Hace 10 años | Por tianherdez a yorokobu.es
Publicado hace 10 años por tianherdez a yorokobu.es

El pasado diecinueve de marzo envié una carta a mi padre. Me parecía un detalle bonito hacerle llegar un mensaje manuscrito. El Día del Padre era lo de menos. Pertenezco a esa generación de hijos modernos que no celebra santos patrones del consumo y simplemente aproveché la fecha para recurrir al buzón.

Comentarios

Krisiskekrisis

Yo no escribo cartas, pero mi madre sí. Cada vez que me da una para que le ponga el sello y la "eche al buzón" me hago la ilusión de que será algo sencillo. No escarmiento.

Hace cincuenta años había un buzón en cada esquina. Yo le escribía cartas a mi primo y le llegaban al día siguiente.

Hoy en día, encontrar un buzón se convierte en una odisea absurda. Ni Google maps, ni Correos ni el espíritu santo, nadie ayuda. La última vez acabé en una oficina de correos similar a la de este kafkiano relato y finalmente me dijeron que NO, no había ningún buzón allí, no podía dejar la carta y no sabían donde puede quedar algún buzón en mi ciudad.

Campechano

#1 Y la pregunta del millón de maravedíes es ¿para qué cojones sirve una oficina de correos que no admite cartas?

Krisiskekrisis

#2 Hacen envíos de dinero (con una bonita comisión); te guardan cinco días (laborables) el certificado de la multa que no te dieron porque no estabas en casa a mitad mañana; y los trabajadores son esforzados y currantes. Pero que no lo llamen Correos, Correos era otra cosa.