez, aunque es por desgracia éste un sesgo que todos llevamos "dentro".
Podemos por lo tanto decir tras esta reflexión (a modo de corolario y en contra de nuestras emociones y sentimientos innatos) que: ¡qué más da lo que dure nuestra existencia como especie!
Este artículo es una ampliación y reedición de esta fuente original: quevidaesta2010.blogspot.com/2016/06/que-mas-da-lo-que-dure-nuestra-es
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