
En ingeniería de software se le llama refactorizar al proceso de mejorar el código existente simplificándolo. Esto a menudo implica borrar líneas que, aunque parezca contraintuitivo, hacen el programa más robusto. El mismo concepto se puede aplicar a cualquier país democrático, especialmente a España.
Noam Chomsky escribió:
En cada estadio de la historia, nuestro propósito debería ser erradicar aquellas formas de autoridad y opresión que, si bien en su momento pudieron tener una justificación por motivos de seguridad o desarrollo, hoy agudizan la miseria material y cultural
Traducido a la jerga del desarrollador: hay que identificar el código muerto y eliminarlo antes de que produzca fallos en cascada.
Tomemos algunos code smells institucionales.
Cada caso cumple la definición de legacy code: mantiene el sistema, pero a costa de complejidad y deuda técnica.
Refactorizar es eliminar lo que sobra para que lo esencial funcione. Tal vez ha llegado el momento de aplicar esa lógica al Estado: depurar el código institucional, borrar dependencias inútiles y reescribir aquellas estructuras que solo introducen errores. Porque, igual que en software, no hacer mantenimiento no preserva el sistema: lo vuelve obsoleto.
Suena el despertador. Como otros días. O al menos como cinco de los siete días de la semana. Hoy era lunes y es este el momento del día en el que uno más se arrepiente de no haber aprovechado el tiempo durante el fin de semana o de no haber dormido lo suficiente. Y eso es lo que piensa, en este instante, Susana.
Se levanta, se ducha a treinta grados, se cepilla los dientes, se viste y mira el reloj. Aún quedan veinte minutos antes de salir camino al trabajo, diez más de los habituales ¿de dónde ha podido sacar tanta energía esa mañana? No importa, eso no quita que en este momento toca desayunar, mejor no saltarse este paso. Así que se hace un bocadillo de mortadela con mantequilla mientras ve las noticias de Antena 3. ¡Ding, dong! ¿Qué es eso? Desde luego un sonido inhabitual a estas horas.
"¿Quién es?", dice Susana, pero no obtiene respuesta; "¿Quién me mandaría a tener una puerta sin mirilla? De hoy no pasa", se recuerda Susana. Finalmente se levanta y abre la puerta.
Fin.
El otro día, mientras los niños jugaban en el parque, comentaba con nostalgia mis primeras andaduras digitales de mi juventud con otro padre. Con un brillo en los ojos, ambos recordamos esa ilusión por todo aquello nuevo por probar, aprender y compartir.
Cada vez más enfrascados en nuestra conversación, el parque iba disolviéndose y volvimos a tener 15 años. Como aquella primera vez que vimos una SNES o la Megadrive en casa de un amigo, cuando su madre, enloquecida, cortaba la luz para que cada niño se fuese a su casa. O cuando tiramos un cable de red entre casas para jugar en red al StarCraft. La constante búsqueda del mejor y más barato cyber para jugar al Age of Empires, al Quake 3 Arena o al Day of Defeat. Noches enteras donde los ojos se cerraban entre el humo del tabaco y el brillo de los monitores CRT.
Recordé entonces recorrer España para ir a las LAN parties. Toda la gente que conocí con mi torre a cuestas. Todo lo que aprendí y lo mal que dormí en fríos pabellones sobre un colchón hinchable. Jóvenes, idealistas, el movimiento hacker, David Bravo y el copyleft, la alegría de conectar tu disco duro lleno de gigabytes de información a la red P2P para que cualquiera pudiera hacer uso de ello.
De repente despertamos de nuestra ensoñación: los niños nos estaban diciendo algo. Volvía a tener casi cuarenta años. De golpe fui consciente de que, pese a estar más interconectados que nunca, estamos mucho más aislados que antes. La red ha cambiado: ya no hay necesidad de llevarte tu ordenador para jugar con tus amigos; ahora solo hay desconocidos con los que jugar, cada uno en su silo, como preparacionistas esperando el fin del mundo.
¿Es el mundo el que ha cambiado o simplemente nos hemos hecho mayores? ¿Puede volver el espíritu de la LAN party?
En los últimos meses se ven noticias como que España es un hub cientifico lider en ensayos clinicos y que ya supera a Alemania(1)(2)(3). Este éxito es un motivo de orgullo, pero no estaría completo sin abordar la parte oscura y negativa que arrastra la ya conocida "Marca España" de la investigación: las malas condiciones laborales que, irónicamente, son el principal motor económico para que las farmacéuticas inviertan tan rentablemente en nuestro país.
La clave de la inversión y la alta concentración geográfica de los ensayos se sitúa principalmente en Madrid y Barcelona. Esta centralización provoca una doble desigualdad:
Actualmente, esta concentración es crítica, ya que solo Madrid y Cataluña acaparan el 56% de los hospitales que participan en ensayos clínicos oncológicos en marcha. Esta descompensación se traduce en enormes diferencias en las tasas de reclutamiento de pacientes entre Comunidades Autónomas. Sin embargo, promover la descentralización no solo busca la equidad del paciente, sino también la mejor calidad científica de los datos, ya que permite incluir una población más diversa de todo el territorio nacional, tal como se apunta desde el sector.
Como comenta Amelia Martín Uranga, directora de Investigación Clínica y Traslacional de Farmaindustria, “Es fundamental trabajar en ensayos clínicos descentralizados por el bien de los pacientes españoles independientemente de donde vivan” (4).
El factor decisivo para la rentabilidad de España es el coste del talento. Para trabajar en esta área es imprescindible disponer de una carrera relacionada con las ciencias (Biología, Medicina, Enfermería, Farmacia, etc.) y un Máster de Coordinación de Ensayos Clínicos (5), una formación de alta especialización.
A pesar de esta alta cualificación, los sueldos en Fundaciones asociadas a hospitales públicos, especialmente en Madrid, no se corresponden con el coste de vida. El salario neto de un coordinador de ensayos clínicos o similar se sitúa aproximadamente en 1.500€ netos al mes, y ahora indefinidos, pero hasta el cambio de modelo de contratos del Ministerio de Trabajo de Yolanda Díaz, con contratos por Obra y Servicio renovados anualmente, a donde desean volver muchas de las direcciones de estas fundaciones y la Comunidad de Madrid.
Este bajo sueldo se agrava por la rigidez en la conciliación. Aunque estos puestos implican en muchos roles una labor de gestión y documentación 100% teletrabajable o en otros roles al menos un 90% remoto, el teletrabajo está sistemáticamente negado por las Direcciones de estas Fundaciones, Hospitales y por la propias comunidades autonomas, en especial la Comunidad de Madrid.
La justificación que impera es la de la equidad negativa: si algunos empleados no pueden teletrabajar, entonces nadie debe hacerlo, incluso si funcionalmente el puesto es remoto.
Esta situación, combinada con un salario que no permite afrontar el alto coste de la vivienda en Madrid o Barcelona, obliga a estos profesionales a tomar decisiones de vida insostenibles: o bien compartir piso con otras personas, o bien trasladar su residencia a la periferia o a municipios muy alejados del área metropolitana. El resultado directo de esta elección es que el trabajador debe asumir un coste altísimo en forma de largos desplazamientos diarios (que pueden superar las dos horas al día). De este modo, la falta de teletrabajo se convierte en un impuesto invisible sobre el tiempo y la calidad de vida que el profesional cualificado debe pagar para subvencionar la rigidez y el bajo coste laboral del sistema.
Este veto al teletrabajo ancla a profesionales de alto valor a vivir en la zona de Madrid o Barcelona, forzándolos a competir en el mercado inmobiliario más caro de España con un salario que es inferior al salario mínimo bruto de otros países europeos (Francia: 1.800€ brutos/mes (6), aproximadamente 1400€ netos/mes, Alemania: 2.161€ brutos/mes (7), aproximadamente 1500€ netos/mes) para un puesto de alta cualificación.
El sistema se sostiene sobre dos pilares insostenibles:
Mientras este modelo persista, España será atractiva para la inversión extranjera, pero insostenible para el profesional. El sistema actual está abocado al colapso funcional por la imposibilidad de contratar y retener talento que se pueda permitir vivir en la zona con esos salarios y sin flexibilidad laboral.
Bibliografía:
(1) elpais.com/extra/eventos/2025-03-02/espana-lider-en-ensayos-clinicos.h
(2) elglobalfarma.com/industria/europa-situa-a-espana-como-pais-lider-en-e
(3) www.farmaindustria.es/web/reportaje/estas-son-las-10-razones-por-las-q
(4) www.farmaindustria.es/web/otra-noticia/es-fundamental-trabajar-en-ensa
(5) www.esame.org/cecicbarcelona
Los lunes no dormimos,
sólo existimos,
porque nunca podemos
sentir domingos sin sol
esos domingos que no sentimos,
de manta y sueño,
de amor y caricias,
de miradas tranquilas.
Amor sin estridencias.
O locuras con demencias.
Compartidas.
Esos lunes que no existen
porque los martes
siempre hieren.
Lunes de sábanas
que son lunes
de sabanas africanas,
donde ni tú ni yo
encontramos la palabras,
sólo los roces.
ContinuumST (2002)
Ya no somos horizonte
de bosque en la lejanía:
somos leña para el fuego.
Para otro fuego.
Es tarde ya para hablar.
Es tarde para el café.
Es tarde para el deseo.
Conservemos las miradas
en un frasco de cristal,
como moscas atrapadas
por un niño que encontró ya otro juguete.
Escondamos estas horas
en un reloj de bolsillo
con otro nombre grabado,
sobre la hora silente
que sin campanada espera.
Conservemos la memoria de este olvido,
de la atroz extravagancia
consumada al entregar la despedida
a quien nunca conocimos.
Escribamos versos a lápiz
sobre un casco de acero,
en medio de la batalla.
Escribamos versos en las bayonetas,
en las granadas de mano,
miles, millones de versos
sobre el alambre de espino,
en un poema sin fin
bautizado en destrucción.
Engendremos mariposas
en los ojos de la muerte,
pétalos de hambre,
terciopelos y resedas
sobre la herida aún sangrante
y en ese enjambre de flores
cosechemos el panal
de las sonrisas forzadas
y las carcajadas de los locos.
Es la guerra.
Es la vida.
Somos lo que enterramos,
seremos lo que tú digas.
Feindesland 2011.
menéame