Hace 6 años | Por kanjiru
Publicado hace 6 años por kanjiru

Josef K. soñó:

Era un día hermoso, y K. quiso salir a pasear pero apenas dio dos pasos, llegó al cementerio. Vio numerosos e intrincados senderos, nada prácticos; K. flotaba sobre uno de esos senderos como sobre un torrente en un inconmovible deslizamiento. su mirada advirtió desde lejos el montículo de una tumba recién cubierta y quiso detenerse a su lado. Ese montículo ejercía sobre él casi una fascinación y le parecía que nunca podría acercarse demasiado rápidamente. De pronto la tumba casi desaparecía de la vista, oculta por estandartes que flameaban y se entrechocaban con fuerza; no se veía a los portadores de los estandartes, pero era como si allí reinara un gran júbilo.

Todavía buscaba en la distancia cuando vio de pronto la misma sepultura a su lado, cerca del camino; pronto la dejaría atrás. Salto rápidamente al césped pero en el momento del salto el sendero se movía velozmente bajo sus pies, se tambaleó y cayó de rodillas justamente frente a la tumba. Detrás de ésta había dos hombres que sostenían una lápida en la tierra, donde quedó sólidamente asegurada. Entonces surgió de un matorral un tercer hombre, en quién K. inmediatamente reconoció a un artista. Sólo vestía pantalones y una camisa mal abotonada; en la cabeza tenía una gorra de terciopelo; en la mano un lápiz común con el que dibujaba figuras en el aire mientras se acercaba.

Apoyó su lápiz en la parte superior de la lápida; la lápida era muy alta; el hombre no necesitaba agacharse pero si inclinarse hacia adelante porque el montículo de tierra (que evidentemente no quería pisar) lo separaba de la piedra. Estaba de puntillas apoyándose con la mano izquierda en la superficie de la lápida. Mediante un prodigio de destreza logró dibujar con un lápiz común letras doradas y escribió: "Aquí yace". Cada una de las letras era clara y hermosa, profundamente inscrita y de oro purísimo. Cuando hubo escrito las dos palabras se volvió hacia K. que sentía gran ansiedad por saber cómo seguiría la inscripción, apenas se preocupaba por el individuo y sólo miraba la lápida. EL hombre se dispuso nuevamente a escribir pero no pudo, algo se lo impedía; dejo caer el lápiz y nuevamente se volvió hacia K. Esta vez K. lo miró y advirtió que estaba profundamente perplejo pero sin poder explicarse el motivo de su perplejidad. Toda su vivacidad anterior había desaparecido. Esto hizo que también K. comenzara a sentirse perplejo; cambiaban miradas desoladas; había entre ellos algún odioso malentendido que ninguno de los dos podía solucionar. Fuera de lugar comenzó a repicar la pequeña campana de la capilla fúnebre pero el artista hizo una señal con la mano y la campana cesó. Poco después comenzó nuevamente a repicar; esta vez con mucha suavidad y sin insistencia; inmediatamente cesó; era como si solamente quisiera probar su sonido. K. estaba preocupado por la situación del artista, comenzó a llorar y sollozó largo rato en el hueco de sus manos. El artista esperó que K. se calmara y luego decidió , ya que no encontraba otra salida, proseguir su inscripción . El primer breve trazo que dibujó fue un alivio para K. pero el artista tuvo que vencer evidentemente una extraordinaria repugnancia antes de terminarlo; además la inscripción no era ahora tan hermosa, sobre todo parecía haber mucho menos dorado, los trazos se demoraban, pálidos e inseguros con un letra demasiado grande. Estaba casi terminada ya, cuando el artista furioso propinó un puntapié contra la tumba y la tierra voló por los aires. Por fin comprendió K.; era muy tarde para pedir disculpas; con sus diez dedos escarbó en la tierra que no le ofrecía ninguna resistencia; todo parecía preparado de antemano; sólo para disimular, habían colocado esa fina capa de tierra; inmediatamente se abrió debajo de él un gran hoyo, de empinadas paredes, en el cual K. impulsado por una suave corriente que lo colocó de espaldas se hundió. Pero cuando ya lo recibía la impenetrable profundidad esforzándose todavía por erguir la cabeza pudo ver su nombre que atravesaba rápidamente la lápida, con espléndidos adornos.
Encantado con esta visión, se despertó.

Franz Kafka