Dos grupos de hombres armados, en el interior de un saloon, se miden en tan tenso tenso silencio que es fácil presagiar que cualquier pequeño incidente desencadenará el tiroteo: y un vaso comienza a rodar sobre la tarima dirigiéndose hacia el vacío. Mas entonces una mano entra en el cuadro y con inolvidable gesto enérgico lo deposita sobre la madera. El hombre alto y rubio que lo recogió, mucho más adelante en la historia, cuando otro tipo se dirige hacia él para saludarlo, lo detiene con una respuesta cortante: "Nunca le doy la mano a..."